miércoles, 28 de septiembre de 2011

Sacrificios

     Le preguntaron al Borbón, a la entrada de un ágape ofrecido por el Congreso, si preveía que harían falta más sacrificios; como persona informada, respondió afirmativamente. En un aparte con el Presidente de las cortes, le dijo: !La de gambas que hay que comer para llevar un plato de lentejas a casa!

jueves, 22 de septiembre de 2011

La que viene








No es más que un indicio, un tanteo, un globo sonda como se dice en política. Pero significa que ya preparan el camino, tienen claro lo que quieren hacer, sólo resta esperar a noviembre.
Ellos piensan –porque lo dicen, no se recatan en ello-, que la actual televisión española es un instrumento al servicio del gobierno; claro, comparan con lo que hacen en Telemadrid, y entonces les parece que lo de TVE está al servicio de los sociatas y los de la ceja, como dice la Espe. Y ensayan lo que harán cuando lleguen al poder.
Así y de ninguna otra manera hay que entender lo que hicieron ayer en el Consejo de Administración de RTVE: Implantar la censura previa. Ellos decidirán qué noticias dar y cuáles no. Vamos, ni más ni menos que lo que hacen en todas partes. Nosotros no tenemos aún la suficiente madurez y necesitamos ser teledirigidos. ¡Permanezcan atentos a la pantalla! 

domingo, 18 de septiembre de 2011

Al patrimonio por el matrimonio




¡AL PATRIMONIO POR EL MATRIMONIO!(*)




Han corrido ríos de tinta –bueno, tinta virtual, sobre todo- a propósito del renovado impuesto sobre el patrimonio. Entre la cohorte de tertulianos, han sido de ver los esfuerzos de tantos en contra de tal figura recaudatoria. El mismo Botín, a quién supongo que no le afectará en gran medida, pues tendrá muy poco patrimonio a su nombre, ha sido más escueto en sus declaraciones, limitándose a un lacónico no estoy nada de acuerdo.

Ahora bien, yo si que estoy bastante de acuerdo con las manifestaciones del candidato Rajoy, cuando ha dicho que hay muchas personas que viven de las rentas del patrimonio que han heredado. ¿Y qué se pretende ahora, complicarles la vida a estas personas? No me parece de recibo, es gente que no ha trabajado, que se ha limitado a cortar el cupón o a cobrar las rentas y no se las puede poner de repente en la tesitura de tener que ganarse la vida. Para eso ya tenemos a los que nunca han heredado, a los que nunca han tenido otro capital que la fuerza de sus brazos y ahora no encuentran la oportunidad de hacerla rentable, a los que han tenido que deshacerse de algún bien para seguir malviviendo, a los que han consumido ya la prestación del desempleo, etcétera, etcétera, etcétera. Pero claro, esta gente está acostumbrada a vivir así, en el filo de la navaja digamos, nunca han tenido nada, no saben, por tanto, lo que se pierden; sin embargo, aquellos que por familia o esfuerzo personal gozan de una situación afortunada han de sufrir, por fuerza, una gran contrariedad con un impuesto como el que comentamos

En el caso de Botín se dan las dos circunstancias, así que su sufrimiento debe de ser doble. Y, ¿es lógico aplicarles este suplicio, a ellos, que son los que pueden crear empleo? No les van a quedar ganas, eso es tirar piedras contra nuestro propio tejado.

Así que de aumentar el impuesto a las Sicav, de poner un impuesto a las grandes fortunas, de perseguir el fraude en gran escala y la evasión de capitales, mejor ni hablar: Eso sería el colmo de los despropósitos, los ricos se nos irían del país y, entonces, ¿qué haríamos sin ellos? ¿En quienes nos miraríamos?

Hoy se dice que el mismo Obama reclama más  impuestos para los que ganen más de un millón de dólares al año. ¿Será verdad lo que dijeron algunos, que cómo se podía elegir a un negrata? 

(*) Tercera ley de Parkinson




domingo, 11 de septiembre de 2011

Once de septiembre



 

      

      Se cumplen en esta fecha los diez años de los atentados de Nueva York; asimismo, ocho meses del terremoto de Fukushima. Falta en ambos casos la necesaria perspectiva histórica para analizar   y comprender la importancia y la repercusión de esos hechos. Pero los medios no nos han recordado otro aniversario, el trigésimo octavo en este caso, de otro acontecimiento histórico, también un once de septiembre.

          Quiero recordarlo para ustedes con un texto, escrito ya hace algunos años, y que pretende mostrar cómo un hecho extraordinario puede trastornar la vida diaria de cualquier persona. Lógicamente, tuvo gran importancia en otras esferas de la vida, pero eso se escapa a este propósito.

