Este texto se ha publicado en la revista OP Machinery en el número correpondiente al actual mes de enero.
CONTAMINACIÓN
ACÚSTICA
Creo
que lo que voy a decir es algo más que un tópico: España es un
país muy ruidoso. Excesivamente ruidoso, podríamos decir. Recuerdo
mi infancia cuando se celebraban las fiestas patronales, que en mi
pueblo eran dos, San Juan y San Pedro, y, aparte de la misa mayor,
ambos días se abrían con un baile a mediodía hasta la hora de
comer y que se hacía en la bolera; después venía la comida, cada
uno en su casa, y al atardecer teníamos la romería; se hacía una
parada técnica para cenar y vuelta a bailar en la verbena, que tenía
una hora prudencial de cierre. Estos actos lúdicos eran amenizados –
así se decía en el programa de fiestas- por una pequeña orquestina
que repetía todos los años y actuaba también en los pueblos
colindantes, y cuyo alcance acústico raramente excedía de los cien
metros, y si había viento y se llevaba sus notas en dirección
contraria entonces apenas se oía si no estabas muy cerca.
La
tecnología se ha desarrollado en todos los campos, también en estas
cosas de la música. Desde hace años, no una orquesta, sino una
guitarra eléctrica y unos altavoces son capaces de emitir con una
intensidad sonora – no me meto en la calidad de lo producido- que
multiplica en una escala logarítmica lo que se está tocando, sean
bajos o agudos, con respecto a aquellos músicos de antaño. Esto se
mide en decibelios (dB) y para ilustrar su significado bástenos
decir que, por ejemplo, si el umbral de audición – la ausencia de
sonido- es cero decibelios (0 dB), una respiración sosegada son 10
dB, el paso de un tren serían 80 dB, 110 dB el nivel de intensidad
sonora de un concierto, algo más un martillo hidráulico, y 130 dB
el estruendo producido por un avión al despegar: comparen ustedes.
En
resumidas cuentas, hoy en día en las fiestas de mi pueblo, los
vecinos del centro y los que están a menos de un kilómetro, por
ejemplo, no escapan de la excelencia musical de los ejecutantes. A
algunos les gustará, e incluso les parecerá correcto escuchar la
música desde la cama, pero a otros les parecerá un despropósito;
aunque solo sea por el hecho de la obligatoriedad a la que se ven
impelidos. Pensemos también en los que están muy cerca, los que
están enfermos, los que han de madrugar al día siguiente porque
donde trabajan no es festivo, o los que han de ordeñar las vacas,
que esas no entienden de fiestas...
A
este respecto ha pasado desapercibida una sentencia dictada a
propósito de una denuncia en Puerto Lápice. La sentencia viene dada
nada menos que por el Tribunal Superior de Justicia de Castilla- La
Mancha que ha ratificado una sentencia anterior en favor del
demandante. Resulta que este Ayuntamiento, como muchos de los ocho
mil y pico existentes, organiza para el desarrollo cultural y el
solaz de los vecinos una agenda cultural que normalmente se
compone de bailables en la plaza del pueblo los fines de semana
veraniegos y que terminan a las 2,30 horas de la madrugada. Y resulta
que en la plaza de los pueblos vive gente que lo que quiere es
descansar o escuchar su propia música sin molestar al vecino.
Una
primera sentencia condenó al Ayuntamiento a abonar a un
matrimonio denunciante el importe del hotel preciso que les
evitara
la molestia. Ambas partes recurrieron y el Tribunal Superior de la
comunidad castellano manchega ha dictaminado
que “los derechos fundamentales de la familia perjudicada son mucho
más trascendentes que el disfrute de unas actividades que podrían
realizarse en las condiciones deseadas por el Consistorio si,
simplemente, se cambiase su ubicación”.
¿Sentará
jurisprudencia esta sentencia? ¿Se harán estas cosas donde no se
moleste a los vecinos y no como hasta ahora?
Don
Quijote se refirió a Puerto Lápice como un lugar de grandes
aventuras. ¿Estaría pensando en rescatar el descanso de los vecinos
y no solo a damas vizcaínas camino de Sevilla?
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