domingo, 11 de septiembre de 2011

Once de septiembre



 

      

      Se cumplen en esta fecha los diez años de los atentados de Nueva York; asimismo, ocho meses del terremoto de Fukushima. Falta en ambos casos la necesaria perspectiva histórica para analizar   y comprender la importancia y la repercusión de esos hechos. Pero los medios no nos han recordado otro aniversario, el trigésimo octavo en este caso, de otro acontecimiento histórico, también un once de septiembre.

          Quiero recordarlo para ustedes con un texto, escrito ya hace algunos años, y que pretende mostrar cómo un hecho extraordinario puede trastornar la vida diaria de cualquier persona. Lógicamente, tuvo gran importancia en otras esferas de la vida, pero eso se escapa a este propósito.

 

 

                      UNA NOCHE DE SEPTIEMBRE









Le ha despertado una sensación de opresión en el vientre. Medio dormida se revuelve en la cama, pero el peso sigue lo mismo. Entonces vuelve a la realidad, con una mezcla de pudor y pánico. Con cuidado, para no despertarle,  retira la mano de Alfredo de encima de su propio vientre y la coloca a lo largo del ajeno cuerpo desnudo, haciéndose ella misma a un lado. ¿Es Alfredo o es Arturo? No, no, es Alfredo, recuerda las bromas acerca de Hitchcock y Fred Astaire a propósito de su físico y sus habilidades. Le echa una rápida mirada y él se remueve a su vez, llevándose la mano derecha al sexo, ahora en paz.
Palmira se levanta, sigilosa, y se dirige al baño para salir al poco envuelta en el enorme albornoz con el anagrama del hotel. No ha querido quedarse ante el espejo, por no verse a sí misma en aquella situación y no tener que responder a las mudas preguntas de sus ojos. Junto a la ventana, empuja a duras penas uno de los enormes butacones para medio sentarse en su respaldo, los pies apoyados en la tibia madera del antepecho. No bien lo ha conseguido, vuelve la mirada sobre su hombro derecho, hacia la cama, y al ver el cuerpo desnudo de Alfredo, siente algo, entre remordimiento y vergüenza. Retorna a la cama y lo tapa hasta el pecho con la sábana que está caída a los pies. Alfredo hace un leve movimiento sin despertarse, abre y cierra un par de veces la boca y queda con ella abierta, la cabeza ligeramente ladeada y emitiendo un leve y regular ronquido.
Palmira vuelve a su postura ante la ventana para ver las luces de la ciudad que se extiende ante sí, ciudad que ahora se le antoja extraña, hostil, peligrosa, y no la ciudad en la que ha nacido y crecido, donde ha pasado toda su vida. Trata de reconocer algo de ella, pero no es fácil, no hay muchas luces que pueda identificar. A lo lejos, en lo alto, cree entrever, titilando, las luces de Providencia, su barrio. Allí estarán descansando, ajenos a todo e ignorantes de esta última noche, Hans y Marcela.
¡Ah, Marcela!, hija de sus entrañas, con su agradable olor de niña, sus trencitas rubias, durmiendo apaciblemente, en sus sueños infantiles. Pronto, dentro de tres o cuatro horas -calcula, no tiene un reloj a mano- la despertará Consuelo para prepararla para el colegio, y Marcela preguntará por ella, su madre, extrañada de no verla como cada mañana junto a su cama de  niña. Eso contando con que Hans se acordara anoche de advertírselo a Consuelo. ¡Hans, Hans, la que has liado! Se empeñó ayer en que bajara a comer con él y con el español al centro.
-Ya verás, Palmira, es un tipo divertidísimo, además, con estos líos, hace semanas que no comemos fuera. Y nos contará cómo se ve esto en Europa, si allá lo entienden, acaba de llegar. Comeremos pronto, y antes del toque de queda estaremos en casita. ¡Vamos, anímate!
Después… ¡todo había sido tan diferente! La cita en el hotel del español, la tardanza cada vez más extraña de Hans, él que tanto se jactaba de su puntualidad germana. Al final, la llamada telefónica, angustiosa ya:
-No te preocupes, Palmira. He tenido una avería en el carro al salir de la fábrica. No intentes venir ahora para casa, el toque de queda está al caer y apenas hay taxis por el centro.
