Que
todos los políticos son iguales es una de las frases más extendidas
en nuestra sociedad; son todos iguales, se escucha por doquier, en la
calle, en las terrazas, en la radio…, la gente, harta de tantas
evidencias, de tantas injusticias, de tantos abusos, de tanto
expolio, concluye su perorata diciendo ¡son todos iguales! Una
verdad palmaria. Y ahí acaba la discusión.
Eso
es lo que se dice, pero lo que en realidad se quiere decir es otra
cosa, consciente o inconscientemente. Yo recuerdo bien mi niñez,
cuando mi madre me decía, la política, para los políticos, o, no
te metas en política, saldrás con la cabeza caliente y los pies
fríos, mientras mi padre callaba. Ella había tenido presos a sus
hermanos; a él le habían fusilado al único que tuvo, y, él mismo
con mejor suerte, condenado a pena de muerte, purgó con tres años
de cárcel el delito de defender la República, o sea, la legalidad.
De esos tiempos vienen estas frases, tiempos en los que no había
derechos y en cambio campaban la injusticia y la maldad, conformando
la trama jurídica del nuevo Estado.
Pero
no, no todos los políticos son iguales, ni siquiera parecidos.
Siempre hay diferencias, incluso entre los de la misma tendencia,
entre los del mismo partido. Los hay que luchan por unos ideales,
otros por intereses personales, que encuentran realizables en
determinado bando, por ajeno que les parezca.
Y
son precisamente estos casos los que hacen que la mayoría de la
gente, sin discernir lo suficiente, eleve a categoría lo que no es
más que una anécdota. ¿Es igual Felipe González que Zapatero, o
Mariano Rajoy que Josemari Aznar en el otro bando? Hay gente de
derechas que son personas respetables y gente de izquierdas que
cursa, como dicen los médicos cuando hablan de un virus o una
bacteria, en síntomas lo más alejados posible de su origen.
Claro
que siempre hay que discernir entre la gente que se mete en política
para medrar y aquellas personas que defienden unas determinadas
ideas. A veces estos últimos abandonan las pretendidas ideas y se
quedan con lo material; a los otros se les ve desde lejos, desde sus
inicios, si me lo permiten
Por
tanto, la experiencia nos sirve para diferenciar a unos de otros, a
los que están movidos por un espíritu de servicio que ponen a
disposición de los demás, de los que están en esa actividad para
medrar a costa de los otros. No me parece que esto sea una tarea
difícil, ni que esté reservada a mentes preclaras, si existen.
Exagerando, si vemos a un doctor en cualquier disciplina académica,
que le permitiría ganarse la vida en la jungla laboral, meterse en
un partido donde las posibilidades son escasas, podríamos pensar que
lo hace por un afán de servicio a la sociedad. Por otro lado si
vemos a otro que presume de un máster por la prestigiosa universidad
de Aravaca, (pongo por caso) podemos pensar sin mucho riesgo a
equivocarnos que está buscando en la actividad política una opción
que en la empresa privada le resultaría muy difícil hallar.
Así,
que no creo que todos los políticos sean iguales. Buenas y malas
personas hay en todas partes, es indudable, y trepas y especialistas
en zancadillas encontraremos en el amplio escaparate político, pero
si aplicamos un poco de criterio no será tan difícil acertar.
Por
eso es fundamental que los poderes sean muy cuidadosos con los
destinos que ofrecen a políticos que vienen de vuelta. Los
apetecibles asientos en ciertos Consejos de Administración, las
puertas giratorias, como vulgarmente se llaman, son aspectos que la
opinión pública no puede – ni debe- aceptar. Para que nadie
piense que todos los políticos son iguales.
Ni
todos los reyes, habría que añadir, tras las hazañas del emérito.
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