Las noticias aparecidas sobre una tal Corinna y un rey europeo, y la publicación de este escrito, no responden a ninguna causalidad, son meras coincidencias de la vida.
REPÚBLICAS
BANANERAS
Bajo
este epíteto de Repúblicas Bananeras se acostumbra a incluir a todos aquellos países, mejor si son centro o
sudamericanos, cuya gestión de lo público dista de ser, digamos, correcta. Ya
saben, la imagen de un prócer con un uniforme (militar, por supuesto,
¿recuerdan?) rebosante de chapas, bandas y condecoraciones, dirigiéndose a la
multitud desde el balcón presidencial, en un paisaje de palmeras, con un mar muy
azul al fondo, y gritando todos al unísono aquello de “más samba y menos
trabajar”. Lo que no se ve es el trasfondo de corrupción que vela la sangre
derramada de los “no adictos” al régimen, a los cuales se les tacha, además, de
radicales y antipatriotas.
De
modo que todas las prácticas imaginables en el manejo culposo de la ley, todas
las triquiñuelas legales, los favoritismos a los correligionarios, la concesión
de obras públicas bajo soborno, el acomodo de políticos amigos en empresas
públicas, o en empresas privadas que sacarán provecho de su presencia en sus
tratos con la administración, la ocultación de datos relevantes para que se
beneficien de ellos los amigos, todo lo imaginable y que diste más o menos de
lo legal, o el recurso a presupuestos especiales para gastar los fondos
públicos en partidas para las que no habían sido destinados, en tanto se niega
a la oposición su labor de denuncia. Todo esto, digo, es propio de esas
repúblicas.
Esas
repúblicas en las que la iglesia local juega un papel de garante de la moral,
en un doble juego de conveniencia y ocultación, exenta de impuestos y
destinataria de prebendas; donde las élites financieras imponen la política que
les conviene, y sus servidores son los únicos que salvan la crisis permanente,
a costa del sacrificio de enormes masas de población que ven deterioradas continuamente
sus posiciones sociales y económicas; donde se presume de la separación de
poderes mientras se deja un poso inequívoco de la connivencia entre el
ejecutivo y el legislativo mediante leyes electorales y reparto de escaños que
les favorecen; donde la mentira y la calumnia son prácticas habituales en la
acción de gobierno; donde no hay ningún cuidado por los males tradicionales que
acechan al país, sean éstos la despoblación del campo, el decrecimiento
vegetativo y el envejecimiento de la población, la amenaza del cambio climático
o la inexistente política del agua; donde campa la falta de respeto a la mujer,
trabajadora o no; donde se encorsetan continuamente, en una carrera que parece
no tener fin, los derechos a la libertad de expresión; donde se gasta dinero a
espuertas en el mantenimiento y oropel de los llamados monumentos que ensalzan
los orígenes del régimen; donde se desvían fondos de la sanidad pública en
favor de la privada; donde la política de favor hacia asociaciones religiosas
en el campo de la enseñanza se produce en menoscabo de la enseñanza pública; donde
se tributa respeto y adoración a estructuras sociales carentes de significado,
etcétera, etcétera, etcétera.
Estos
son algunos de los signos definitorios de las llamadas repúblicas bananeras.
Les suena, ¿verdad? Seguramente ustedes conocen alguna.
Ahora
bien, si a esto añadiéramos una monarquía nada ejemplarizante, con dos reyes,
el uno que ha tenido que jubilarse ante su total pérdida de imagen, y el otro
que se pliega a los deseos del gobierno, defendiendo posiciones políticas
impropias de su llamado cargo, ¿de qué estaríamos hablando? ¿Quizás de
Monarquías bananeras? ¿No sería lo propio? ¿Conocen ustedes alguna?
Pero
cuidado, no se lancen, sean cautos, no echen a volar su imaginación, ya saben
que otra característica de estos entes políticos es la escasa libertad de
opinión y el uso ilimitado de la fuerza que en defensa de sus privilegios
emplean –ley mordaza se llama popularmente en algunos países-, pues es práctica
habitual en estos regímenes el cese de jueces imparciales para sustituirlos por
otros afines al régimen; y en el caso de que un juez fuera recusado, se le
asciende en la escala para que pueda nombrar a otro que continúe con la causa y
pertenezca a la cuerda.
Pero
eso sí, todo lo hacen bien arropados y envueltos en la bandera nacional.
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