miércoles, 26 de agosto de 2020

Frases de hoy en día






En cada tiempo hay frases cuyo uso se impone en las conversaciones diarias. ¿Quién no ha escuchado esa de como no podría ser de otra manera? Y no digo que esté mal dicho en algunos casos, pero la mayor parte de las veces se emplea como coletilla para continuar el discurso o enlazarlo por otro lado. Entonces percibimos la futilidad de la frase y, las más de las veces, la debilidad argumental del orador. Por otro lado puede servir para cuestiones políticas, la mayoría de las ciencias sociales, si me apuran, pero ¿lo ven ustedes de utilidad en matemáticas, en física, en química, por ejemplo?. En estas materias cabría la frase latina rebus sic stantibus, que tiene un uso reconocido en el mundo del derecho, pero que para el uso común no nos hemos tomado la molestia de traducirla (estando así las cosas, podría decirse).

Ha venido para quedarse. Esta frase está haciendo época, tan sonora, tan convincente, quien la pronuncia sabe de lo que habla y lo hace cargado de razón, no queda el más mínimo resquicio para la duda; ha venido para quedarse y punto, ya todo queda dicho, no ha lugar a la discusión.

Distancia social. Antes de la pandemia, por distancia social podríamos entender la amplitud entre las capas sociales en una determinada sociedad, pongamos por caso. Ahora no, ahora la distancia social es lo que siempre ha sido la distancia física, la necesaria separación entre dos cuerpos, algo parecido a cuando los árbitros de boxeo gritan break a uno o los dos combatientes que descaradamente se abrazan el uno al otro para lograr un poco de descanso, evitar la lluvia de golpes antes de que suene la campana y entren los “segundos” que tampoco les dejan descansar, no se crean ustedes, sino que les propinan esponjazos, toallazos, a ver si espabilan y les tratan de convencer de que llevan el combate ganado, a lo cual el boxeador, si aún conserva la consciencia, les contesta con aquello de pues vigila, que alguien me está sacudiendo de lo lindo.

Eso no, lo siguiente. Es una frase que te obliga – aunque no resulte tan complicado, no se alarmen ustedes- a localizar ese concepto que sigue, lo siguiente, y que siempre es aumentativo. Produce una cierta complicidad entre el que la pronuncia y el que la escucha, porque da por sentado que se va a entender sin problemas y se está de acuerdo en la progresión de que hablábamos.

Ahora bien, una amiga mía, a propósito del carpe diem, me dijo es lo que hago desde que veo la vida desde otro balcón. Me llamó la atención pues nunca lo había escuchado y me pareció una frase más compleja y difícil de usar; quizás eso la haga ser menos conocida. Desde otro balcón, que no el mío propio, desde otro punto de vista diferente al que tenía antes y que ahora he hecho mío, acomodo mi forma de actuar conforme a este nuevo punto de vista, y puede que me convierta en otra persona, al menos para ciertos comportamientos.
Puede que haga mención a ese balcón que nos ha albergado durante el confinamiento, pero igualmente puede que no. En su caso sé que se ha producido un cambio de balcón. Espero que lea esta entrada para ver si me saca de la duda.







jueves, 20 de agosto de 2020

Creencias y praxis






En la anterior entrada “Ciencia y creencias” tratábamos de hacer un somero análisis – en seiscientas y pico palabras- sobre ambos conceptos, y cómo interaccionan entre sí a partir de la acelerada marcha del conocimiento científico sobre la creación del cosmos, de su estructura y su devenir. No hablábamos del Big Bang, que se da por sabido, pero sí de la razón de ser de las religiones, y del sinsentido de éstas a medida que ese conocimiento científico crece y explica la razón de ser del universo.

Cerrábamos el comentario diciendo que ese conocimiento no necesita de creencia alguna, que, dicho sea con todos los respetos, es totalmente redundante en la senda que la humanidad se ha trazado por y para sí misma. Ese “todos los respetosviene a compensar lo que debemos a las creencias – léase, por ejemplo, el cristianismo, pero no solo- pues ciertamente aglutinan una moral natural en la que buena parte de los humanos nos hemos educado. Explico todo esto porque ha habido varios lectores que han podido sentirse ofendidos – me consta- y, repito, nada más lejos de mi intención.

