El mes pasado se han cumplido los cincuenta años de la publicación de Rayuela, la obra cumbre de Julio Cortázar. Mucho se ha escrito en este mes a propósito de tal obra, de su estilo novedoso, de su calidad literaria y de lo que ha aportado a la literatura en español; no voy a abundar en esos asuntos. La he leído en todas las formas posibles -incluida la que sugiere el autor- y conservo aún el ejemplar de tapas negras de la Editorial Sudaméricana.
Pero quiero aquí presentar unas líneas que escribí a modo de homenaje y que vieron la luz en el número de mayo de 2010 de la revista Euro Equipos y Obras.
CAPÍTULO 68
Notó que la racha se ponía gacha. Harto de muriar y
erguinear todo el día arrimóse a la junia con tiento; no era britaña ni cotea,
sino junia cabal. De su experiencia con sioscas y tulimainas nada había
obtenido sino purgaciones. Queriendo garlear con ella le preguntó por su edad:
paso de las batebí zuquenas, le contestó, ofreciéndole la su tafarilla. Él la
palpó y sintió un endurecimiento de sus zaquiros y cómo se le entonaba la
zulara. La junia se puso baltria… ¡Evohé! ¡Evohé! Al rato comenzaron a entalar.
Ostígame, man de manes, te dico chumo, le animaba ella, sin canguelo por quedar
mindulada. Pasó mucho tiempo y aún toda la racha. Yimis nejo te ostigo,
contestó al fin, cansado de entalar y de garlear toda la racha… Al rato
despertó y le gustó lo soñado.
Pero tenía que pasar por la ciba de
quico; allí junto a la misma guxara, cerca de una suanela, bajo unos
camándules, tenía un chiqui de araguía que había latreado al hijo de soxca de
la bayuca; mas un fandocu habíase encontrado con el botín. Hubo de conformarse
con alambriz y mínchula que metió entre guitu con un poco de urdalla. Tras
gandir lo que pudo preparóse la saule y se metió en ella. Recordó su sueñó y le
dio por cavilar lo xido que sería escanduciarse con una junia como aquella; tener
donde alojar la argularia, palparle el ostigucio y el pirrián, sin hablar de
ostigar cuando le viniera en gana, o meramente, gualdiarle las margaritiegas.
Cio andariguear ñoliego, tener la propia ciba, con urnias y urriacos en la
zancarria y aún un cuatropión para el asueto. Cio depender de un dornil, cio
volver a la erguinería, que bien pocas peludas da y cio andar ergolimbú como su
argaño. Sentar la moruga, tener una junia, un murguecillo a quien echar un
bisnero y si un día hay que apurrar, que todo prora, quedar feliz de ser un
buen aldrape y cio más un charrigondu, como hasta la fecha había sido.
Nota aclarativa:
Texto
construido con préstamos de la pantoja,
jerga de los canteros de Trasmiera; de la xíriga,
de los tejeros de Llanes; de la mansolea,
de los zapateros de Pimiango y Noreña; del bron,
de los caldereros de Miranda; del barbeo,
de los cesteros de Peñamellera; del ergue,
de los canteros de Ribadesella; del caló,
de los arrieros de Quintanar de la
Orden , y de la propia
de los canteros de Munilla (Burgos). Todos ellos y muchos más, entre los siglos
XVII al XX, crearon una jerigonza propia con la que pudieran reconocerse y al
mismo tiempo hacerse fonéticamente invisibles para los demás, en sus idas y
venidas y en sus tratos comerciales. A ellos y a todos los humildes menestrales
de todos los tiempos, vaya mi sincero reconocimiento.
El título del
texto es una obvia referencia al ordinal homónimo de la Rayuela
cortazariana, una de las obras señeras de la narrativa en español y donde el
gran Julio creó también una nueva jerga, su famoso glíglico. Para él mi mayor
admiración.