sábado, 28 de diciembre de 2013

Manar






Es esta la cuarta vez que hacemos referencia en estas páginas a la lamentable contienda en Siria; una de las entradas anteriores se titula Homs. Pues bien, de esa ciudad, Homs, es originaria la familia de Manar Almustafa. Y esa familia sufrió los efectos de una bomba sobre su hogar, que en el caso de esa mujer dejó su cuerpo lacerado por el fuego en su noventa por ciento.
De eso ha pasado año y medio e ignoro cómo llegaron a Melilla hace ahora dos meses. Entonces solicitaron asilo político. Ahora se les ha concedido protección subsidiaria y han podido pisar tierra peninsular, poniendo rumbo a Barcelona donde Manar podrá ser tratada de sus quemaduras.
Ustedes quizás se pregunten cómo es posible tamaña insensibilidad para no haber resuelto este caso en escasos días, o si me apuran, en horas. Pero deben comprender que quién tiene autoridad y poder suficientes para ello habrá estado muy ocupado en acudir a su misa diaria, en elaborar y defender en el Congreso la ley de Seguridad ciudadana y en decidir sobre las concertinas de esa frontera.
Y es que las cosas son así, vivimos en un mundo donde el capital tiene libertad para moverse por doquier, para lograr mayores rendimientos dejando tras de sí miseria y desolación, pero donde las personas no pueden, ni siquiera en casos tan flagrantes como el que nos ocupa, trasladarse de país buscando una vida mejor.
Y nosotros, ¡hablando de Cataluña!

jueves, 19 de diciembre de 2013

Rule, Britannia!



Este artículo ha aparecido en el nº de noviembre-diciembre del 2013, en la revista OP Machinery.




Observo desde mi ventana, a tres metros de distancia, a una ardilla minuciosamente aplicada en devorar una castaña, en este otoño inglés. Está subida sobre el murete que me separa de la finca contigua, donde ha crecido el castaño; no parece preocuparse en exceso por mi presencia, pero está lejos de la familiaridad que muestran las que habitan en Hyde Park, acercándose hasta comer de la mano de los paseantes. Es hermoso verlas campar a sus anchas, por los jardines de las casas, los parques o las orillas de los canales y ríos ingleses. Pienso que esas son las cosas que más nos pueden gustar de Inglaterra, la frondosa vegetación, los sauces inmensos a la orilla de las vías de agua, el juego de exclusas que permite a las pequeñas embarcaciones cruzar el país entero. Desde donde estoy hay unas cien millas hasta Bristol, por el canal Kennet-Avon y, en el sentido opuesto, poco más de cuarenta hasta Londres, por el mismísimo Támesis, que va ganando anchura y caudal por el camino.
Lo menos agradable de este país, que dejó ya atrás sus días de gloria, me resulta el abandono de las calles en cuanto uno deja el estricto centro, la suciedad de las mismas y de sus casas y el aspecto desaliñado de sus habitantes. La basura se recoge una vez a la semana de los pequeños contenedores particulares, que, entretanto, adornan las calles.
El centro está pulcro y bien cuidado, no en vano es donde se adora a la nueva divinidad de nuestros tiempos. En esta ciudad de unos doscientos mil habitantes, universitaria, tecnológica e industrial, el centro comercial lo absorbe todo. Napoleón dijo en tono despectivo que Inglaterra era un pueblo de tenderos; ahora habría que preguntarse si no es, más bien, un pueblo de dependientes. Todo son grandes cadenas que se replican por doquier; hasta las farmacias son cadenas, por no hablar de muchos pubs, que –se me había olvidado- mantienen el encanto de toda la vida. Al margen de las dichosas cadenas, mis ojos escrutadores sólo encontraron dos carnicerías y una pescadería como establecimientos independientes. Otra cosa que me llamó la atención fueron las pequeñas tiendas para el duplicado de llaves y reparación de calzado, los establecimientos de manicuras y pedicuras atendidos por diligentes chinas y el mercadillo que montan dos días  a la semana. La abundancia de agencias inmobiliarias para la venta y alquiler de pisos es algo que nos retrotrae a tiempos nuestros no muy lejanos.
Los amantes de la música conocen una canción que se canta al final de los Proms londinenses; los aficionados al fútbol la habrán oído cantar por las gargantas enronquecidas de los supporters. Me refiero a la muy patriótica Rule, Britannia (1), cuyo estribillo incita y exige a la madre patria a que gobierne, domine sobre las olas, y promete que los británicos nunca serán esclavos. Representativa de esa época que ya pasó, cuando la Gran Bretaña dominaba los mares, ha sido ciertamente premonitoria: nunca, desde la ocasión de Hastings (año de 1066) los ingleses han doblado la cerviz ante invasor alguno; nunca la isla ha sido esclava de nadie. Ahora bien, ¿se puede decir lo mismo de sus habitantes? Ese dominio del gran capital, del cual no he pintado más que una pincelada en lo que hace referencia al comercio, ese dominio de las grandes empresas está muy cerca de someter a las grandes masas de población merced a una legislación en la que uno puede anticipar lo que nos espera a nosotros mismos. Thatcher acabó con los sindicatos y la gran masa de trabajadores de todos los colores que ha proporcionado la inmigración –otro de los aspectos más sobresalientes de la actual sociedad inglesa- propician que la esclavitud o al menos la servidumbre, pueda verse como una posibilidad.
Para disimular estas cosas sirve la democracia política formal, en tanto que la aparición de partidos ultranacionalistas y racistas que engañen al orgulloso blanco y mantengan sumisos por la amenaza a los coloreados, puede entenderse como un mecanismo sutil al servicio de los intereses de los de siempre.