Pero sí que pienso que las creencias, y nosotros somos un país de raigambre católica, pueden estar en el momento de pasar el punto de no retorno al reincidir en sus ideas e insistir en hacerlas norte y guía para una sociedad que ya no es lo que era. Esto explicaría muy bien la diferencia de criterio y pensamiento entre, por ejemplo, el papa Bergoglio y muchos obispos, abades y otros capitostes españoles de lo que en varios sentidos hace tiempo que constituye un grupo de presión intolerable y totalmente ajeno al verdadero sentido religioso.

Y como muestra vaya un botón: hace poco más de un siglo, en la primera década del XX para ser más exactos, una buena parte de la sociedad española bien pensante, fundó un periódico para defender – ¿se sentirían atacados?- el catolicismo, la oligarquía, la aristocracia, la gran burguesía, el conservadurismo, la iglesia y, por supuesto, la monarquía. Ese periódico se llama ABC y se ha mantenido fiel a sus principios, habiendo defendido por el camino la dictadura de Primo de Rivera, el golpe de estado de 1936, el régimen nazi y el franquismo. Y ha estado en contra del divorcio, del aborto y de la homosexualidad, por supuesto. Todos esas ideas o conceptos que han defendido suponen de hecho estar en contra de todos aquellos que no eran nobles, burgueses o empresarios, excluyendo a trabajadores, clases medias, u obreros del campo y demás morralla que parece no merecer otra cosa que la explotación a que son sometidos y el garrote vil para los que protesten. ¿Pensaban acaso que eso era el catolicismo, la justicia social, el progreso? ¿Era esa su misión sobre la faz de la tierra? Será por eso, precisamente, por lo que no pueden estar de parte de Bergoglio.

Y esto sigue siendo así, después de más de cien años. Poco importa que hoy, en la lista de diarios más vendidos haya diez o quince por delante; ellos siguen en sus trece. Lo hemos podido ver en el análisis que uno de sus más conspicuos columnistas, un tal Salvador Sostres, dedicaba a la salida de España del rey emérito hace unos días. Afirmaba este señor que la monarquía tiene un vínculo especial con la divinidad, tan especial que la inteligencia humana no es quién para analizarlo y, menos, para entenderlo. Y por consiguiente mal podremos, los míseros mortales, sentirnos capaces de criticar las acciones de la monarquía ni siquiera desde un punto de vista moral. Esto se nos escapa, no conocemos ese vínculo de un rey descendiendo directamente de la divinidad como proclamaban los faraones egipcios hace ya cincuenta siglos y, habría que añadir, no somos quienes para tratar esos temas tan especiales. Seremos súbditos sin más aspiraciones. Y menos mal que, al menos, existen personas como el señor ese, que nos advierten y nos avisan.

Esta deriva de las creencias a la praxis política pudiera ser inconstitucional. Pero seguramente tampoco podamos aspirar a esa discusión. El sínodo supremo dictaminará. Se dice que Jesús expulsó del templo a los mercaderes porque desvirtuaban el uso del mismo; éstos de ahora aspiran a expulsar a los propios fieles para quedarse solos en el templo. Y llevan camino pues las estadísticas muestran que cada vez son menos los españoles que confían en la iglesia.

Cuando dicen que su reino no es de este mundo, mienten como bellacos. Se aferran a éste por avaricia y porque saben que no existe otro después.






sábado, 15 de agosto de 2020

Ciencia y creencias






Las noches de agosto suelen prestarse a especiales experiencias. Su calma, su temperatura, nuestra predisposición a su contemplación son, quizás, lo que nos permite mirar al cielo con otros ojos. Dos amigos contemplan la luna que emerge de un horizonte cercano y, a medida que sube y sube, riela sobre el mar encalmado, permitiendo a pasos agigantados la visión de estrellas y más estrellas que conducen a la confusión sobre su tamaño y su situación en la galaxia. Resulta inevitable que los que observan el espectáculo se cuestionen sobre su naturaleza y su lejanía.
- Pues fíjate, dice uno de ellos, que no vemos ni una ínfima parte.
- ¿Cuántas habrá? Se cuestiona el otro.
- Infinitas, piensa que nosotros estamos en una galaxia, de la que no alcanzamos a ver prácticamente nada. ¿Cuántas galaxias crees que hay?
- Ni idea.
- Pues dicen que cien mil millones, aunque los astrónomos piensen que puedan ser doscientos mil y aún más, y el universo esté en continua y constante expansión.
- Y ¿todo eso lo ha creado Dios?
- A ti, ¿qué te parece?
- Pues me parece que es imposible.
- Eso mismo pienso yo.
La conversación continúa por esos derroteros, y los amigos concluyen que la idea de un creador pudiera ser aplicable a un mundo finito, menor que el que observan, pero que resulta imposible de mantener para una realidad como la que han comentado, y que otros seres y otras inteligencias han tenido que desarrollarse, de una u otra manera, en millones de los planetas similares al nuestro, y que quizá en cualquiera de ellos haya otras criaturas que a la misma hora estelar, contemplando la luna respectiva, tengan conversaciones parejas a la suya.

