La
actual Navantia es el despojo que queda de la industria naval pública española
tras la reestructuración llevada a cabo en los años ochenta, hace ya treinta
años. Aquello, como tantas otras cosas, se cerró en falso, tras muchas
protestas, cientos de heridos y algún muerto. Los grandes astilleros del
Nervión, de la ría del Ferrol y de la bahía de Cádiz, que perdían ingentes
cantidades de dinero vía presupuestos públicos continuaron haciéndolo, también
hoy en día, pese a haber aligerado plantillas y a las inyecciones continuadas
de dinero público. Conviene recordar las promesas de Feijoo, la gran esperanza
blanca de la derecha española, llegando a exhibir contratos para la
construcción de enormes hoteles flotantes para Méjico, que nunca se han llevado
a cabo, o la operación –aún en curso- con los submarinos españoles que, además
de mejorar los de la armada nacional, permitiría exportar a otros países. Por
cierto, el importe de esta operación fallida, viene a ser el mismo que la
construcción de las corbetas para Arabia Saudí. Vean, si quieren, https://literharturas.blogspot.com/2016/07/de-color-bien-pero-no-flota.html.
Entretanto,
otros astilleros más pequeños, y seguramente más hechos a la innovación, a la
investigación y a buscarse la vida, al no contar con el soporte de las arcas
públicas, están construyendo barcos con muchísima más tecnología y valor
añadido para sectores como el del gas y el petróleo, o el más moderno de los
aerogeneradores offshore.
De
modo que bien puede decirse que Navantia es especialista en generar pérdidas,
construyendo corbetas o sin construirlas.
Dos.
Todos, para nuestra desgracia, hemos visto imágenes de calles enteras
devastadas por las bombas, y hemos leído sobre bombardeos indiscriminados
contra autobuses escolares, con el esperado balance de víctimas inocentes;
ambas cosas en Yemen y perpetradas por el ejército saudí, el de los primos de
nuestros monarcas. Bien es cierto que esos niños muertos son árabes, o medio
negros, y mira por donde, nunca serán un problema frente a nuestras fronteras.
Tres.
Kichi, que así le llaman familiarmente al alcalde de Cádiz, puede tener razón
como alcalde que defiende los intereses inmediatos de sus convecinos, pero como
político, creo que tiene una visión muy cortoplacista: él conoce muy bien lo
que hemos explicado en el punto uno.
Cuatro.
El historial de las relaciones comerciales españolas con Arabia Saudí, no se
limita al armamento, sean bombas o sean corbetas. Recuerden el Ave a La Meca,
por un montante de unos 6.000 millones de euros. Si bien hay muy pocos países
en el mundo que puedan montar una operación de esa envergadura, juntando la
construcción de la vía en pleno desierto, el suministro de los trenes, la
tecnología que implica, y el mantenimiento de los mismos, también es cierto que
las declaraciones de cierta noble alemana bien relacionada en nuestro país,
sobre el reparto de comisiones entre compradores, vendedores y los que han
facilitado la operación desde su alta posición política –de ser ciertas- hace
que el número de oferentes para dicha operación sea aún más pequeño, si no nos
convierte en el único.
Cinco.
España es un país muy moderno, de los más modernos que existen, como proclama
la Marca España. ¿Es consistente con esta realidad el hecho de que nos
dediquemos a vender armas con las que se matan personas inocentes? Vivimos bajo
el imperio de la ley, como nos recuerdan nuestras autoridades continuamente,
cuando nos dicen que la ley es igual para todos. ¿Casa bien este sistema con el
hecho de que haya personas que gozan de total y absoluta inviolabilidad en
nuestro país? Imaginemos que una de esas personas resultara culpable de
asesinato, no se le podría juzgar por ello. ¿Tiene sentido?
Final.
Como dice un conocido programa, no recuerdo si de radio o de televisión: estos
son los datos; de ustedes la conclusión. En estos cinco puntos he pretendido
resumir el debate sobre las corbetas, las bombas, los puestos de trabajo
amenazados, y sobre todo hablar del oscurantismo, la información interesada y
desviada, y los intereses cruzados. Objetivamente hablando, no hay diferencia
entre trabajadores que construyan corbetas o bombas, o aquellos que resulten
muertos o heridos como resultado de su uso infame; todos ellos están sometidos
al mismo sistema económico, aunque no lo sepan o no se lo crean, y sus
respectivas élites gobernantes mantienen entre sí curiosas relaciones de
amistad y de interés económico. De nosotros depende, teniendo una más completa
información sobre el tema formarnos una opinión más clara. Como siempre.
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