sábado, 2 de mayo de 2020

Granadilla







Como se puede leer en la foto anterior, estamos contemplando una población con un gran legado histórico. Algo muy cierto y sin embargo, yo, que lejos de ser experto en Historia he aprobado las asignaturas correspondientes de la licenciatura en esa materia, nunca había oído hablar de tal población cacereña. Granadilla, que así se llama para evitar confusiones desde que Isabel y Fernando conquistaran Granada, hunde sus raíces históricas por lo menos seiscientos años atrás. La existencia de un poblamiento susceptible de ser transformado en baluarte defensivo para afianzar la frontera ante el empuje del reino de León hizo que los musulmanes construyeran sus murallas y su torre mirando a ese norte amenazante. Cuando cayó en poder del reino de León, se reforzaron sus defensas para que sus antiguos dueños no lo recuperaran.

Su perímetro, ya lo ven, es casi circular, con un adarve de 924 metros, cifra que dividida entre 2 x 3,1416 (el número pi, como saben) nos da un radio de 147 metros, y ahí, más o menos, se encuentra su centro; esa calle, desde la puerta de entrada, al lado de la torre, es la que concentra la mayor parte de las casas en pie y restauradas, gracias a la labor de las sucesivas colonias de estudiantes que, por un programa conjunto – recuérdese ahora que tanto hablamos de pueblos abandonados- de los ministerios de Trabajo, Educación y Obras Públicas, y con la ayuda y dirección de los técnicos del programa Recuperación y utilización educativa de pueblos abandonados lo hicieron posible. En esa plaza está el ayuntamiento, y siguiendo la calle adelante que  se va un poco a la derecha – que conste que esto es una casualidad- se encuentra la iglesia, llegándose finalmente a la puerta de Coria, la otra existente.

Volviendo a las cuestiones históricas, una vez tomada por los cristianos, aquella primitiva Granada fue dependiendo de reyes, hijos de reyes y de nobles: la casa de Alba principalmente, hasta finales del XIX. No sabemos lo que sufrieron ante tantos y tales señores, pero lo que no podían imaginar los pobladores de Granadilla es que fuera en la segunda mitad del siglo XX, llevando ya un tiempo siendo ciudadanos y no súbditos, cuando cayera sobre ellos la mayor de las afrentas. Recuerden que una imagen icónica del dictador le situaba inaugurando pantanos, otra pescando salmones o cazando; más o menos como a Putin hoy en día. Pues bien, en 1945 se empezó a pensar en hacer un pantano – el actual pantano de Gabriel y Galán- con las aguas del río Alagón, que recoge las del Ambroz, y las que vienen de las Hurdes y las Batuecas, que permitiera producción eléctrica y tierras de regadío río abajo. Y ¡ay!, el Alagón lamía sus muros, y los estudios de nivel dieron que todo el término municipal de Granadilla (y de otros pueblos cercanos) quedaría anegado por las susodichas aguas. Y solo se mantendría a flote, cual barca de piedra, la población que brevemente hemos descrito.

Y entonces la afrenta les vino encima a aquellos vecinos. El proceso de confiscación de las tierras determinó un precio de un tercio de su valor, que además terminó de pagarse en los años setenta. Y como el llenado del pantano lleva años, los vecinos que tenían las tierras más cerca del pueblo pudieron seguir cultivándolas, pero el Estado les cobró una renta por una propiedad expropiada que aún no había pagado, y para que no pudieran tener pastos para el ganado, se plantaron con trabajadores traídos de Andalucía, pinos y eucaliptus, especies arbóreas de rápido crecimiento que no se conocían en aquella parte del mundo. Y para remate, al seguir subiendo las aguas se anegaron diversas fuentes y se inundó el cementerio, teniendo que retirar los vecinos los restos de sus difuntos. He utilizado el sustantivo afrenta, que en sus diversas acepciones significa agravio, ultraje, desprecio, burla, mofa, zaherimiento, escarnio, vejación, o ignominia, o sea, lo contrario de respeto o consideración. Sus murallas no les sirvieron de defensa, la ocupación comenzó en 1960 y el desalojo total se produjo en 1964.
Granadilla es un pueblo para pasearlo despacio, caminar su paseo de ronda y contemplar el pantano; hacia dentro, se ven los restos de las casas con sus dependencias y sus huertas; todo ello junto con su abandono nos produce una curiosa sensación de tristeza y melancolía.

Pero con eso y con todo, Granadilla fue capaz de entregar hijos al mundo, como es natural, y alguno hubo de tener dotes especiales. Del único que yo tengo conocimiento es de Enrique Jiménez Carrero (Granadilla 1953, viviendo en Madrid actualmente) pintor y escultor con obra en múltiples pinacotecas. Encontré una tela suya, justamente antes de conocer Granadilla, en el Museo Pérez Comendador-Leroux en Hervás, que bien cercano es un Museo muy recomendable, no solo por la obra de Enrique Pérez Comenador y su esposa Madeleine Leroux, sino también por otras colecciones de distintos autores; su director César Velasco fue pieza clave para completar este texto sobre Enrique Jiménez Carrero. Por otro lado Hervás es un destino imprescindible para quien quiera seguir la huella judía en Sefarad.

Como verán en la foto al pie, Mujer en rojo, la pintura de Enrique Jiménez Carrero no pasa desapercibida: su característico empleo del rojo y el blanco, los colores de la sangre y la luz como él mismo señala, y la delicadeza del dibujo, convierten sus cuadros en obras maestras.




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