Este tipo de conversaciones han de ser corrientes hoy en día, pero hemos de comprender que años atrás el hombre, consciente de su escasa consistencia ante los fenómenos naturales que observaba y regían su vida incierta sobre la faz de la tierra, precisara aferrarse a la idea de un ser superior, a quien hacer responsable de la creación de todo lo visible y lo invisible, en quien depositar sus esperanzas y a quien pedir solución a sus necesidades. Esa es la razón de ser de todas las religiones habidas y por haber, y lo contradictorio es que creyendo básicamente en la misma idea aunque con distinto nombre, los humanos nos hayamos enzarzado en cruentas guerras sin final por cuestiones religiosas.

Por no hablar de la índole caprichosa e injusta de un creador que permite que millones y millones de niños nazcan para sufrir y morir, y haya reyezuelos y dictadores que se enriquezcan a costa de la muerte de sus súbditos; a esto la ortodoxia religiosa nos rebate con que los caminos del creador son inescrutables. Y se queda tan pancha.

De modo que nos encontramos ante esa realidad de cien mil millones de galaxias similares a la nuestra y debemos gestionar ese pozo inmenso de universo de cuyo conocimiento vamos teniendo un pequeño pero constante goteo, y debemos gestionarlo, repito, con unas creencias apenas válidas cuando todo el concepto de mundo se contenía – por el mísero tamaño de nuestro conocimiento- en una realidad que se circunscribía a un valle y unas ovejas. En otras palabras, cien mil millones de galaxias y Dios creando a Adán de un poco de polvo (cósmico, supongo), y a Eva de una costilla de Adán (¿cuál de ellas?)

Hace muy pocas horas la ciencia nos ha confirmado el “nacimiento” de una estrella de neutrones a partir de la explosión de una supernova gigante. Un científico mejicano en 1987 predijo, junto a un grupo de investigadores del Instituto Max Planck de Astrofísica que en la nube de polvo subsecuente había de estar la nueva estrella tras la explosión de una supernova con un tamaño ocho veces mayor que nuestro sol; hoy, desde un telescopio de Atacama (Chile) esa nueva estrella de neutrones ha sido confirmada y se supone que la materia de que dicha estrella está hecha pudiera ser de una densidad tal que una sola cucharadita de café tuviera un peso parejo al equivalente del de toda la población humana actual.

Este es un aspecto de la ciencia que muestra a donde nos lleva el conocimiento del universo. Empezamos a entenderlo sin ayuda de creencia alguna, que, dicho sea con todos los respetos, es totalmente redundante en la senda que la humanidad se ha trazado por y para sí misma.




martes, 11 de agosto de 2020

¿Son todos los políticos iguales?






Que todos los políticos son iguales es una de las frases más extendidas en nuestra sociedad; son todos iguales, se escucha por doquier, en la calle, en las terrazas, en la radio…, la gente, harta de tantas evidencias, de tantas injusticias, de tantos abusos, de tanto expolio, concluye su perorata diciendo ¡son todos iguales! Una verdad palmaria. Y ahí acaba la discusión.

Eso es lo que se dice, pero lo que en realidad se quiere decir es otra cosa, consciente o inconscientemente. Yo recuerdo bien mi niñez, cuando mi madre me decía, la política, para los políticos, o, no te metas en política, saldrás con la cabeza caliente y los pies fríos, mientras mi padre callaba. Ella había tenido presos a sus hermanos; a él le habían fusilado al único que tuvo, y, él mismo con mejor suerte, condenado a pena de muerte, purgó con tres años de cárcel el delito de defender la República, o sea, la legalidad. De esos tiempos vienen estas frases, tiempos en los que no había derechos y en cambio campaban la injusticia y la maldad, conformando la trama jurídica del nuevo Estado.

