UNA PIZCA DE BERLÍN
Llevados del ímpetu viajero de mi
mujer, hemos visitado Berlín en este corriente mes de junio. Permítanme
dejarles algunas impresiones y unos someros comentarios que tal visita ha
motivado.
Lo visto comienza en el aeropuerto:
pequeño y vetusto permite alcanzar el centro de la ciudad en un intervalo
razonable y a un precio aún más razonable. Los berlineses llevan cuatro o cinco
años esperando el nuevo aeropuerto, con un dispendio estratosférico, pero aún
no se sabe cuándo estará disponible. Esta es la primera enseñanza que recibimos
al llegar: estas cosas no sólo pasan en España.
La segunda impresión nos es también
muy familiar. Berlín está en obras, como la España de hace cinco años. Pero hay
que saber que esta febril actividad se prolonga desde la caída del muro:
durante veintitrés años la ciudad ha recuperado la capitalidad del país, es la
sede del Bundestag, ha albergado grandes acontecimientos deportivos y ha
tratado de borrar las diferencias entre los sectores este y oeste. Mas esas
diferencias son aún notorias, no sólo en la arquitectura visible en los barrios
ossies. También, desde luego, en los
precios, bastante asequibles, y en el nivel de vida que se puede palpar entre
sus habitantes, lejano aún del de los landers
occidentales.
Berlín tiene hechuras de gran capital.
Lo ha sido, lo es y lo seguirá siendo. Completamente llana, recibe a la aurora
cuando el sol se alza sobre los Urales y anochece cuando se sumerge en el
Atlántico. Abundante en agua, el Spree divide su centro entre meandros, creando
la isla de los museos, al modo de la parisina île de la Cité. Y ahí está la maravilla: El museo nuevo, el viejo,
el Bode, pero sobre todo, el de Pérgamo, al menos para mí, admirador entregado del
arte helénico. Visitamos en su día el sitio del Pérgamo original y hemos pasado
un par de horas recorriendo y regodeándonos en el Altar ahora reconstruido, en
la Puerta de Mileto, la de Ishtar…
E inmediatamente, la cabeza te lleva a
otras consideraciones. Descartando el Museo Egipcio y el de Estambul, tanto
este Museo de Pérgamo berlinés como el British Museum de Londres le hacen a uno
pensar en el expolio del que los
españoles hemos sido permanentemente acusados. A pesar de que no haya en España
ni la más mínima sombra de algo parecido con las culturas precolombinas.
Nosotros nos trajimos el oro y la plata, sí, y lo gastamos largamente en Europa
-en beneficio de otros países europeos. Pero
el oro no dura lo que duran el arte, la cultura. Y sin embargo, alemanes
e ingleses, están cobrando a diario los réditos de ese despojo del oriente
medio y atrayendo turismo que se reparte largamente por sus capitales.
Visitamos también el Museo Judío, al
que hay que dedicar mucho tiempo y raciocinio, y cuyo comentario merecería por
sí solo una entrega.
Las obras que se ven por doquier
alcanzan también este cogollo cultural, y será de ver el resultado de la
actuación conocida como Humboldt Forum.
Hay obra en un sector del Unter den
Linden (Bajo los tilos) hermosa arteria central que conduce a la Puerta de
Brandenburgo –yo me quedaría con la Puerta de Alcalá- y continúa más allá,
atravesando el Tiergarten, pulmón y
maravilla de la ciudad, en una recta interminable que empalma con la autopista
hacia occidente.
Y las hechuras de cosmopolitismo las
alcanza Berlín en el grandioso escaparate de la Kurfürstendamm –Avenida de los Electores-, donde todas las marcas
que son alguien en el mundo de la moda y el consumo tienen su asiento. Los príncipes
electores pertenecen a otra época, a los años del Imperio Germánico; ahora
–cosas de los tiempos- los protagonistas de esa calle son los turistas que
deambulan ante los llamativos escaparates, imagino que con presupuestos más
bien magros.
Por supuesto, si tienen ocasión,
visiten Berlín, merece la pena.
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