Vamos a concluir con esta serie de los Asesinos Ilustrados, de la que quedaba pendiente esta última parte publicada en Euroequipos en el número de agosto-septiembre del pasado año.
Vamos a dar por finalizada esta serie que no por real resulta menos macabra. Es seguro que podría encontrarse material suficiente como para un año entero, y aún ejemplos más claros –no voy a decir, sangrantes- que los que yo he traído a colación, pero, como muestra bien vale un botón. Esta gente que, habiendo recibido una buena educación, brillante en muchas ocasiones, se desliza por la pendiente, bañada en la ciega niebla del delito y del crimen, estos asesinos ilustrados, cuyas fechorías he ido anotando cuidadosamente en estos últimos meses no parece tener fin en sus apariciones. Unas veces han sido excusas trufadas del más extremista nacionalismo; del servicio a una ideología puesta de espaldas al pueblo que dicen servir, otras; por razones más relacionadas con oscuros comportamientos individuales, en otras ocasiones. Pero siempre con esa dualidad tan enfrentada del instinto asesino y de la buena educación. Esa contradicción que me ha resultado tan llamativa y me ha inducido a traer a estas páginas a esos asesinos ilustrados.
Un caso curioso fue el de Mariam Charipova, de 28 años, casada, licenciada en Ciencias Exactas y Psicología, que causó 28 muertos, inmolándose –qué verbo tan curioso, ¿verdad?- en la estación moscovita de Lubianka, el 29 de marzo de 2010. ¿Tendría que ver su licenciatura en matemáticas con la coincidencia de su edad y el número de victimas?
Más preguntas: ¿Se pueden calificar de asesinos ilustrados a los prelados que se manifestaron contra la concesión del premio Nóbel de Medicina al creador de la fecundación in vitro, los mismos que impidieron que se lo concedieran en su momento? ¿Qué consideración sentirán por esos cuatro millones de seres que, según cálculos, han nacido gracias a dicho método? ¿Podrán mirarles a la cara? ¿Podrán resistir su mirada? ¿Qué pensarán de las madres que han recurrido a ese método para tener un hijo que la naturaleza, por otras vías, les negaba? Por último, ¿se imaginan ustedes que de ese colectivo surgiera un futuro Papa? ¿Lo reconocerían?
Los pilotos libios, a quienes hemos visto bombardeando y masacrando a sus paisanos, desde el poder casi omnímodo de la carlinga de un costoso avión, comprado con los dineros esquilmados al pueblo, ¿merecen también el epíteto de asesinos ilustrados? ¿O los militares argentinos, médicos muchos de ellos, que hicieron desaparecer a miles de personas y robaron los hijos a aquellos a los que vejaron? ¿Qué opinan ustedes de la doctrina de la obediencia debida, con la que se pretendió justificar esos asesinatos? ¿Sería también de aplicación en el caso de los oficiales del ejército español, que se alzaron en armas contra la República que les pagaba el sueldo y a la que habían jurado fidelidad? ¿Qué clase de juramento habrían hecho? ¿Habrían jurado por lo bajines, o en broma, o por dios? ¿O por el diablo? ¿Ellos, gente de bien y de orden, que trajeron tropas musulmanas para defender la religión cristiana? ¿O los curas que mancharon sus propias manos con la sangre de los que, supuestamente, iban a redimir?
Como mencionaba más arriba, los ejemplos de esta caterva de personas –si pertenecen a esta categoría- son muy numerosos, y es en las guerras dónde el instinto parece que se revela, dónde la ética se degrada, dónde la humanidad se embrutece. Por ello, que nadie tome mis diatribas contra lo militar como algo personal. Tengo entre esa clase, como entre el clero, amistades ciertas, individuos a quienes conozco, trato y aprecio. Pero como estamento, no puedo sentir gran cosa por un oficio que ha sido, es y –me temo- seguirá siendo responsable de tantos atropellos. Una pistola confiere mucho poder, reafirma razones y aúna pareceres.
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