Pero no, no todos los políticos son iguales, ni siquiera parecidos. Siempre hay diferencias, incluso entre los de la misma tendencia, entre los del mismo partido. Los hay que luchan por unos ideales, otros por intereses personales, que encuentran realizables en determinado bando, por ajeno que les parezca.
Y son precisamente estos casos los que hacen que la mayoría de la gente, sin discernir lo suficiente, eleve a categoría lo que no es más que una anécdota. ¿Es igual Felipe González que Zapatero, o Mariano Rajoy que Josemari Aznar en el otro bando? Hay gente de derechas que son personas respetables y gente de izquierdas que cursa, como dicen los médicos cuando hablan de un virus o una bacteria, en síntomas lo más alejados posible de su origen.

Claro que siempre hay que discernir entre la gente que se mete en política para medrar y aquellas personas que defienden unas determinadas ideas. A veces estos últimos abandonan las pretendidas ideas y se quedan con lo material; a los otros se les ve desde lejos, desde sus inicios, si me lo permiten

Por tanto, la experiencia nos sirve para diferenciar a unos de otros, a los que están movidos por un espíritu de servicio que ponen a disposición de los demás, de los que están en esa actividad para medrar a costa de los otros. No me parece que esto sea una tarea difícil, ni que esté reservada a mentes preclaras, si existen. Exagerando, si vemos a un doctor en cualquier disciplina académica, que le permitiría ganarse la vida en la jungla laboral, meterse en un partido donde las posibilidades son escasas, podríamos pensar que lo hace por un afán de servicio a la sociedad. Por otro lado si vemos a otro que presume de un máster por la prestigiosa universidad de Aravaca, (pongo por caso) podemos pensar sin mucho riesgo a equivocarnos que está buscando en la actividad política una opción que en la empresa privada le resultaría muy difícil hallar.

Así, que no creo que todos los políticos sean iguales. Buenas y malas personas hay en todas partes, es indudable, y trepas y especialistas en zancadillas encontraremos en el amplio escaparate político, pero si aplicamos un poco de criterio no será tan difícil acertar.

Por eso es fundamental que los poderes sean muy cuidadosos con los destinos que ofrecen a políticos que vienen de vuelta. Los apetecibles asientos en ciertos Consejos de Administración, las puertas giratorias, como vulgarmente se llaman, son aspectos que la opinión pública no puede – ni debe- aceptar. Para que nadie piense que todos los políticos son iguales.

Ni todos los reyes, habría que añadir, tras las hazañas del emérito.

miércoles, 5 de agosto de 2020

Dos noticias






Este año, por si no fuera suficiente todo lo relacionado con la pandemia, nos ha ofrecido para empezar agosto dos noticias bien dispares entre sí pero que ilustran de forma definitiva la importancia del origen, de la familia, de la situación social y de, cómo no, la manera en que te trate la vida.

La primera de ellas relata los últimos días de Eleazar Blandón. Con ese nombre pudo haber tenido algo más de suerte, pero pesaron más los condicionamientos sociales. Eleazar tenía 42 años y era nicaragüense, un pobre nica como se les conoce en Centroamérica, cargado de familia y sin otra esperanza que buscarse fuera una posibilidad de vida mejor. Vino a España en octubre pasado y encadenó los trabajos precarios que pudo. Su fin lo encontró en Lorca en la cosecha de sandías. Cobraba, si se alcanzaba el mínimo de camiones cargados, una paga en torno a los 30 euros diarios, con horarios de siete de la mañana hasta las seis de la tarde, con una parada de media hora a las diez de la mañana para comer algo y otra de una hora a las dos de la tarde. Las altas temperaturas y el esfuerzo continuado le provocaron un golpe de calor del que no pudo recuperarse, y murió en el centro de salud en el que le dejaron semiinconsciente durante el recorrido que la furgoneta que les llevaba a él y sus compañeros a diario, pasó por el ambulatorio; no iban a llamar a una ambulancia para que fuera a recogerle.
¡Qué poco vale la vida de un hombre, sobre todo si es extranjero y pobre! Recuérdenlo cuando coman sandía o melón este verano.

La segunda noticia les resultará más familiar. Habrá muy pocos españoles que no la conozcan. Sí, es la salida del rey emérito. Según parece ha sido la extrema izquierda podemita, comunista, filoetarra, separatista y venezolana la culpable de esta felonía, aunque no me he enterado bien si en el mismo orden en el que lo he dicho.

Han corrido, literalmente, ríos de tinta, y créanme si les digo que, como todos ustedes, he recibido al pie de una docena de memes, pero el que reproduzco a continuación me ha parecido el de un más profundo sentido, y el que resume todos los demás.




Que así sea.