martes, 16 de abril de 2024

Toletum (1)

Este artículo se ha publicado en la revista OP Machinery en su número de marzo de 2024.





Como es fácil imaginar, Toletum es el nombre que nuestra Toledo actual tenía en los albores de su historia, fundada y poblada por los carpetanos, que precedieron a los romanos en aquel cerro sobre el río Tajo. Empezaba así una fantástica historia que no ha concluido y cuyos rastros siguen al alcance de nuestra vista. Y como esa historia es tan notable y mucho de ella será conocida por la mayoría de ustedes, voy a mencionar unos pocos detalles que me han llamado la atención.


- Toledo Ohio. Hay una céntrica calle que tiene ese rótulo – léase Tolido Ojaio, que así se pronuncia en inglés- y esa homónima ciudad hermanada, abierta al lago Erie, uno de los grandes lagos entre EEUU y Canadá, multiplica por cinco la población de la nuestra, porque se ha beneficiado de su vecindad con Detroit (Michigan), la ciudad del automóvil; no obstante ambas ciudades llevan años en un proceso de pérdida poblacional importante. Por otro lado, el nombre de Toledo se repite en una docena de ciudades entre EEUU y Canadá; sería curioso conocer cuál es el motivo. Cuando oigo el nombre de ese estado americano siempre recuerdo a un pastor vasco que anduvo por aquellas tierras en su oficio y contaba que había estado en Ohio, y añadía ellos le disen Ojaio.


- Esta calle es de Toledo. Este otro rótulo aparece varias veces en otras calles que tienen en común su estrechez extrema. ¿Por qué?, se preguntarán ustedes. Pues porque un rápido acuerdo entre los propietarios de las casas a ambos lados cerrando el pasadizo y poniéndole un tejado a cualquier altura les convertía en dueños del metro y medio o dos metros que cada uno conseguía, en perjuicio de los usuarios del callejón que en adelante tenían que dar una vuelta a la manzana. Hasta que el Ayuntamiento quiso acabar con ese abuso y colocó ese aviso de que aquello pertenecía a la ciudad. El instinto de rapiña y de quedarse con lo de los demás por parte de los que ya tenían su casa tampoco era ajeno a nuestra ciudad.


- Mozárabes. Como ustedes saben cuando Toledo estuvo gobernada por los invasores árabes, éstos permitieron a los cristianos mantener sus costumbres y sus ritos; a estos los conocemos como mozárabes. Es notable el hecho de que hayan conseguido mantener su propia liturgia y la celebren hoy en día; pues bien, como señal de ese orgullo ancestral, en la fachada de una casa de ese barrio se puede leer: Aquí vive una familia mozárabe (hic familia mozarabis vivit). Y en una calle más principal, en el tercer piso de la casa donde reside la asociación mozárabe, en los tres balcones principales luce la bandera española, y sobre la del medio, una bandera de la Comunión Tradicionalista, que se reconoce por su color blanco sobre el que se muestra la cruz de San Andrés. Se me informó de que esa asociación no era específicamente más de derechas que cualquier otra de la ciudad.


- Catedral. La visita a la catedral arzobispal y primada es de las que no se pueden perder. Sepan que el arzobispo de Toledo es, a su vez, primado de España, o sea, algo así como el máximo representante del Papa de Roma, aunque en estos momentos la relación entre ambos poderes no esté muy boyante, dado que los de aquí tildan de comunista al de Roma. Y como aquello lo viene siendo desde tiempos pretéritos, el derroche de oro y metales preciosos en la susodicha iglesia es de los que no tienen parangón; incluso en las escenas y esculturas que representan el nacimiento de Jesús en un pesebre. La visita al monumento cuesta 8€ y yo me los ahorré porque entré por la puerta dedicada al culto; después ya fue muy fácil. Mi estancia no duró mucho, el derroche del que les he hablado más arriba y la incongruencia de su posesión con las necesidades vitales de tantísima gente de esa misma diócesis y el falso discurso al que nos someten los clérigos, me llevó a abandonar el lugar inmediatamente. Decididamente, me gustaron más – como siempre me ocurre- las antiguas sinagogas y mezquitas y sus coetáneas iglesias románicas. Soy de los que piensan que los creyentes de cada una de las tres religiones se sentirán más a gusto en las que me gustan a mí, que en esos monumentos a la riqueza y la abundancia que son una contradicción en sí mismos. 


Pero puedo estar equivocado.





