lunes, 22 de julio de 2013

Rayuela



   El mes pasado se han cumplido los cincuenta años de la publicación de Rayuela, la obra cumbre de Julio Cortázar. Mucho se ha escrito en este mes a propósito de tal obra, de su estilo novedoso, de su calidad literaria y de lo que ha aportado a la literatura en español; no voy a abundar en esos asuntos. La he leído en todas las formas posibles -incluida la que sugiere el autor- y conservo aún el ejemplar de tapas negras de la Editorial Sudaméricana.
    Pero quiero aquí presentar unas líneas que escribí a modo de homenaje y que vieron la luz en el número de mayo de 2010 de la revista Euro Equipos y Obras.

CAPÍTULO 68

Notó que la racha se ponía gacha. Harto de muriar y erguinear todo el día arrimóse a la junia con tiento; no era britaña ni cotea, sino junia cabal. De su experiencia con sioscas y tulimainas nada había obtenido sino purgaciones. Queriendo garlear con ella le preguntó por su edad: paso de las batebí zuquenas, le contestó, ofreciéndole la su tafarilla. Él la palpó y sintió un endurecimiento de sus zaquiros y cómo se le entonaba la zulara. La junia se puso baltria… ¡Evohé! ¡Evohé! Al rato comenzaron a entalar. Ostígame, man de manes, te dico chumo, le animaba ella, sin canguelo por quedar mindulada. Pasó mucho tiempo y aún toda la racha. Yimis nejo te ostigo, contestó al fin, cansado de entalar y de garlear toda la racha… Al rato despertó y le gustó lo soñado.
            Pero tenía que pasar por la ciba de quico; allí junto a la misma guxara, cerca de una suanela, bajo unos camándules, tenía un chiqui de araguía que había latreado al hijo de soxca de la bayuca; mas un fandocu habíase encontrado con el botín. Hubo de conformarse con alambriz y mínchula que metió entre guitu con un poco de urdalla. Tras gandir lo que pudo preparóse la saule y se metió en ella. Recordó su sueñó y le dio por cavilar lo xido que sería escanduciarse con una junia como aquella; tener donde alojar la argularia, palparle el ostigucio y el pirrián, sin hablar de ostigar cuando le viniera en gana, o meramente, gualdiarle las margaritiegas. Cio andariguear ñoliego, tener la propia ciba, con urnias y urriacos en la zancarria y aún un cuatropión para el asueto. Cio depender de un dornil, cio volver a la erguinería, que bien pocas peludas da y cio andar ergolimbú como su argaño. Sentar la moruga, tener una junia, un murguecillo a quien echar un bisnero y si un día hay que apurrar, que todo prora, quedar feliz de ser un buen aldrape y cio más un charrigondu, como hasta la fecha había sido.

Nota aclarativa: 
                Texto construido con préstamos de la pantoja, jerga de los canteros de Trasmiera; de la xíriga, de los tejeros de Llanes; de la mansolea, de los zapateros de Pimiango y Noreña; del bron, de los caldereros de Miranda; del barbeo, de los cesteros de Peñamellera; del ergue, de los canteros de Ribadesella; del caló, de los arrieros de Quintanar de la Orden,  y de la propia de los canteros de Munilla (Burgos). Todos ellos y muchos más, entre los siglos XVII al XX, crearon una jerigonza propia con la que pudieran reconocerse y al mismo tiempo hacerse fonéticamente invisibles para los demás, en sus idas y venidas y en sus tratos comerciales. A ellos y a todos los humildes menestrales de todos los tiempos, vaya mi sincero reconocimiento.
                El título del texto es una obvia referencia al ordinal homónimo de la Rayuela cortazariana, una de las obras señeras de la narrativa en español y donde el gran Julio creó también una nueva jerga, su famoso glíglico. Para él mi mayor admiración.


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