martes, 20 de noviembre de 2018

20 de noviembre


No he encontrado nada tan sugerente como este artículo de Isaac Rosa, novelista y columnista en varios periódicos independientes, al que hoy he encontrado en El Mundo, como señalo a pie de página.





'NADA'
Por Isaac Rosa, novelista y columnista
En la España de 2018, tras 40 años de Constitución, no queda nada del franquismo. Nada. Absolutamente nada. Ni rastro. Todo lo que habitualmente identificamos como "herencia del franquismo" ya es responsabilidad de la democracia, que ha tenido más de 40 años para ponerle remedio. El Valle de los Caídos no es un resto del franquismo sino una desidia de la democracia. La tumba del dictador con sus misas diarias no es herencia del franquismo sino consentimiento de la democracia. Las fosas comunes no son una lacra del franquismo sino una vergüenza de la democracia. La impunidad condecorada de Billy el Niño y otros represores no es una imposición franquista sino una concesión democrática. Las cloacas policiales no apestan a franquismo sino a una democracia que no ha sabido o no ha querido desactivarlas. Que sigamos a la cola de Europa en indicadores sociales y educativos no es culpa del atraso de la dictadura sino de los sucesivos gobiernos democráticos que no lo han convertido en prioridad. La corrupción no es un legado del franquismo sino una marca de esta democracia. Los fallos sistémicos de los últimos años (incluido el problema territorial) no son resultado de una Transición hecha bajo presión y con ruido de sables, sino de los gobiernos que no han emprendido las reformas necesarias. Podría enumerar unos cuantos aspectos más que ensombrecen la España actual y que solemos señalar como "restos del franquismo", y no lo son, hace mucho que dejaron de serlo. Son auténticamente democráticos.

Diario El Mundo, 20 de noviembre de 2018.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Lucas y la exhumación






Hastiado de tanta noticia sobre los retrasos en la exhumación del inquilino del valle de Cuelgamuros, he decidido acudir en busca de Lucas en la esperanza de que él, que es hombre de recursos, tenga una solución para este problema que se está enquistando día tras día.
-¿Que qué haría yo, me preguntas?, me suelta a las primeras de cambio.
-Pues sí, le respondo, si es que hay alguna solución a mano.
-¡Como no la va a haber, y además la mar de sencilla!
-Cuéntame, cuéntame, le respondo ansioso.
-Pues mira, es muy fácil: se lleva a cabo la exhumación, se cita a los herederos del finado fuera del recinto, y se les hace entrega de los restos en una caja de cartón para que sea más manejable, y punto pelota.
-Pero…lo mismo se van a la Almudena…
-Que vayan donde les plazca, pueden enterrar los restos en una de las fincas que tienen, que seguro que tendrán su capillita y todo eso, pero si se van a la catedral, son muy suyos para hacerlo.
-La verdad es que no te entiendo, Lucas…
-Es muy simple, hombre, si se van a la Almudena, que ya sabes que es un vocablo que viene del árabe, y que, ¡oh, coincidencias de la vida!, el muerto se trajo de África fuerzas islámicas para defender la religión católica, el honor, y los prístinos valores de la España Inmortal, dónde si no va a estar mejor. De allí lo sacaban bajo palio cuando estaba vivo, así que lo pueden volver a sacar de muerto. Eso demostraría bien a las claras ante la ciudadanía,  que se pregunta si en una catedral católica pueden reposar los restos de un individuo con el currículo del finado, que hay una clara sintonía ideológica entre ambos entes, la iglesia y la carcunda nacional. Si no se autoriza, la familia buscará un sitio discreto y privado, y estamos como al principio, en lo de la capillita: asunto resuelto.
-¿Y ya está?
-Esa parte sí, pero en cualquiera de los dos supuestos, yo procedería a declarar institucionalmente que la religión, con todos los respetos, es cosa que pertenece a la esfera de lo privado, y que el que lo desee puede rezar en su domicilio, pero que esos actos no se pueden llevar a cabo en calles y plazas, solo en lugares cerrados, y acto seguido, denunciaría el Concordato con la Santa Sede, y los demás acuerdos que pueda haber con otras creencias religiosas, si existe alguno, y sometería iglesias, mezquitas, sinagogas, conventos, y demás construcciones registradas a nombre de instituciones religiosas de toda laya, a la misma situación fiscal que cualquier bien privado, empezando por la sujeción a IBI, impuestos municipales, etcétera, cancelaría las ayudas económicas de cualquier tipo a todas las confesiones, y convertiría el país en un estado laico.
-Pero Lucas…
-¡Espera, que no he terminado! A la familia en cuestión, antes de que pudieran moverse y salir del país que tanto aman, les detendría preventivamente y les intervendría sus bienes, empezando por el Pazo de Meirás, y todas aquellas propiedades y capitales cuyo origen no estuviera debidamente justificado, es decir, todo lo que no hubieran obtenido con el producto de su trabajo…
-Pero, Lucas…vuelvo a interrumpirle.
-Que no, que no hay otra, esta gente no va a entender nunca otro trato, deben de estar pensando que estamos aún en el 75.
-Lucas, oye, que se me está haciendo tarde…
-Tú, lo que no quieres es oír las cosas como son, pero me has peguntado y…
-Que sí, Lucas, pero que me tengo que ir, de verdad.
-¡Hala!, pues vete.
-¡Viva el Rey!
-¿Qué has dicho?
-Nada, nada. Hasta luego, Lucas.






