LOS
DISCURSOS IRREALES Y LA ESPAÑA REAL
Hay
que reconocerlo, Su Majestad estuvo brillante en su discurso del teatro
Campoamor de Oviedo. Con sus habituales dicción perfecta y majestuosa –valga la redundancia- presencia, estuvo
soberano (vaya por dios, otra redundancia) Se había currado el discurso hasta
el punto de que lo pronunció de corrido, como los grandes oradores a los que
ante el convencimiento en lo que dicen las palabras les brotan del cerebro con
una fluidez sólo acompasada por la necesidad física de tomar aire mientras vuelven
la mirada a derecha e izquierda del
auditorio que no tiene otra opción que obligarles a detenerse ante los atronadores
aplausos a los que se ve compelido a entregarse por el contenido emotivo y
racional de las palabras que escucha (…uff!, largo, ¿no?)
Los
Premios Princesa de Asturias 2017, que por cierto no estaba presente, habían
congregado en el Campoamor a un poeta y pensador, a los tres máximos
representantes de la UE, a la selección de rugby de Nueva Zelanda, a los tres
científicos descubridores de las ondas gravitacionales (¡Chapeau!), al
Instituto que les ha prestado apoyo, a un artista plástico, a un grupo de inteligentes
humoristas, y a una especialista en ciencias sociales. Todos ellos venidos del
ancho mundo, con la excepción quizás de Asia. También estaba lo más florido de
la sociedad asturiana y de la clase política española. Fuera del Campoamor, dos
manifestaciones, una de apoyo al monarca y su cohorte, ondeando la enseña
patria, esa España auténtica, racial, profunda, que cuando se desborda, que en
ocasiones lo hace, trata de imponer su falta de ideas aunque sea a la fuerza.
La otra, ya saben, los de siempre, los protestones, los que nunca están
contentos con nada, los que no tienen respeto a la autoridad ni a las leyes que
de ésta emanan. Que siempre se están quejando de los recortes en sanidad o en
educación, de la precariedad laboral, de los bajos salarios, de las horas
extras sin pagar, de la emigración laboral (¡no saben que, en realidad, es
movilidad laboral!), de la desigualdad galopante, del despoblamiento del campo
español, del envejecimiento de la población española, de las bajas pensiones,
qué sé yo, en definitiva, de todo.
Esos
Premios Princesa de Asturias 2017 le ofrecían al rey una magnífica oportunidad
para hablar de arte, de ciencia, de poesía, de humor, etcétera, en definitiva
de todas las cosas que mejoran nuestra vida, pero no, eligió hablar de
Cataluña, asunto que a muchos de los premiados puede caerles muy lejos. Y a
nosotros, nos caen más cerca asuntos como la corrupción, el caso Noos, o la criminal
caza de elefantes, que como dice mi mujer, a él también le han de resultar muy
próximos.
Así
que, ¿con qué nos quedamos, con los discursos irreales o con la España real?