Todos
sabíamos muy bien que para una mejor y más plural información era
condición sine qua non que en España se concedieran más canales de
televisión; así se nos vendió, con profusión de datos, artículos
y ejemplos, so pretexto de nuestra conveniencia. Lo mismo que era
mejor vender las empresas públicas que daban servicios a la
ciudadanía, porque así pasaban a gestionarse privadamente, que
siempre es mejor, cosa que ha quedado más que demostrado como hemos
visto en esta pandemia con la sanidad y las residencias de ancianos:
las nuevas cadenas habían de ser, ¡como no!, privadas. Y para que
su andadura informativa fuera la mejor posible desde su inicio,
debían tener acceso a publicidad, en tanto que eso no se concedía
a la televisión pública: no le hacía falta, dependería de los
presupuestos públicos. Así, las nuevas cadenas comenzaban su
andadura con un mercado cautivo que solo en ellas podía gastarse sus
presupuestos de publicidad.
Ahí
quedaron TVE 1 y TVE 2, cada una de ellas con una programación
diferenciada y en cierta forma complementaria. Luego las vicisitudes
económicas, la mala gestión de las cadenas, el empuje de las
privadas con nuevos productos y mejor financiación, y la incapacidad
de los sucesivos gobiernos para afrontar la reforma que el ente
precisaba llevaron a la situación actual: las televisiones públicas
fueron perdiendo cuota de mercado y lo siguen perdiendo, al mismo
ritmo que el dinero y la calidad. Hasta una cadena tan vacua como la
cinco o tan poco interesante como la cuatro gozan de más apoyo
popular que la televisión pública. De la de la derecha no diré
nada, no sea que algunos se ofendan.
El
colmo es la situación actual, donde asistimos a una competencia
entre ambas cadenas públicas. Es más que frecuente que ambas nos
ofrezcan el mismo día y a la misma hora una película, española o
extranjera, que tanto da. Si uno quiere ver una película, sin
anuncios y, por tanto con un final a una hora predeterminada, tiene
que elegir si ver la primera cadena o la segunda. De lo contrario,
habrá que cargarse con lo que nos den en otra cadena, pero bien
trufada de anuncios insoportables.
Un
caso mixto lo constituye la televisión autonómica vasca, aunque es
posible que no sea el único. En este caso, amén de una media docena
de canales cuyos contenidos deben ser muy interesantes y muy poco
vistos, el ente vasco tiene también dos canales principales, el
primero íntegramente en euskera, y el segundo mayormente en español.
Y en este segundo, hay un programa, no recuerdo el horario, pero
pongamos hacia las 22 horas, que pone una película, a veces
interesante. Pues bien, el presentador, que lleva en ese puesto desde
la apertura del canal si no antes, se pasa media hora de reloj,
contándonos que el actor principal intervino también, aunque en un
papel secundario en aquella película, que no es que fuera
contemporánea de la que vamos a ver, porque de hecho se rodó casi
veinte años antes, pero casualmente rodada en los mismos estudios, y
protagonizada por Fulanita de Tal que poco más tarde contrajo
matrimonio con su masajista y de cuya unión nació este actor de
hoy, y cuando su madre se divorció de su marido (ya saben esta gente
del cine es así) y se entregó a la bebida nunca quiso reconocer a
nuestro actor, lo cual, según muchos críticos explica su carácter
que le ha convertido en uno de los protagonistas más buscados para
papeles secundarios como el que hoy vamos a poder ver si permanecemos
atentos a la pantalla, que así se decía antes, y teníamos mayores
tragaderas.
En
definitiva, destierren de su cabeza esa idea de que el tiempo en
televisión es oro porque hay que aprovecharlo para dar anuncios;
este caso que les cuento demuestra tal falacia.
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