Como
se puede leer en la foto anterior, estamos contemplando una población
con un gran legado histórico. Algo muy cierto y sin embargo, yo, que
lejos de ser experto en Historia he aprobado las asignaturas
correspondientes de la licenciatura en esa materia, nunca había oído
hablar de tal población cacereña. Granadilla, que así se llama
para evitar confusiones desde que Isabel y Fernando conquistaran
Granada, hunde sus raíces históricas por lo menos seiscientos años atrás. La existencia de un poblamiento susceptible de ser
transformado en baluarte defensivo para afianzar la frontera ante el
empuje del reino de León hizo que los musulmanes construyeran sus
murallas y su torre mirando a ese norte amenazante. Cuando cayó en
poder del reino de León, se reforzaron sus defensas para que sus
antiguos dueños no lo recuperaran.
Su
perímetro, ya lo ven, es casi circular, con un adarve de 924 metros,
cifra que dividida entre 2 x 3,1416 (el número pi, como saben) nos
da un radio de 147 metros, y ahí, más o menos, se encuentra su
centro; esa calle, desde la puerta de entrada, al lado de la torre,
es la que concentra la mayor parte de las casas en pie y restauradas,
gracias a la labor de las sucesivas colonias de estudiantes que, por
un programa conjunto – recuérdese ahora que tanto hablamos de
pueblos abandonados- de los ministerios de Trabajo, Educación y
Obras Públicas, y con la ayuda y dirección de los técnicos del
programa Recuperación y utilización educativa de pueblos
abandonados lo hicieron posible. En
esa plaza está el ayuntamiento, y siguiendo la calle adelante que se
va un poco a la derecha – que conste que esto es una casualidad- se
encuentra la iglesia, llegándose finalmente a la puerta de Coria, la otra
existente.
Volviendo
a las cuestiones históricas, una vez tomada por los cristianos,
aquella primitiva Granada fue dependiendo de reyes, hijos de reyes y
de nobles: la casa de Alba principalmente, hasta finales del XIX. No
sabemos lo que sufrieron ante tantos y tales señores, pero lo que no
podían imaginar los pobladores de Granadilla es que fuera en la
segunda mitad del siglo XX, llevando ya un tiempo siendo ciudadanos y
no súbditos, cuando cayera sobre ellos la mayor de las afrentas.
Recuerden que una imagen icónica del dictador le situaba inaugurando
pantanos, otra pescando salmones o cazando; más o menos como a Putin
hoy en día. Pues bien, en 1945 se empezó a pensar en hacer un
pantano – el actual pantano de Gabriel y Galán- con las aguas del
río Alagón, que recoge las del Ambroz, y las que vienen de las
Hurdes y las Batuecas, que permitiera producción eléctrica y
tierras de regadío río abajo. Y ¡ay!, el Alagón lamía sus
muros, y los estudios de nivel dieron que todo el término municipal
de Granadilla (y de otros pueblos cercanos) quedaría anegado por las
susodichas aguas. Y solo se mantendría a flote, cual barca de
piedra, la población que brevemente hemos descrito.
Y
entonces la afrenta les vino encima a aquellos vecinos. El proceso de
confiscación de las tierras determinó un precio de un tercio de su
valor, que además terminó de pagarse en los años setenta. Y como
el llenado del pantano lleva años, los vecinos que tenían las
tierras más cerca del pueblo pudieron seguir cultivándolas, pero el
Estado les cobró una renta por una propiedad expropiada que aún no
había pagado, y para que no pudieran tener pastos para el ganado, se plantaron con trabajadores traídos de Andalucía, pinos y
eucaliptus, especies arbóreas de rápido crecimiento que no se
conocían en aquella parte del mundo. Y para remate, al seguir
subiendo las aguas se anegaron diversas fuentes y se inundó el
cementerio, teniendo que retirar los vecinos los restos de sus
difuntos. He utilizado el sustantivo afrenta, que en sus diversas
acepciones significa agravio, ultraje, desprecio, burla, mofa,
zaherimiento, escarnio, vejación, o ignominia, o sea, lo contrario de
respeto o consideración. Sus murallas no les sirvieron de defensa,
la ocupación comenzó en 1960 y el desalojo total se produjo en
1964.
Granadilla
es un pueblo para pasearlo despacio, caminar su paseo de ronda y
contemplar el pantano; hacia dentro, se ven los restos de las casas
con sus dependencias y sus huertas; todo ello junto con su abandono
nos produce una curiosa sensación de tristeza y melancolía.
Pero
con eso y con todo, Granadilla fue capaz de entregar hijos al mundo,
como es natural, y alguno hubo de tener dotes especiales. Del único
que yo tengo conocimiento es de Enrique Jiménez Carrero (Granadilla
1953, viviendo en Madrid actualmente) pintor y escultor con obra en
múltiples pinacotecas. Encontré una tela suya, justamente antes de
conocer Granadilla, en el Museo Pérez Comendador-Leroux en Hervás,
que bien cercano es un Museo muy recomendable, no solo por la obra de
Enrique Pérez Comenador y su esposa Madeleine Leroux, sino también
por otras colecciones de distintos autores; su director César
Velasco fue pieza clave para completar este texto sobre Enrique
Jiménez Carrero. Por otro lado Hervás es un destino imprescindible
para quien quiera seguir la huella judía en Sefarad.
Como
verán en la foto al pie, Mujer en rojo, la pintura de Enrique Jiménez Carrero no
pasa desapercibida: su característico empleo del rojo y el blanco,
los colores de la sangre y la luz como él mismo señala, y la
delicadeza del dibujo, convierten sus cuadros en obras maestras.
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