sábado, 2 de junio de 2018

Amarga despedida




     


Pues sí, amigos, amarga ha de ser la despedida, no solo para los que salen del gobierno, sino principalmente para  esa legión de asesores, consejeros, conseguidores, etcétera, a la que se refería Rajoy hace unos días cuando dijo que una moción de censura supondría unos 6.500 empleos que se perderían automáticamente; otros, por el otro lado, esperan gozosos a que suene el teléfono.

El Partido Popular, heredero de los dueños de la tierra, de los que siempre lo han tenido todo, se consideran los únicos y legítimos propietarios de este país al que imponen su cultura, su manera de verlo, y hasta su religión. Y como son los dueños, se consideran legítimamente autorizados para manejarlo a su antojo y quedarse con parte de los réditos sin necesidad de dar cuenta a nadie. Conceden medallas de la policía a una virgen de la que son devotos, a la vez que condecoran a policías torturadores que les hacían el trabajo sucio en los tiempos en que los necesitaban cuando aún no tenían la justificación de los votos para reafirmar su poder.

Incumplen olímpicamente la ley de la Memoria Histórica, a la par que defienden con media sonrisa cínica el título nobiliario de los herederos del viejo caudillo, concedido por un rey campechano. Harían falta muchos folios para poner los infinitos ejemplos de su modo de gobernar; ustedes los conocen mejor que yo.

Los españoles han permanecido impasibles ante su política, sufriéndola como mal menor, al no haber tenido bajo otros gobiernos mejores experiencias. Han aguantado de tal manera que nos preguntábamos expectantes hasta cuando, pero ha sido una sentencia judicial, incompleta al fin y al cabo, la que ha colmado el vaso. Y un fino olfato político, o la necesidad de hacer algo diferente ha hecho posible que tengamos un nuevo gobierno en unos pocos días. Cómo y quiénes lo formen importa menos. Lo crucial en este caso es que pese a la amalgama de siglas que lo han hecho posible –y precisamente por ello- no caigamos en el cainismo de encaminar su fracaso: eso es precisamente lo que ellos están esperando. Si tal ocurriera, los españoles no lo perdonarían y encararíamos otra era de gobiernos casposos como la que hemos conocido hasta ahora.

               Por eso se ha de avanzar paso a paso sin querer cambiarlo todo en un día, siendo respetuoso con las aspiraciones de los demás. Solo así ganaremos, solo así, convenciendo, venceremos. De lo contrario, la amarga despedida, la amarga experiencia volverá a cambiar de bando. Y ya hemos tenido bastante.


           
           

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