La casualidad ha querido que, precisamente hoy, haya yo recibido el ejemplar impreso de OP Machinery, correspondiente al mes de mayo de 2014. Tengo, por tanto, libertad para incluir en este blog el artículo El pato con muletas que aparece en dicho número.
Han concluido estas dos jornadas almibaradas como cuento de hadas, llenas de príncipes y princesas; ha sobrevenido la debacle futbolera y podemos dejarnos ya de tanto circo y hablar del pan; hemos tenido manifestaciones por la República y hemos adornado nuestros balcones con la bandera tricolor, siguiendo las indicaciones de la alcaldesa de Madrid. Les dejo, pues, el artículo indicado, en la esperanza de que les guste.
EL
PATO CON MULETAS
En
la política americana se conoce como pato
cojo al presidente saliente en esos meses que transcurren desde que ha
perdido las elecciones, o no puede volver a presentarse, hasta que el nuevo
electo toma posesión de su cargo. Fiándolo a la memoria, diría que las
elecciones USA tienen lugar en noviembre en tanto que la jura del cargo va a
ser en el febrero siguiente.
En
esos meses es cuando el presidente saliente sigue ejerciendo pero sabe, a
ciencia cierta, que ya, propiamente, es un presidente interino. No tomará
decisiones que afecten al mandato de su sucesor, y se espera, que le facilite
las cosas. En definitiva, es un pato cojo, no me pregunten el por qué de ese
apelativo.
Por
estos lares vivimos una situación parecida, con la enorme ventaja de que ambos
personajes, el que sale y el que entra, pertenecen no solamente al mismo
partido sino a la misma familia. Se supone, por tanto, que tendrán el máximo
interés en que las cosas vayan bien, que hablarán a diario de todo lo
pertinente y que ambos cuidarán de la finca con la dedicación que pondrían un
padre y su único hijo heredero que vivieran de la misma y tuvieran puesta en
ella sus máximas esperanzas...
De
modo que comprenderán ustedes lo singular del caso español, la enorme ventaja
de que nos hayamos dotado de este moderno sistema político y no de esas
repúblicas extranjeras que rigen por ahí fuera.
Por
consiguiente –que decía el anterior dirigente de la UGT- no tiene nada de
extraño que esa familia, la dueña de la finca, haya ido preparando con tiempo y
mimo el proceso de transferencia de poder. Y seguramente, aunque esto ya es
cosecha de mi magín y puede que me equivoque, hayan pegado un acelerón al
proceso a la vista de los resultados de las elecciones europeas del 25 de mayo.
Sí, sí, está claro que son europeas como acabo de decir, pero lo mismo han
pensado que puedan marcar tendencia y nunca se sabe. Al fin y al cabo, son
conscientes por experiencia familiar, de que el abuelo y bisabuelo respectivos
hubo de abandonar la finca como consecuencia de unas elecciones municipales. Y
para remate –valga la redundancia- el Éibar ha logrado el ascenso a la primera
división con el presupuesto más bajo de la categoría. Así que para qué esperar
más, se habrán dicho, lo hacemos ahora que aún tenemos garantizada la mayoría
parlamentaria en el Congreso, y aquí paz y después gloria.
Se
sabe que están pensando en ciertos detalles, a saber: como quiera que hay
cambio en la persona que lleve las riendas de la familia, será éste el jefe en
todos los sentidos. La familia quedará reducida a él mismo y a los suyos
propios, se nombrará nueva princesa de Asturias a la primogénita, sus hermanas
–de Él- serán familia del rey pero no
pertenecerán a la familia real, vamos cosas así. Los mal pensados pueden decir
que esto último obedece a una motivación muy clara, pero fíjense que sigue una
completa lógica.
Se
hacen cábalas sobre cómo será la ceremonia de traspaso de poderes. Recuerden a
este propósito, cómo es la ceremonia americana. El presidente entrante, en pié,
jura ante la Biblia –ya saben que esos son muy de Biblias y tal- con un
discurso requetesabido, para acto seguido, recibir los parabienes de su familia
y sus próximos. Imagino que aquí será algo parecido, el juramento, la entrega
del cetro y la corona – ¿tendrán la misma talla de cabeza?- y el abrazo entre
padre e hijo. Espero, eso sí, que dejen el atuendo militar –o peito de lata, que dice un amigo mío,
gallego- por un terno de calle actual y sin estridencias.
Una
pregunta: ¿quién le sostendrá al viejo las muletas?