América,
America first, es hasta el momento la
mayor potencia mundial que han visto los siglos, pero es claro y notorio que va
perdiendo fuelle. Militar y económicamente es poderosísima, pero su decadencia
es interna, y quizás sea eso lo que han visto quienes la dirigen: alberga en su
seno claros signos de pérdida de pulso, ya no es el país que ganó la segunda
guerra mundial, o el que lideró la economía mundial hasta nuestros días. Eliminada
la amenaza “socialista” en Rusia e incorporada esta nación al sistema, toca
ahora hacer frente a una nueva amenaza más difusa desde el punto de vista
territorial y de los métodos de desafío que emplea, cual es la amenaza del
islamismo radical. Se han mantenido varias batallas contra este nuevo poder con
distinto resultado, y las tecnologías digitales y de la información han
demostrado ser una ayuda decisiva, aunque se precisan nuevos conflictos para un
desarrollo más ambicioso de las mismas -no olvidemos que son necesarias
millonarias inversiones que sólo el conglomerado científico-militar puede
acometer con la financiación prestada desde el Capitolio.
Es
decir, la guerra se puede ganar, aunque sea a costa de enormes sacrificios de
todo tipo para la población, nunca para los que mandan; la política de
comunicación necesaria para infundir a la ciudadanía las dosis de miedo
precisas para que otorgue un –por otro lado- innecesario consentimiento hace
tiempo que se ha iniciado, de formas y maneras distintas según en qué país; el
ensayo de guerras comerciales ha empezado ya, abriendo una nueva etapa de
relaciones internacionales inéditas en los últimos decenios, hasta el punto de
que los mayores defensores del neoliberalismo reinante se muestren confundidos.
Con todo ello, se pretende, a mí entender, ir preparando el mundo para una
contienda mucho mayor, que se antoja urgente para no dar más alientos, fuerza y
preparación al último enemigo, que es el verdaderamente temible.
Porque
militarmente se puede ganar a cualquiera, cueste más o cueste menos.
Comercialmente, puede decirse lo mismo. Pero, ¿qué decir de un rival que
utiliza las mismas armas industriales y comerciales, que acumula día a día
mayores recursos a costa nuestra, cuyo superávit comercial no hace sino crecer;
que invierte en investigación sumas ingentes, cuyas empresas, universidades y
centros de investigación mejoran sin tasa, que extiende su influencia sobre el
tercer mundo poseedor de recursos materiales y mineros; cuyo nivel de vida y
desarrollo de sus ciudadanos aumenta de año en año a unas tasas que para
nosotros quisieran (o no) nuestros líderes; con ciudadanos que están siendo sometidos
a un nivel de control que para sí desearían nuestros gobiernos, que vence en todos los aspectos de la competencia
internacional con creciente claridad, empleando, eso sí, las mismas armas capitalistas? ¿Qué se puede
decir de este rival? … no, no me estoy refiriendo a China, a secas.
Estoy
hablando de la República Popular de China. Es decir, un país capitalista pero con
un férreo gobierno comunista. Ese es el verdadero peligro al que el sistema
neoliberal se enfrenta. Quizás por eso hagan falta gobiernos como el actual
gobierno americano. Aunque ni nosotros ni siquiera él mismo sepamos para qué,
hay poderes que están detrás y que son los que promueven y/o permiten ciertos
acontecimientos, los que saben perfectamente que si se deja que ese país siga
creciendo no habrá modo de pararle.
Ya
no se trata de contrapesos como era la Rusia soviética -por otro lado un
gigante con pies de barro. China es un país capitalista, insistamos en esto,
con un gobierno comunista detrás. Un país mucho más grande, que emplea las
mismas armas que el llamado mundo libre, pero gobernado rígidamente, con puño
de acero, por un partido que se declara marxista. Esto es lo novedoso. ¿Cómo se
le vence? ¿Lo sabe esa América a la cual pertenecemos, queramos o no? ¿Lo sabe
su gobierno, sus élites dirigentes? ¿Cómo se dirimirá la supremacía económica y
política? ¿Qué consecuencias sufriremos los que estamos en medio?
Esto
es lo que cada uno de nosotros debe analizar.
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