(1) El estribillo de ese himno dice: Rule Britannia! Britannia rule the waves: Britons never, never will be slaves. O lo que es lo mismo: Britannia, gobierna sobre las olas: los británicos nunca serán esclavos.





viernes, 13 de diciembre de 2013

La consulta






No cabe ninguna duda de que es el tema del día. Ya no importa la crisis, ni el paro, ni los recortes en educación o en sanidad, la pérdida de poder adquisitivo de las pensiones. Qué decir de la corrupción, de la falta de libertad que augura la nueva ley de seguridad ciudadana, de la pérdida de fe en nuestro futuro como país. Para qué vamos a considerar que nunca ha habido dos gobiernos tan iguales como los gobiernos del PP y los de CIU, idénticos en sus políticas neoliberales e idénticos en sus tintes nacionalistas, sólo que cada uno en su ámbito: para unos España es lo más importante; para los otros, lo importante es Cataluña. Y ambos olvidando que lo único realmente importante, y para lo que habría que gobernar, es para los españoles y para los catalanes.
Dicho esto, el anuncio de la consulta, como es lógico, les ha venido bien a ambos: les permite reafirmarse en sus creencias y la gente deja de hablar de lo que importa. Pero vayamos un poco más allá: en Cataluña se han llevado a cabo en los últimos años, en una buena cantidad de municipios, una especie de plebiscitos no vinculantes y no autorizados que han dejado claro aquello de nosaltres sols i la barretina. El ínclito Rajoy ya ha dicho que no autorizará la nueva consulta. Ahora bien, si el gobierno catalán la organiza, aunque no tenga efectos prácticos ¿cómo va el gobierno español a impedirlo? ¿Enviará los tanques? ¿La legión? ¿La cabra Blanquita?
Imaginemos otro escenario. A la pregunta de si se quiere que Cataluña sea un estado, se consigue un setenta por ciento de respuestas afirmativas. Y a la segunda pregunta, de si se quiere que sea un estado independiente, otro setenta por ciento –cosa posible, pues coincidirían votantes del sí y del no de la primera pregunta- contesta que no, que de independencia nada. ¿Qué pensarían los nacionalistas españoles? ¿Estaríamos en el mismo punto de partida que antes de la consulta? ¿Habría que seguir practicando el tancredismo político?
Entretanto, como para ese escenario aún quedan once meses –qué embarazo más largo- seguiremos sufriendo las consecuencias de la acción de nuestros gobiernos, cosa que cada día que pasa me parece que nos tenemos bien merecida.


lunes, 9 de diciembre de 2013

Qué bueno era...!







Está demostrado, no hay como morirse para que hablen de uno. Y normalmente, para que lo hagan bien. Si además, se tiene una biografía impoluta, se ha llegado a la más alta magistratura, se ha recibido el Nobel…; no hace falta más. Y es que se queda muy bien, hasta diría que se adquiere una pátina de inteligencia y de buen carácter.
Estos días hemos oído a miles comentar lo grande que ha sido Mandela; muchos hasta le han citado como Madiga, como hijos respetuosos. La mayor parte de ellos no tenían más que una somera idea de quién era; para otros, poco más que un P.N. (puto negro), pero ¡qué bien se queda haciendo loas del fallecido!
Mañana es el funeral. A un ministro checo se le ha escapado la queja por tener que desplazarse hasta Sudáfrica; recuerdo a Rajoy, que también irá, cuando dijo “menudo coñazo” por la asistencia a un acto institucional. Pero allí estarán todos, con rostros compungidos, pensando cada uno en la manera de joder al prójimo en el siguiente movimiento.
Y lo peor, es que el bueno de Mandela no se merecía tener que soportar a tanto falsario hasta después de muerto. Por eso creo que es mejor rendir los homenajes en vida, antes de que estos grandes hombres mueran. Y quiero, mediante estas breves líneas, invitarles a hacerlo.
¿A quién? Me preguntarán ustedes. Estoy seguro de que cada uno tendrá más de un candidato, a cada cual más acertado, pero, por si cuela, quiero darles el mío. Un hombre sencillo, presidente de la república en su pequeño país, que predica con el ejemplo y al que no se le conoce trampa ni cartón. Les invito a que lean y se informen sobre Pepe Mujica –hay multitud de vídeos en internet- y le dediquen por lo menos unos minutos, ahora que aún vive, ahora que aún está en el cargo. Verán que es un hombre honrado y comprometido, leal a sí mismo y a sus principios –que no tienen por qué coincidir con los suyos- y que es posible llevar hasta el final una vida coherente y consecuente.
Analizar su personalidad es un gesto de justicia con los pocos que son así, incluido Nelson Mandela.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Sonríe, que es lunes.







La escena tiene lugar en un país extranjero, en un futuro no muy lejano y muestra a dos españoles: uno ha llegado de España y el otro ya hace años que vive fuera.
Este último le dice al primero:
-       ¿Y qué tal por España?
-       No nos podemos quejar.
-       ¡Ah! Entonces, bien, ¿no?
-       No, no, te he dicho que no nos podemos quejar.
Fin de la historieta.