 

 

                      UNA NOCHE DE SEPTIEMBRE









Le ha despertado una sensación de opresión en el vientre. Medio dormida se revuelve en la cama, pero el peso sigue lo mismo. Entonces vuelve a la realidad, con una mezcla de pudor y pánico. Con cuidado, para no despertarle,  retira la mano de Alfredo de encima de su propio vientre y la coloca a lo largo del ajeno cuerpo desnudo, haciéndose ella misma a un lado. ¿Es Alfredo o es Arturo? No, no, es Alfredo, recuerda las bromas acerca de Hitchcock y Fred Astaire a propósito de su físico y sus habilidades. Le echa una rápida mirada y él se remueve a su vez, llevándose la mano derecha al sexo, ahora en paz.
Palmira se levanta, sigilosa, y se dirige al baño para salir al poco envuelta en el enorme albornoz con el anagrama del hotel. No ha querido quedarse ante el espejo, por no verse a sí misma en aquella situación y no tener que responder a las mudas preguntas de sus ojos. Junto a la ventana, empuja a duras penas uno de los enormes butacones para medio sentarse en su respaldo, los pies apoyados en la tibia madera del antepecho. No bien lo ha conseguido, vuelve la mirada sobre su hombro derecho, hacia la cama, y al ver el cuerpo desnudo de Alfredo, siente algo, entre remordimiento y vergüenza. Retorna a la cama y lo tapa hasta el pecho con la sábana que está caída a los pies. Alfredo hace un leve movimiento sin despertarse, abre y cierra un par de veces la boca y queda con ella abierta, la cabeza ligeramente ladeada y emitiendo un leve y regular ronquido.
Palmira vuelve a su postura ante la ventana para ver las luces de la ciudad que se extiende ante sí, ciudad que ahora se le antoja extraña, hostil, peligrosa, y no la ciudad en la que ha nacido y crecido, donde ha pasado toda su vida. Trata de reconocer algo de ella, pero no es fácil, no hay muchas luces que pueda identificar. A lo lejos, en lo alto, cree entrever, titilando, las luces de Providencia, su barrio. Allí estarán descansando, ajenos a todo e ignorantes de esta última noche, Hans y Marcela.
¡Ah, Marcela!, hija de sus entrañas, con su agradable olor de niña, sus trencitas rubias, durmiendo apaciblemente, en sus sueños infantiles. Pronto, dentro de tres o cuatro horas -calcula, no tiene un reloj a mano- la despertará Consuelo para prepararla para el colegio, y Marcela preguntará por ella, su madre, extrañada de no verla como cada mañana junto a su cama de  niña. Eso contando con que Hans se acordara anoche de advertírselo a Consuelo. ¡Hans, Hans, la que has liado! Se empeñó ayer en que bajara a comer con él y con el español al centro.
-Ya verás, Palmira, es un tipo divertidísimo, además, con estos líos, hace semanas que no comemos fuera. Y nos contará cómo se ve esto en Europa, si allá lo entienden, acaba de llegar. Comeremos pronto, y antes del toque de queda estaremos en casita. ¡Vamos, anímate!
Después… ¡todo había sido tan diferente! La cita en el hotel del español, la tardanza cada vez más extraña de Hans, él que tanto se jactaba de su puntualidad germana. Al final, la llamada telefónica, angustiosa ya:
-No te preocupes, Palmira. He tenido una avería en el carro al salir de la fábrica. No intentes venir ahora para casa, el toque de queda está al caer y apenas hay taxis por el centro.
-Pero entonces, ¿qué hago, Hans, si no puedo salir del hotel?
-Nada, no te preocupes, te digo. Toma un cuarto y duerme ahí. Yo bajo en la mañana a buscarte. Me ocuparé de Marcelita, tranquila. ¿Ya viste al español? Creo que se llama Arturo o Adolfo, no me acuerdo bien. Explícale el caso.
-Claro que lo he visto, Hans, llevamos tanto tiempo esperándote…
-Bueno, me disculpas con él, dile que lo veré en la mañana. Que descanses bien, mi amor.
Así fue como se quedó frente a frente con el español, muchos años más joven que Hans, algo más joven que ella misma también. Un tipo divertidísimo, en efecto, más educado que la mayoría de sus compatriotas, y que no estaba dispuesto a malgastar la noche solo.
-En este caso, permítame que la invite a cenar Sra. Von Ausenick.
Fue una de las últimas veces que la trató de usted, aunque, eso sí, siempre con una extraordinaria corrección. En efecto, la invitó a cenar, eligió él mismo el vino, un Concha y Toro del 63 y le contó muchas cosas, excepto cómo se veía eso en Europa. Evitó esa conversación y fue derivando, cada vez más, hacia temas personales.
Palmira no se recordaba a sí misma hablando de esas cosas, hacía años, desde antes de casarse con Hans. A éste no le interesaban ya, y se sorprendió viéndose lo animada que hablaba con aquél español tan simpático. Después empezó a parecerle interesante y se vio aceptando la sugerencia de bailar en la discoteca del hotel. Su sorpresa fue mayor al constatar la gran cantidad de gente que había dentro. ¿Cómo harían para evitar el toque de queda? ¿Se quedarían como ella, a dormir allí, o serían todos forasteros? Estas preguntas la inquietaron, empezó a pensar que podría ser vista por algún conocido. Sin saber cómo, aceptó la invitación de Alfredo para tomar la última copa en el cuarto. Ella prefirió que fuera en el suyo, por si llamaba Hans. Alfredo no puso objeciones, pero se trajo la bebida de su propia habitación, guiñándole un ojo. Lo que vino después fue como un torbellino. Alfredo resultó ser un amante tierno y dulce, reposado y constante en sus caricias, firme y apasionado en los abrazos. Palmira no conocía algo así, era tan diferente con Hans, que era violento y pesado como un fardo…
Siente un estremecimiento y se pasa la mano derecha por la nuca, hundiendo sus dedos por la raíz de su cabellera. Ahora divisa algunas luces más, la ciudad aparece envuelta por una neblina que genera una débil lluvia, impropia de esos días de septiembre. Puede ver las luces de algunos vehículos, patrullas del ejército o la policía, supone. Le parece entrever la sombra turbia del Mapocho… ¿Será verdad que baja cadáveres, arrastrados por la corriente? Se le pone la piel de gallina, y recuerda las imágenes de la aviación bombardeando La Moneda, y lo que ha oído contar acerca del Estadio Nacional.
¡Dios mío! , ¿Será cierto, o sólo una mala pesadilla? Había sorprendido a Consuelo, en la cocina, llorando en silencio: ¡Tenía dos sobrinos desaparecidos! ¡Cómo habían llegado a ese punto, qué había ocurrido con sus vidas para llegar a aquel extremo, qué iba a pasar con el país, a qué situaciones de odio y enfrentamiento podía llegar la gente!
Percibe un leve ruido en la cama, a sus espaldas. Gira la cabeza para ver como Alfredo, todavía dormido, aparta de sí la sábana, apremiado por el calor y dejando a la vista gran parte de su anatomía. Al verlo, al ver aquel cuerpo que tan feliz la ha hecho, Palmira nota cómo a la piel de gallina de instantes atrás, le sustituye una oleada de  calor que le arranca de la nuca, y le va invadiendo el cuerpo entero, hasta sentir un hormigueo conocido en el vientre y una sensación de debilidad en las extremidades.
Se acerca a la cama, se despoja del albornoz y se desliza, desnuda como está, hasta apretarse al cuerpo de Alfredo, palpitante y tan lleno de vida. Le parece que éste entreabre los ojos. Se abraza a su cuerpo, susurrándole muy quedo: ¡Abrázame, abrázame, te necesito!






