martes, 28 de febrero de 2017

Mercados


Este artículo se ha publicado en la revista OP Machinery en su número de este mes de febrero.






En su Mis chistes, mi filosofía (Anagrama, 2015), el filósofo esloveno Slavoj Zizek, nos cuenta un chiste polaco de la época socialista. Un hombre entra en una tienda y pregunta: “¿No tendrá mantequilla, verdad?” El dependiente le responde: “Lo siento, pero nosotros somos la tienda que no tiene papel higiénico; la tienda que no tiene mantequilla es la de ahí enfrente”
Al margen de unas calles grises y tristes, en las que apenas había viandantes, salvo en las proximidades de unos edificios de una o dos plantas a bastante distancia unos de otros, que albergaban los escasos y pequeños comercios con una cierta especialización, todos ellos estatales y, por ello, muy mal abastecidos, poco más se podía encontrar en los barrios de las ciudades de cualquier ciudad de la Europa del este en los años previos a la caída del sistema mal llamado socialista. El chiste muestra de una forma muy divertida aquél problema del desabastecimiento, tan frecuente.
La planificación económica, los planes quinquenales de producción normalmente a espaldas del mercado y de las necesidades de la población, la ausencia de importación y/o la necesidad de dedicar a la exportación todos los recursos, producían ese fenómeno del desabastecimiento, haciendo que los empleados de los almacenes se pasaran largas horas mano sobre mano.
Esa era la consecuencia de aquellas políticas –de la carencia de auténticas políticas, si se quiere- de empresa. Por el contrario, en nuestro mundo occidental, es el mercado quien manda, el empresario atiende a la voz del cliente, que le dice lo que quiere, y eso que el consumidor desea se fabrica y se pone a la venta en unos comercios atractivos y bien atendidos. Y procurando que el lapsus necesario desde que se decide lo que se va a fabricar y el momento en que se pone en el escaparate, sea lo más corto posible.
En acertar en el gusto del consumidor y en fabricarlo en tiempo y coste, reside el éxito; pensemos en el fenómeno Zara y tendremos uno de los ejemplos más ilustrativos. (Este sistema de mercado tiene otros defectos –y muy graves- pero no entraremos en ello en estas líneas)
Pero no siempre ocurre así. Mientras yo leía el librito de Zizek, en dos comercios distantes quinientos kilómetros entre sí, me fue dado observar este pasado verano dos hechos protagonizados por la misma empresa. Solo diré que se trata de una gran multinacional de productos derivados de la leche.
En uno de ellos, una tienda de cercanía de unos doscientos metros cuadrados, con mucho movimiento y más de media docena de empleados, se mantuvo en el estante de los productos de la referida empresa un cartelito escrito a mano por el propio supermercado, donde pedía disculpas a sus clientes por un notorio problema de desabastecimiento, y lo achacaba a la pretendida imposición de la multinacional de aprovisionarles con lo que ella quería y no con lo que le pedían, que era lo que los consumidores deseaban.
En el otro establecimiento, más modesto que el anterior, una tienda familiar atendida por tres personas, la dueña me explicó que no les atendían bien, que trataban de imponerles los productos que habían de tener en stock y no los que ellos pedían, y que además lo hacían en plazos menos convenientes.
Las concomitancias entre estos hechos muestran, a mi modesto modo de ver, que si bien la planificación centralista no es la solución a los problemas del mercado, la posición dominante de mercado tampoco nos da la solución, por lo que el ciudadano, como consumidor, debe ser cauto en sus decisiones de compra para no caer en poder de los monopolios, y, como sujeto político, debe prestar oídos sordos a los cantos de sirena que ensalzan las grandes ventajas del mercado como el único y más infalible sistema de asignación de recursos para la sociedad.