miércoles, 7 de noviembre de 2018

El gran prestidigitador







Ha aparecido con su porte impresionante, con su aplomo ante el micrófono y las cámaras, y con el retraso preciso para hacer su presencia más esperada. Y ante la debacle del sistema judicial español, que en palabras de otro aprendiz de prestidigitador, se ha pegado un tiro en un pie, nos ha prometido que los españoles nunca más tendrán que pagar el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados (IAJD en la jerga jurídica), y en cambio, será la banca quien lo hará. Con estas cuatro palabras se ha desvanecido la tormenta y los titulares tipo “la banca siempre gana” han perdido todo su sentido. Se acabó lo que se daba, dicho en plan castizo.
Los que no somos juristas nos preguntamos para qué hemos esperado estas dos semanas en las que han corrido ríos de tinta –incluso este humilde blog se había sumado a la moda- si la solución era tan sencilla y la teníamos tan a mano. Para qué hablar de lo malos que son los bancos, de posibles connivencias entre éstos y algún sector del sistema judicial; para qué hablar de los miles de millones que podían estar en juego dependiendo de la retroactividad del ISJD; para qué discutir si el impuesto lo debe pagar el que da el dinero o el que lo recibe… ¿Qué importa eso ahora?
¿Hemos de creer que con ese decreto-ley que se va a aprobar, la banca no va a repercutir ese importe en otra partida de gastos, o en la cuota mensual que el comprador se obliga a pagar, y, quizás, cobrar una comisión por tener que recurrir a la artimaña que se invente? ¿Hemos de creer que esa autoridad independiente que se va a crear será capaz de evitar que la banca se salga con la suya? ¿Apostamos algo, como le gusta decir al ministro de asuntos exteriores? De hecho, la bolsa ha registrado avances en la cotización de los bancos después del gran aviso. ¿Se deberá solo a que no hay retroactividad?
Finalmente, ¿qué guarda en la chistera el gran prestidigitador? ¿Cómo va a hacer que la banca sea quien pague? A mí, lo único que se me ocurre es que elimine de raíz el dichoso impuesto, y lo sustituya por otro nuevo sobre los beneficios bancarios, en línea con lo que reza en su proyecto de presupuestos generales. Y que no se vea afectado por créditos fiscales y otras argucias semejantes; al fin y al cabo, que la banca y las grandes empresas tengan el mismo trato fiscal que las pequeñas y los particulares.
¡Eso sí que sería un buen golpe de efecto, aunque seguramente tenga menos glamur!

martes, 6 de noviembre de 2018

Notas de octubre






Uno. Ayer, primer día del mes, tuvo lugar en Madrid la entrega simbólica de los archivos franceses relacionados con ETA, en un acto que reunió al presidente del gobierno español, al jefe de gobierno francés –ya saben que Francia es republicana y tiene un presidente de la República con poderes ejecutivos, en tanto el día a día de la gestión lo lleva un primer ministro- y a unos cuantos notables de la parte española. Era una ocasión para reconocer la ayuda prestada por el país vecino, ayuda que durante muchos años no se produjo, dicho sea de paso.
En el acto, presidido como queda dicho por ambos ejecutivos, se contaba con la presencia de González y Zapatero, y la clamorosa ausencia de Aznar y Rajoy. Ya hemos explicado en este blog la anemia política que sufre la derecha española ante la ausencia del enemigo interior: como si le faltara algo, la derecha siempre necesita a ETA. ¿Le bastará con Cataluña? Tampoco estuvieron los presidentes de las cámaras legislativas españolas, más ocupados en su labor de torpedeo del nuevo gobierno español, ni el máximo representante del Partido Popular que aprovechó la jornada para pedir la aplicación del artículo 155 en Cataluña, cortar la financiación para los partidos independentistas y pedirle a su colega de Ciudadanos que se escore un poco al centro izquierda, que la derecha es cosa suya, y así ambos podrán obtener un gran triunfo en las próximas elecciones españolas. Original, ¿verdad?
Asistió Iñigo Urkullu pero nadie de Bildu, y al final se bailó un aurresku de honor, que aportó el tono folklórico; no consigo entender el significado de este detalle.

