lunes, 22 de junio de 2015

In memoriam



Este artículo, aparecido en OP Machinery, en el nº de mayo, versa, así como el siguiente que saldrá en este mes de junio, sobre Eduardo Galeano, cuya muerte lamentamos el pasado mes de abril.




IN MEMORIAM

El título de este artículo iba a ser Las venas abiertas; cambié de idea el pasado 13 de abril. Sí, quería escribir sobre Eduardo Galeano y, sobre todo,  sobre su obra más conocida, pero ahora que me dispongo a hacerlo, tendré que ser más riguroso: se han publicado cientos de artículos acerca del autor y la obra; hoy ustedes son más conocedores que antes y ya no disfrutaré del efecto sorpresa.
Porque eso fue para mí, lector tardío de Las venas abiertas de América Latina, el libro que devoré el pasado mes de marzo durante una estancia en Inglaterra: una verdadera y sorprendente sorpresa. ¡Cómo un autor de sólo 30 años, pudo concebir y completar una aventura de tal envergadura! Porque aunque –como él mismo dice-, escribiera Las venas para difundir ideas ajenas y alguna experiencia propia, la obra,  en sus trescientas y pico páginas, es un verdadero compendio de la historia de América Latina, a la que da sentido un análisis del proteccionismo y del librecambismo que salpimienta el relato evenemencial de los últimos cinco siglos.
Estos dos hilos conductores, la historia y la economía política que se van entrelazando e imbricando, nos explican el devenir histórico del subcontinente, pero también el de España y Portugal y, aún más, el de Inglaterra, por no hablar del de los Estados Unidos. Y comprendemos porqué América Latina ha perseverado en la pobreza, y porqué los intentos de construir otra realidad autónoma en alguno de sus países fue abortada, diplomáticamente unas veces, violentamente, otras. Entendemos los golpes de estado, el papel de las élites, la subordinación de las economías nacionales y de sus intereses por intereses foráneos, las revoluciones y las contrarrevoluciones.
El oro de Potosí y Sucre, la plata de Zacatecas, el azúcar, el café, el caucho, el cacao, el algodón, el guano y el salitre, el cobre chileno, el estaño de Bolivia, el hierro de Brasil y Venezuela, el petróleo, son los dioses que han exigido el sacrificio de millones de personas, que han hecho surgir los latifundios y el hambre. También las guerras, las civiles y las regionales, y los golpes de estado de uno y otro signo.
Eduardo Galeano ha manifestado acerca de esta obra que no la escribiría hoy como lo hizo ayer. Estoy seguro de que lo habría hecho de una manera más perfecta aún, aunque no llego a imaginar la forma. Porque me parece difícil de igualar el proceso en que describe, por ejemplo, cómo la demanda mundial de café, llevó a la apropiación de tierras dando lugar al nacimiento del latifundio; cómo su cultivo en una expansión sin frenos, desalentó la producción de alimentos destinados al mercado interno, lo que llevó a una escasez de arroz, frijoles, maíz, o carne, sobreviviendo apenas una agricultura de subsistencia en las tierras menos aptas; cómo a pesar de los precios exteriores, los salarios continuaron siendo de hambre; cómo esto impidió el desarrollo de un mercado interno de demanda, al tiempo que lo necesario para vivir, a veces, se tenía que importar. Consecuencia: latifundios, riqueza concentrada, miseria en las clases trabajadoras y país empobrecido.
Igualmente Galeano es maestro en explicar cómo Inglaterra, y después, en su turno, Estados Unidos, practicaron una política claramente proteccionista hasta que el desarrollo de sus industrias pasó a necesitar de mercados exteriores por doquier, momento en el que triunfaron las ideas librecambistas, la libertad de comercio. Pero libertad de comercio para los demás; ellos continuaron manteniendo sus aranceles.
Todo lo anterior nos sirve para entender que aunque no hablemos de América Latina, el relato que subyace en su obra nos servirá para aplicarlo en cualquier circunstancia o país. Él ya no nos lo dirá, con esa entonación suya, grave y pausada: esa es la pérdida que hemos sufrido. El 13 de abril perdimos un hombre, pero nunca, nunca, perderemos su conciencia y su visión crítica.

viernes, 12 de junio de 2015

Va de títulos







Políticamente correcto; así ha sido unánimemente calificado –si no con estas mismas palabras, sí en su sentido- el gesto que ha tenido el Rey al despojar a su hermana, la listilla, del título de duquesa de Palma (Obsérvese que el municipio de Palma lo hizo hace ya tiempo, a su manera, al eliminar el rótulo correspondiente de de la calle en que estaba colocado)
Pero el asunto no para ahí: ni el Rey ni nadie tiene la autoridad suficiente como para quitarle el derecho sucesorio a la corona. No hace falta ser abogado para comprender que el derecho que cualquier persona tiene a una herencia no desaparece porque al causahabiente se le ocurra un buen día despojar de dicho derecho al heredero. Y ya sabemos todos que la corona se transmite de la misma manera que se transmite cualquier herencia; mejor dicho, las herencias se transmiten de forma paritaria, a salvo de legítimas, tercios de mejora y otras zarandajas legales. Hasta en eso es la institución monárquica tremendamente antidemocrática. Por no decir absurda, que es lo que están pensando la mayor parte de ustedes, porque ¿qué derecho tiene determinada familia a reinar en país ninguno? Alguno dirá que se reina por la gracia de Dios, como ponía en las antiguas monedas. Ah!, sí, contestarán otros, hubo un referéndum que convocó aquél dictador y con ello se legitimó la monarquía. Ya, ya recuerdo, entonces, ¿por qué no se convoca nuevamente, desde la legalidad democrática actual?
Así, si la familia Borbón volviera a ganar podría despojar del marquesado del Bosque a Don Vicente cuando la selección no gane el próximo campeonato.