miércoles, 7 de septiembre de 2011

Cetrería





Imagina, estimado lector, esta imagen: nuestro hombre es, cuando menos, un noble; la época, medieval; caballero en su corcel, con el guantelete de cuero en la siniestra, del que va y viene, obediente, el halcón fiero; tensa la brida en la diestra, gozando de sus posesiones y cobrando las piezas que pueblan sus aires y sus tierras. Porque, en efecto, puede cobrarse un gazapo o una torcaz, pongo por caso. Nada sabemos de lo que se hace con lo cobrado. Podemos suponer que un peón lo desplume o desolle, según la ocasión, y, luego se lo lleve, en premio, a su propia y humilde morada.

Imagina ahora esta otra: un pobre campesino chino, en camiseta, bajo su sombrero cónico, en su pequeño chinchorro, junto al bancal de arroz que le sirve de sustento, esperando paciente mientras el albatros –o la clase de pelícano que sea- se sumerge constantemente para volver a la superficie con algún pez que no puede tragarse, debido a la argolla que le ha sido diestramente colocada al extremo de su cuello; pez del que es despojado, que quedará en el fondo plano de la barca, al mismo tiempo que el ave es empujada, sin miramientos, otra vez al agua, para otra inmersión que el chino esperará igual de productiva.

Ambas actividades hablan, alto y claro, de la capacidad humana para domesticar ciertos animales, usándolos en la caza de otros, sea para solaz o para alimento.

Claro, hay diferencias entre una y otra actividad: la una se celebra siempre en tierra, la otra en el agua; las piezas cobradas son, también, diferentes; el noble se entrega a su afición, el chino completa su dieta alimenticia…

Por eso, la una no tiene nombre, en tanto la otra es el noble arte de la cetrería: ¡a dónde vamos a ir a parar! Pero también, esta otra nos lleva a la vieja Europa y aquella a la pujante Asia. ¿Tendrá esto algún significado?