Dos. El 25 de octubre de 2018 pasará a la pequeña historia española como el día en que dos máximas figuras de los poderes ejecutivo y judicial tuvieron el honroso gesto de pedir perdón y disculpas. En efecto, me estoy refiriendo a Rodrigo Rato y a Carlos Lesmes; vayamos por partes.
Del primero cabe recordar que alcanzó las más altas instancias del gobierno español. Con una aureola de gran economista que le colocaron sus colegas del Partido Popular, fue bautizado por estos como el gran artífice del llamado milagro español. Estuvo a punto de ser designado sucesor del ínclito Aznar y alcanzó la dirección del Fondo Monetario Internacional, del que salió extemporáneamente sin dar ninguna explicación justificativa, y donde fue substituido por el francés Dominique Strauss-Khan, quien tuvo que abandonarlo por un delito de acoso sexual. Véase que ambos personajes tienen un historial muy parejo. El puesto lo ocupó Christine Lagarde, aún en el cargo, y que dijo que la solución para las pensiones es que los pensionistas mueran antes. Lamentablemente, no parece que los mayores le hayan hecho mucho caso y siguen empecinados en vivir más,  pero ahí queda la brillante idea, compartida por muchísimos expertos del ala liberal de la economía.
Pues bien, ayer, como decíamos, pudimos ver a Rato en el aparcamiento de la cárcel. Ese espacio yermo, cuya imagen nos lleva  irremediablemente al patio de la misma, fue el lugar escogido por nuestro hombre para pronunciar unas palabras bien pensadas y mejor pronunciadas; tras su comunicación pudimos verle, de espaldas, caminar hacia la puerta de la prisión, vestido con una ropa informal y arrastrando un equipaje que me pareció excesivo. No pude menos que pensar en las innúmeras veces que habrá embarcado en un avión, con más glamur que en esta ocasión: siempre habrá tenido quien le lleve la maleta y utilizado un acceso restringido a la gente importante. Ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar, que nos dejó Machado.
Pero sobre todo, lo que eché en falta en su alocución fue la mención de cómo y cuándo va a devolver el dinero, que sin ninguna duda ha robado y pertenece a todos los españoles. Eso sí hubiera sido una despedida digna.
Con respecto al segundo personaje del día, también diré que su alocución acerca del manido tema de los gastos registrales de las hipotecas es, sin lugar a dudas, algo que le honra. Recuerden ustedes esa indumentaria que el poder judicial exhibe en los actos de gala, esa capa, esos collares, esas cruces, esos cordones, esas bocamangas con bordados. Convendrán ustedes conmigo que la persona que tenga el derecho de aparecer de tal guisa en público, difícilmente podrá tener sentimientos, no digo de humildad, sino ni siquiera de verse a sí mismo como un simple mortal. Por eso, a quien lo consigue, ese al que no se le sube la vanidad a la cabeza y en público manifiesta su error y su pesar, hay que reconocerle y agradecerle su gesto de humildad y de asunción de la falta.
¿Algo más? Ah, sí, se me olvidaba: la dimisión, la renuncia a su puesto. Eso es lo que le ha faltado, lo que le habría presentado ante toda la ciudadanía como un hombre justo; un hombre justo que entiende que la justicia empieza por uno mismo.
Es sabido que en las sociedades modernas hay tres poderes, a saber, el legislativo, el ejecutivo y el judicial. También es sabido que a la prensa se le conoce como el cuarto poder, reconociendo así su influencia en la información y formación de los ciudadanos. Habría que incluir a las redes sociales en esa cuarta categoría. Pero rara vez se habla del quinto poder, que a muchos nos parece el más importante de todos: el poder económico, el poder del dinero. Obviamente influye en el legislativo, y en muchos países y en nuestra Europa sin ir más lejos, se regula su forma de influir a través de los lobbies, o grupos de presión; influye también en el ejecutivo de muy diversas maneras, ayudando transparentemente o no, en las campañas electorales y en la financiación de los partidos políticos, o a través de la prensa o cuarto poder; y finalmente influye en la misma prensa, -y así en los tres poderes clásicos-, poseyendo directamente los medios escritos y amplias partes de las redes sociales. De esa influencia sólo escapan aquellos diarios digitales cuyos propietarios son los propios lectores y no dependen de la publicidad.
Donde el poder del dinero no logra influir es en el poder judicial. Ustedes estarán hartos de escucharlo, los biempensantes nos lo dicen cada día. Por favor, que nadie piense lo contrario. Eso sería propio de mal pensados, y ustedes no pueden serlo. Además, ya conocen la imagen de la justicia, una espada en una mano, una balanza en la otra y los ojos vendados. Para no ver a quien juzga, no para no ver a quien le unta.
Porque son este tipo de cosas las que contribuyen a empeorar la imagen que los españoles tenemos de la justicia, o mejor dicho, de las cúpulas judiciales, esas que se nombran por los partidos en la esperanza de que sus sentencias favorezcan a sus acólitos, o cuando menos, a su concepción de la sociedad y de la justicia. ¿Hasta cuándo?