-Pero entonces, ¿qué hago, Hans, si no puedo salir del hotel?
-Nada, no te preocupes, te digo. Toma un cuarto y duerme ahí. Yo bajo en la mañana a buscarte. Me ocuparé de Marcelita, tranquila. ¿Ya viste al español? Creo que se llama Arturo o Adolfo, no me acuerdo bien. Explícale el caso.
-Claro que lo he visto, Hans, llevamos tanto tiempo esperándote…
-Bueno, me disculpas con él, dile que lo veré en la mañana. Que descanses bien, mi amor.
Así fue como se quedó frente a frente con el español, muchos años más joven que Hans, algo más joven que ella misma también. Un tipo divertidísimo, en efecto, más educado que la mayoría de sus compatriotas, y que no estaba dispuesto a malgastar la noche solo.
-En este caso, permítame que la invite a cenar Sra. Von Ausenick.
Fue una de las últimas veces que la trató de usted, aunque, eso sí, siempre con una extraordinaria corrección. En efecto, la invitó a cenar, eligió él mismo el vino, un Concha y Toro del 63 y le contó muchas cosas, excepto cómo se veía eso en Europa. Evitó esa conversación y fue derivando, cada vez más, hacia temas personales.
Palmira no se recordaba a sí misma hablando de esas cosas, hacía años, desde antes de casarse con Hans. A éste no le interesaban ya, y se sorprendió viéndose lo animada que hablaba con aquél español tan simpático. Después empezó a parecerle interesante y se vio aceptando la sugerencia de bailar en la discoteca del hotel. Su sorpresa fue mayor al constatar la gran cantidad de gente que había dentro. ¿Cómo harían para evitar el toque de queda? ¿Se quedarían como ella, a dormir allí, o serían todos forasteros? Estas preguntas la inquietaron, empezó a pensar que podría ser vista por algún conocido. Sin saber cómo, aceptó la invitación de Alfredo para tomar la última copa en el cuarto. Ella prefirió que fuera en el suyo, por si llamaba Hans. Alfredo no puso objeciones, pero se trajo la bebida de su propia habitación, guiñándole un ojo. Lo que vino después fue como un torbellino. Alfredo resultó ser un amante tierno y dulce, reposado y constante en sus caricias, firme y apasionado en los abrazos. Palmira no conocía algo así, era tan diferente con Hans, que era violento y pesado como un fardo…
Siente un estremecimiento y se pasa la mano derecha por la nuca, hundiendo sus dedos por la raíz de su cabellera. Ahora divisa algunas luces más, la ciudad aparece envuelta por una neblina que genera una débil lluvia, impropia de esos días de septiembre. Puede ver las luces de algunos vehículos, patrullas del ejército o la policía, supone. Le parece entrever la sombra turbia del Mapocho… ¿Será verdad que baja cadáveres, arrastrados por la corriente? Se le pone la piel de gallina, y recuerda las imágenes de la aviación bombardeando La Moneda, y lo que ha oído contar acerca del Estadio Nacional.
¡Dios mío! , ¿Será cierto, o sólo una mala pesadilla? Había sorprendido a Consuelo, en la cocina, llorando en silencio: ¡Tenía dos sobrinos desaparecidos! ¡Cómo habían llegado a ese punto, qué había ocurrido con sus vidas para llegar a aquel extremo, qué iba a pasar con el país, a qué situaciones de odio y enfrentamiento podía llegar la gente!
Percibe un leve ruido en la cama, a sus espaldas. Gira la cabeza para ver como Alfredo, todavía dormido, aparta de sí la sábana, apremiado por el calor y dejando a la vista gran parte de su anatomía. Al verlo, al ver aquel cuerpo que tan feliz la ha hecho, Palmira nota cómo a la piel de gallina de instantes atrás, le sustituye una oleada de  calor que le arranca de la nuca, y le va invadiendo el cuerpo entero, hasta sentir un hormigueo conocido en el vientre y una sensación de debilidad en las extremidades.
Se acerca a la cama, se despoja del albornoz y se desliza, desnuda como está, hasta apretarse al cuerpo de Alfredo, palpitante y tan lleno de vida. Le parece que éste entreabre los ojos. Se abraza a su cuerpo, susurrándole muy quedo: ¡Abrázame, abrázame, te necesito!






