jueves, 19 de diciembre de 2013

Rule, Britannia!



Este artículo ha aparecido en el nº de noviembre-diciembre del 2013, en la revista OP Machinery.




Observo desde mi ventana, a tres metros de distancia, a una ardilla minuciosamente aplicada en devorar una castaña, en este otoño inglés. Está subida sobre el murete que me separa de la finca contigua, donde ha crecido el castaño; no parece preocuparse en exceso por mi presencia, pero está lejos de la familiaridad que muestran las que habitan en Hyde Park, acercándose hasta comer de la mano de los paseantes. Es hermoso verlas campar a sus anchas, por los jardines de las casas, los parques o las orillas de los canales y ríos ingleses. Pienso que esas son las cosas que más nos pueden gustar de Inglaterra, la frondosa vegetación, los sauces inmensos a la orilla de las vías de agua, el juego de exclusas que permite a las pequeñas embarcaciones cruzar el país entero. Desde donde estoy hay unas cien millas hasta Bristol, por el canal Kennet-Avon y, en el sentido opuesto, poco más de cuarenta hasta Londres, por el mismísimo Támesis, que va ganando anchura y caudal por el camino.
Lo menos agradable de este país, que dejó ya atrás sus días de gloria, me resulta el abandono de las calles en cuanto uno deja el estricto centro, la suciedad de las mismas y de sus casas y el aspecto desaliñado de sus habitantes. La basura se recoge una vez a la semana de los pequeños contenedores particulares, que, entretanto, adornan las calles.
El centro está pulcro y bien cuidado, no en vano es donde se adora a la nueva divinidad de nuestros tiempos. En esta ciudad de unos doscientos mil habitantes, universitaria, tecnológica e industrial, el centro comercial lo absorbe todo. Napoleón dijo en tono despectivo que Inglaterra era un pueblo de tenderos; ahora habría que preguntarse si no es, más bien, un pueblo de dependientes. Todo son grandes cadenas que se replican por doquier; hasta las farmacias son cadenas, por no hablar de muchos pubs, que –se me había olvidado- mantienen el encanto de toda la vida. Al margen de las dichosas cadenas, mis ojos escrutadores sólo encontraron dos carnicerías y una pescadería como establecimientos independientes. Otra cosa que me llamó la atención fueron las pequeñas tiendas para el duplicado de llaves y reparación de calzado, los establecimientos de manicuras y pedicuras atendidos por diligentes chinas y el mercadillo que montan dos días  a la semana. La abundancia de agencias inmobiliarias para la venta y alquiler de pisos es algo que nos retrotrae a tiempos nuestros no muy lejanos.
Los amantes de la música conocen una canción que se canta al final de los Proms londinenses; los aficionados al fútbol la habrán oído cantar por las gargantas enronquecidas de los supporters. Me refiero a la muy patriótica Rule, Britannia (1), cuyo estribillo incita y exige a la madre patria a que gobierne, domine sobre las olas, y promete que los británicos nunca serán esclavos. Representativa de esa época que ya pasó, cuando la Gran Bretaña dominaba los mares, ha sido ciertamente premonitoria: nunca, desde la ocasión de Hastings (año de 1066) los ingleses han doblado la cerviz ante invasor alguno; nunca la isla ha sido esclava de nadie. Ahora bien, ¿se puede decir lo mismo de sus habitantes? Ese dominio del gran capital, del cual no he pintado más que una pincelada en lo que hace referencia al comercio, ese dominio de las grandes empresas está muy cerca de someter a las grandes masas de población merced a una legislación en la que uno puede anticipar lo que nos espera a nosotros mismos. Thatcher acabó con los sindicatos y la gran masa de trabajadores de todos los colores que ha proporcionado la inmigración –otro de los aspectos más sobresalientes de la actual sociedad inglesa- propician que la esclavitud o al menos la servidumbre, pueda verse como una posibilidad.
Para disimular estas cosas sirve la democracia política formal, en tanto que la aparición de partidos ultranacionalistas y racistas que engañen al orgulloso blanco y mantengan sumisos por la amenaza a los coloreados, puede entenderse como un mecanismo sutil al servicio de los intereses de los de siempre.


(1) El estribillo de ese himno dice: Rule Britannia! Britannia rule the waves: Britons never, never will be slaves. O lo que es lo mismo: Britannia, gobierna sobre las olas: los británicos nunca serán esclavos.





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