 

martes, 2 de abril de 2024

Procesiones





 

En estos días de Semana Santa que van llamando a su fin se asiste, año tras otro, a un curioso fenómeno. En las ciudades andaluzas y en las del interior del país se celebra – no se sabe bien el porqué- el rito de las procesiones; no digo que en el resto de la península no se lleven a cabo, solo que dista mucho de la intensidad de esa parte anteriormente citada. Y los ciudadanos de esa España menos intensa se van a las playas o al monte, y también acuden a ver los desfiles procesionales en aquellas ciudades de prestigio en la materia. Y los que nos quedamos en casa optamos por apagar la tele porque no hay hijo de madre que soporte las noticias, amén de la consabida repetición de películas como los Diez Mandamientos, Quo Vadis o Ben Hur. Estas son las consecuencias de vivir en una España grande y libre


Tras esta ligera visión del transcurrir de esos días conviene hacer un repaso a la evolución religiosa del país. He aquí unos datos: En 1978 los creyentes en España eran casi el 91%; hoy apenas superan el 50%. En los últimos 45 años, el porcentaje de los que se declaran agnósticos, ateos o no creyentes ha pasado de un 8% a un 44%. En los últimos 20 años las vocaciones religiosas, según datos de la propia CEE (Conferencia Episcopal Española), han caído un 40%, hay 16,000 curas para 23,000 parroquias, los bautismos han caído un 54% desde 2007 y las comuniones un 30% y las bodas por la Iglesia han caído también un 83% en los últimos 25 años, según el INE (Instituto Nacional de Estadística).


Así que parece que no hay una correlación lógica entre la celebración de la Semana Santa y lo que muestran los datos estadísticos acerca de la población. Pero yo no soy sociólogo y las estadísticas pueden estar manipuladas – que habrá más de uno que lo sospeche así.


La explicación que se me ocurre es que los no creyentes también participan en las procesiones, y cuando menos, las visitan. Por tradición familiar, por la costumbre o por no señalarse como malos ciudadanos, entre otros motivos que se nos puedan ocurrir. Por otro lado, las iglesias en España se utilizan también para conciertos corales, como cualquiera puede certificar. Generalmente reúnen buenas condiciones acústicas por lo que es raro el coro que no recurra a una de ellas para ofrecer sus conciertos. Y en esas iglesias se cantan partituras de todos los tipos, incluidas algunas que no casan bien con el recinto, junto a piezas de ámbito regional, otras en idiomas muy variados y por supuesto alguna de cariz religioso. Les puedo asegurar que a mí particularmente lo que me importa es su valor musical, en tanto que a la letra o la intención no les concedo tanto valor. Los coralistas gozamos cantando y escuchando las voces de las otras cuerdas y al coro en su conjunto; siguiendo al director somos felices y nuestras emociones nos trasladan a una situación en la que reina la belleza, el compañerismo y la satisfacción general. Y cantando una partitura religiosa no me fijo en su letra. ¿Puede sentirse algo parecido en una procesión? Si la respuesta fuera positiva yo podría entender el ser cofrade o mero visitante.


Siglos de culto religioso han producido miles de iglesias, ermitas, conventos, monasterios, etc., y en ellos escultura o pintura, en los estilos románico, gótico, mudéjar, renacentista, barroco, y neoclásico. Uno puede viajar por nuestra geografía y gozar de todas esa joyas; particularmente, yo me confieso seguidor del románico y cuanto más primitivo, mejor. De modo que felizmente disponemos de un capital cultural enorme y de incalculable valor, capital a conservar y proteger como una sociedad avanzada que somos. Ahora bien, la Semana Santa no me parece un bien cultural a conservar, en lo que tiene de rito comunitario; pienso lo mismo acerca de las corridas de toros.


Las procesiones nos han regalado imágenes sin sentido, como cargar el paso de rodillas o agachados en el momento de pasar el escalón de la puerta de la iglesia por la que no cabía, lo que evidencia que ese paso no fue construido para ser sacado a la calle; el que esté vedado el acceso de mujeres en casi la totalidad de las cofradías y hermandades mientras se mantiene a la Legión con su desfile, o qué decir de ese llanto sin sentido porque la lluvia haya impedido sacar determinado paso en un país donde la necesidad de agua comienza a ser perentoria.


Por no hablar de la financiación de cientos de cofradías y hermandades, con miles y miles de integrantes a los que hay que empezar por vestir con ese estrafalario atuendo. Se manejan cifras mil millonarias cuyo origen tampoco se conoce pero cuyo destino se ha torcido para satisfacer esta exhibición sin sentido, cuando se debiera respetar una separación clara y precisa entre las distintas instituciones de todos, sin trampa ni ocultación alguna. La Iglesia española es rica por mucho que lo niegue, la no exacción de impuestos la beneficia, así como la inmatriculación que aún hoy en día practica en un gesto voraz por el dinero, impropio de una institución que dice ser la iglesia de los pobres.


¿Hasta cuando?