6 comentarios:

  1. Como dices en la introducción, un hecho extraordinario es capaz de alterar el comportamiento de las personas, pero me llama la atención de que des nombres alemanes a los protagonistas chilenos. ¿Por qué es así?

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  2. No hace falta decir que en toda Sudamérica hay descendientes de alemanes, como los hay de cualquier otro origen.
    Pero tras la Segunda Guerra Mundial, hubo cierta inmigración en Chile. Hay que recordar el caso de Colonia Dignidad -!vaya nombre para un lugar tan indigno!- que mantuvo ciertas relaciones especiales con el régimen que se instauró tras los hechos que se citan en el relato. Es posible que tuvieran mucho en común.
    Fue ésta la razón que me llevó a utilizar nombres supuestamente alemanes, con perdón para los alemanes de bien, que son la inmensa mayoría.

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  3. También se dice en la presentación del relato que ocrrieron otras cosas de gran importancia pero que se escapan del alcance del mismo ¿Se puede saber a que se refiere?

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  4. El golpe militar encabezado por Pinochet el 11 de septiembre de 1973 acabó con la mayor tradición de democracia en toda Sudamérica, la muerte de Salvador Allende, presidente legítimo, y la muerte, encarcelación y exilio de miles ciudadanos chilenos, metiendo al país en una dictadura hasta el año 1990.
    Pero buscando concomitancias con la actual situación económica mundial, supuso la aplicación práctica de las teorías monetaristas de la Escuela de Chicago, encabezada por el Nobel Milton Friedman.
    Los llamados Chicago Boys, jóvenes economistas que se habían formado en aquella universidad, diseñaron una política económica caracterizada por la privatización de todas las actividades económicas susceptibles de ser privatizadas, incluidas las pensiones y los sistemas de salud, junto con una total desregulación del sector financiero, en línea con la que vino a practicarse después en USA y que muchos culpan de la actual crisis.
    Por supuesto, la clase dominante fue quien se beneficio de aquellas reformas, incluyendo aquí al actual presidente de la repíblica, Sebastián Piñera; Chile en su conjunto, continúa con su monocultivo de la exportación del cobre y, socialmente, las mejoras no han aprovechado al conjunto de la población.
    Eso sí, tanto el Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional, aprendieron bien aquellas recetas de reducción a ultranza del gasto público que siguen practicando en la actualidad y que tantos dolores de cabeza nos están proporcionando.
    Perdón por el ladrillazo.

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  5. Desde luego se le ve el plumero. Lo mismo que digo que escribe usted muy bien, no deja pasar una ocasión para atacar las posiciones ideológicas distintas a la suya. Y lo hace hasta en sus relatos. ¿No le parece demasiado?

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  6. Pues amigo mío, se equivoca usted en una cosa y acierta en la otra; !qué más quisiera yo que acertara en ambas!
    Pues sí, sigo, por inercia, o por contumacia, el estilo de Gabriel Celaya, a quién Paco Ibáñez puso voz y música, para aquellos versos que decían: Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales...
    Ignoro a qué generación pertenece usted, pero los que estuvimos en la universidad en aquellos años sesenta, difícilmente podemos olvidarlo.
    Y sobre las teorías monetaristas y las keynesianas, permitame que le recomiende la lectura del artículo titulado "Un desastre impecable", que casualmente apareció ayer en El País, firmado por Paul Krugman, también Nobel en el 2008, y que describe con absoluta clarividencia el escenario económico que atravesamos.
    Y muchas gracias por su comentario.

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