jueves, 20 de agosto de 2020

Creencias y praxis






En la anterior entrada “Ciencia y creencias” tratábamos de hacer un somero análisis – en seiscientas y pico palabras- sobre ambos conceptos, y cómo interaccionan entre sí a partir de la acelerada marcha del conocimiento científico sobre la creación del cosmos, de su estructura y su devenir. No hablábamos del Big Bang, que se da por sabido, pero sí de la razón de ser de las religiones, y del sinsentido de éstas a medida que ese conocimiento científico crece y explica la razón de ser del universo.

Cerrábamos el comentario diciendo que ese conocimiento no necesita de creencia alguna, que, dicho sea con todos los respetos, es totalmente redundante en la senda que la humanidad se ha trazado por y para sí misma. Ese “todos los respetosviene a compensar lo que debemos a las creencias – léase, por ejemplo, el cristianismo, pero no solo- pues ciertamente aglutinan una moral natural en la que buena parte de los humanos nos hemos educado. Explico todo esto porque ha habido varios lectores que han podido sentirse ofendidos – me consta- y, repito, nada más lejos de mi intención.

Pero sí que pienso que las creencias, y nosotros somos un país de raigambre católica, pueden estar en el momento de pasar el punto de no retorno al reincidir en sus ideas e insistir en hacerlas norte y guía para una sociedad que ya no es lo que era. Esto explicaría muy bien la diferencia de criterio y pensamiento entre, por ejemplo, el papa Bergoglio y muchos obispos, abades y otros capitostes españoles de lo que en varios sentidos hace tiempo que constituye un grupo de presión intolerable y totalmente ajeno al verdadero sentido religioso.

Y como muestra vaya un botón: hace poco más de un siglo, en la primera década del XX para ser más exactos, una buena parte de la sociedad española bien pensante, fundó un periódico para defender – ¿se sentirían atacados?- el catolicismo, la oligarquía, la aristocracia, la gran burguesía, el conservadurismo, la iglesia y, por supuesto, la monarquía. Ese periódico se llama ABC y se ha mantenido fiel a sus principios, habiendo defendido por el camino la dictadura de Primo de Rivera, el golpe de estado de 1936, el régimen nazi y el franquismo. Y ha estado en contra del divorcio, del aborto y de la homosexualidad, por supuesto. Todos esas ideas o conceptos que han defendido suponen de hecho estar en contra de todos aquellos que no eran nobles, burgueses o empresarios, excluyendo a trabajadores, clases medias, u obreros del campo y demás morralla que parece no merecer otra cosa que la explotación a que son sometidos y el garrote vil para los que protesten. ¿Pensaban acaso que eso era el catolicismo, la justicia social, el progreso? ¿Era esa su misión sobre la faz de la tierra? Será por eso, precisamente, por lo que no pueden estar de parte de Bergoglio.

Y esto sigue siendo así, después de más de cien años. Poco importa que hoy, en la lista de diarios más vendidos haya diez o quince por delante; ellos siguen en sus trece. Lo hemos podido ver en el análisis que uno de sus más conspicuos columnistas, un tal Salvador Sostres, dedicaba a la salida de España del rey emérito hace unos días. Afirmaba este señor que la monarquía tiene un vínculo especial con la divinidad, tan especial que la inteligencia humana no es quién para analizarlo y, menos, para entenderlo. Y por consiguiente mal podremos, los míseros mortales, sentirnos capaces de criticar las acciones de la monarquía ni siquiera desde un punto de vista moral. Esto se nos escapa, no conocemos ese vínculo de un rey descendiendo directamente de la divinidad como proclamaban los faraones egipcios hace ya cincuenta siglos y, habría que añadir, no somos quienes para tratar esos temas tan especiales. Seremos súbditos sin más aspiraciones. Y menos mal que, al menos, existen personas como el señor ese, que nos advierten y nos avisan.

Esta deriva de las creencias a la praxis política pudiera ser inconstitucional. Pero seguramente tampoco podamos aspirar a esa discusión. El sínodo supremo dictaminará. Se dice que Jesús expulsó del templo a los mercaderes porque desvirtuaban el uso del mismo; éstos de ahora aspiran a expulsar a los propios fieles para quedarse solos en el templo. Y llevan camino pues las estadísticas muestran que cada vez son menos los españoles que confían en la iglesia.

Cuando dicen que su reino no es de este mundo, mienten como bellacos. Se aferran a éste por avaricia y porque saben que no existe otro después.






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