Seguramente esto es una realidad en otros lugares, al menos en Peñíscola es una
constante, año tras año.
Verán:
El verano trae miles de turistas que, lo quieran o no, acaban
deambulando por el paseo marítimo a lo largo de la conocida playa
que nace a los pies del castillo del Papa Luna y se encamina hacia la
vecina Benicarló.
Por
otro lado, esos seres que arriesgan su vida cruzando el Mediterráneo,
encuentran en la venta ambulante un medio para ganarse la vida, por
increíble que parezca. Los ciudadanos de a pie ignoramos quién o
quiénes les facilitan la mercancía, textil en su mayoría, pero se
habla de “mafias”, así, en genérico; en fin, ¡quién lo sabe!,
pero lo seguro es que no hay unos fabricantes para lo que va en el
top manta, y otros distintos, más serios, claro está, para lo que
se vende en el comercio tradicional. Lo cierto es que, provenientes
en su mayoría de Benicarló, se les puede ver venir en el bus, a
algunos en bicicleta, y estacionarse sobre el referido paseo donde
extienden su sábana que les sirve de petate. Nada de particular,
ocurre en todos los sitios turísticos, como decíamos más arriba.
Peñíscola
tiene sus peculiaridades. Cuando se regeneró la costa, obra
terminada en 2003, a base de verter 1,2 millones de metros cúbicos
de arena de cantera – buen negocio para el propietario de la
cantera cercana–, mezclados con otros 300.000 metros cúbicos de
arena extraída de la playa sur con una draga, y se vertió sobre la
otra, sin esperar, según la “vox populi”, como era preceptivo a
que desde el laboratorio de Castellón a donde se llevaban las
probetas de arena para su análisis dieran su conformidad para
asegurar que se trataba de arena y no de lodo, ya el mal quedó
hecho, y hoy, a lo largo de esos casi cuatro kilómetros de playa hay
zonas buenas y otras, las más, “manifiestamente mejorables”,
donde aflora el cieno mezclado con el grano grueso de la cantera que
hacen difícil e incómodo el paseo por la orilla; al margen de que
en los días de fuerte oleaje que revuelve los fondos, las olas
tornan del azul mediterráneo al color terroso del limo aportado. De
cualquier manera, se consiguió un frente marítimo que desde lejos
simula una playa, lo que ha posibilitado que hoy en día ya no queden
solares vírgenes a lo largo de su desarrollo. La profundidad de la
playa es notable, alcanzando en algunos puntos más de cien metros,
los que hay que recorrer hasta llegar a la orilla. No obstante todo
lo anterior, la playa norte de Peñíscola está en el TOP 10 de las
mejores playas del levante español, si no del universo mediterráneo:
verifiquen este dato en internet, si se resisten a creerlo.
Consumado
este despropósito, se diseñó un paseo marítimo por el que
discurre la carretera de Benicarló, de dos sentidos y aparcamiento a
ambos lados, que en la temporada alta es escenario de increíbles
atascos mañana y tarde; por el lado oeste, el de tierra, hay una
acera estrecha en la que hay zonas donde no se puede pasear con un
coche de niños, no digamos nada si son mellizos o gemelos, y en
otras, las farolas del alumbrado público, obligan a salir a la
carretera; por el lado este, el del mar, la acera, algo más ancha,
convive con una especie de carril bici, por el que ruedan también
unos carricoches a pedal de metro y medio de ancho con unas
estridentes bocinas, más los consabidos patinetes eléctricos. Pues
bien, en los dos o tres metros restantes, nuestros amigos los
manteros extienden sus petates para exhibir las camisetas, gorros,
zapatillas deportivas, o juguetes para los más pequeños. Así,
imaginarán ustedes que esa, llamémosla acera, recuerda la imagen de
un mercado persa o un zoco árabe, por el que apenas se puede caminar
en línea recta.
Y
claro, ahí entra el Ilustrísimo Ayuntamiento de Peñíscola – o
como se llame oficialmente -, que lejos de entonar un mea culpa por
la chapuza en la que los españoles todos nos gastamos al pie de los
4.000 millones de pesetas (25 millones de euros), se ha puesto a
legislar muy digno apuntando al flanco débil del problema: prohibir
la venta ambulante con lo que, de paso, queda bien con los
comerciantes locales que son los que le votan. Es decir, actúa como
si hiciera algo para que lo vean sus vecinos, pero sin hacer absolutamente nada, mientras trata con esa inacción de escurrir el
bulto y dar la sensación de eficacia en esa lucha sin cuartel que
tiene que librar en solitario contra la inmigración ilegal, causa y
origen de todos los males patrios, como sabemos todos, pues los migrantes africanos vienen a quitarnos los puestos de trabajo - vean quienes son los que doblan el espinazo en la enorme huerta que se despliega desde Peñíscola hasta Alcanar, pasando por Benicarló y Vinaroz. Hasta ahora, y desde hace tres o
cuatro años, era suficiente con unos cartelones como el que han podido
ver ustedes al inicio de esta entrada, más un par de patrullas de
guardias municipales, ante cuya presencia los manteros recogían sus
petates, y saltaban el murete que separa el proyecto de acera de la idea de playa, con lo que parece que quedaban a salvo de los guardias, al
estar en un dominio de costas y no municipal. Con los primeros
cartelones de los 750 euros, que imagino que nunca han sido cobrados
a ningún comprador, se acabaron los saltos a la playa, pero este año
la afluencia de manteros ha crecido sustancialmente, y la megafonía
pública -que resulta especialmente molesta para los ciudadanos –
advierte en varios idiomas de que la multa ha ascendido a ¡1.500
euros! Mi mujer me recuerda, creo que con acierto, que nunca un medio
acústico estará por encima del medio escrito, por lo que los
cartelones seguirán vigentes a pesar de la presencia de la
megafonía.
Eludiendo,
no solo la legalidad de tales preceptos municipales sino también la
propia capacidad jurídica para emitirlos, esta posible práctica
que, insisto, más parece amenaza que posibilidad real de ejercerse,
se basa en la consideración del ciudadano como ente jurídico sin
derechos, información o sentido común. ¿Cómo entiende este
Ayuntamiento el principio jurídico de proporcionalidad entre el
delito, el daño causado y la pena impuesta? ¿Puede alguien que haya
comprado una camiseta por siete u ocho euros ser condenado a pagar
una sanción de mil quinientos? ¿Será la cárcel la alternativa, o
será enviado a galeras? ¿Puede el siguiente paso conllevar la horca
para el delincuente?
La
protección para el comercio local podría ser más efectiva negando
el permiso municipal a la apertura de las grandes superficies, haciendo que se respeten horarios más normales para el comercio, o combatiendo la
venta por internet, por citar sistemas que parecen muchísimo más
perjudiciales para el pequeño comerciante local. Y la defensa para
los turistas que llenan Peñíscola se podría cimentar en otras
medidas, como se hace en otras localidades turísticas, en vez de
enfrentar a la población con los manteros. Porque, a estas alturas,
está ya perfectamente claro que el número de éstos crece
exponencialmente aunque el Ayuntamiento se empeñe en impedirlo; su
Alcalde seguro que lo sabe, no en vano, en la anterior legislatura
simultaneó su cargo con el de Diputado Provincial de Turismo: nadie
más y mejor enterado que él en estos menesteres.
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