Esta
frase la pronunciaba un amigo mío cuando quería dejar constancia del hastío que
una determinada situación le causaba. Seguro que ustedes pueden adjudicarle
otros sentidos, pero quedémonos con ese; con ese significado y con el deseo
implícito de que esa situación, hecho o, en definitiva, causa, pase: “Pase de
mí este cáliz” dicen que dijo uno que sufrió
injusta persecución por la justicia y por el gobierno.
Sí,
han acertado, estoy hablando del “caso catalán”. A caballo entre la
manifestación de la Diada y las
manifestaciones que vendrán por el 1 de octubre, y luego por los
encarcelamientos, pienso que debemos hacer una pequeña reflexión sobre este
barquito que sigue navegando rumbo a un puerto del que desconoce su ubicación,
y con un piloto que no sabe interpretar las cartas náuticas o no las encuentra.
Que
nadie de ninguno de los dos bandos se moleste por lo de barquito, no trato de
quitar al caso la importancia que tiene, aunque yo no concuerde con ninguna de
ambas partes. Con uno de ellos porque no soy partidario de los nacionalismos
–incluido el español- y me parece un precio muy caro el que sus actores están
pagando, unos en el exilio y otros en la cárcel; sin olvidar a los ciudadanos
que están atónitos ante lo que sucede en su país sin entender muy bien las
causas o entendiendo que las que encuentran no son justificación suficiente
para lo que está sucediendo. A este respecto me ha parecido escuchar al
diputado Tardá, nacionalista y republicano, que no es lógico ni posible aspirar
a la independencia con menos del cincuenta por ciento de apoyo popular; no
parece que le estén haciendo caso en sus propias filas.
Del
otro lado, me permitiría aconsejarles que hicieran un breve recuento de lo
acontecido. A saber, la justicia de varios países europeos adonde han acudido
los exiliados, ha negado la razón a la justicia española, esa que siempre
proclamamos independiente y al nivel de la mejor. ¿Estarán equivocados todos
los demás? Y, en un caso, han instruido
proceso contra el juez español causante del desaguisado –cuya defensa
hemos de pagar todos los ciudadanos-, que se empeña en mantener a los que se quedaron en la cárcel como si no
existiera la libertad condicional. ¿Hay alguien que piense, a estas alturas,
que estamos ante un caso de éxito en la justicia y la política españolas? ¿No significa,
más bien, dotar al adversario de una carga ética que añadir a sus razones? Ha
dimitido de todos sus cargos, incluido el acta de diputada, la persona a quien
todo el mundo señaló en su día como mentora de la política del Estado contra el
independentismo catalán. Lo ha hecho como consecuencia de la pérdida de poder
interno en su partido, pero considero lícito preguntarme: ¿Significa también su
dimisión el reconocimiento implícito del sin sentido y fracaso de su política?
Porque, claro, ella es abogada del Estado y obtendrá, si se lo propone, la
vuelta al escalafón: ¿vamos a tenerla de nuevo haciendo otra brillante defensa
del Estado como la que ha realizado en el “caso catalán”? Visto lo visto, sería
mejor que dejara de defendernos definitivamente.
Y el
barquito sigue navegando. Los mayoría de españoles y catalanes desearíamos que tocara puerto
seguro, con un blando céfiro a popa, para que la política trabajara para
aquello que ha de servir: mejorar las condiciones de vida de todos los
ciudadanos. Porque el peligro es que la brecha entre españoles se agrande. La
derechona –uy, perdón, la derecha española, quería decir- tiene sobrada tendencia
a lanzar sus redes electorales en los momentos más críticos, así lo hizo en el
caso vasco en su día, y hace meses en el que nos ocupa. Sí, ya sé que han sido
dos partidos diferentes en cada caso, pero la ideología es la misma, y
cualquier observador podrá constatar que hoy en día, gracias al servicio que
prestan los medios afines, cada vez más personas, empiezan a recelar de los
catalanes, y eso es cosa que no beneficia la correcta singladura del barquito.
Es
lo que le pedimos a este gobierno, que con valentía y amplitud de miras trabaje
sin cesar para que esa brecha no se agrande. Por el bien de los verdaderos
españoles, sean de donde sean o hablen el idioma que hablen.
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