Para cerrar la trilogía de los caracoles, traemos hoy su último episodio; llevábamos mucho tiempo con temas de actualidad.
Te
había prometido, estimado amigo Lucas, que te completaría algún día toda la historia
de la empresa de aquél amigo mío, con el asunto de los caracoles. Y
concretamente, el apartado del aprovechamiento de las huevas de caracol. Pues
vamos a ello: comprenderás fácilmente que el susodicho cornúpeta, dada su
condición de hermafrodita, produce incesantemente una enorme cantidad de huevas
que aparecen aglutinadas por una especie de emulsión de color rosado.
Estas
huevas que el gasterópodo entierra cuidadosamente en una tierra previamente
seleccionada, son separadas de la propia tierra haciéndolas pasar por una criba
adecuada; por efecto de su granulometría la tierra de menor diámetro y más peso
cae, en tanto las huevas quedan en la criba. Se les somete luego a un proceso
de liofilización, quedando listas para su conservación en salmuera a una
temperatura de entre 0º y -5ºC. Así que ya tenemos las cada día más famosas
huevas de caracol.
Sabrás
también, amigo Lucas, que el caviar ruso e iraní atraviesan una época de gran
escasez; en un caso por haber sido esquilmados los esturiones –los centuriones
ya hace más tiempo que desaparecieron- y en el otro porque los ayatolás no dan
muchas facilidades para su captura: como siempre se ha dicho que el caviar
tiene propiedades afrodisíacas, estos piensan que bastante salido está ya el
personal como para encima ponérselo a huevo, valga la redundancia. Así que es
como si se hubieran juntado el hambre con las ganas de comer: por un lado la
oferta tradicional escasea y por el otro, la empresa de mi amigo podría
encontrar otra salida para su producción. Y como encima ésta no era muy grande,
curiosamente, los precios iniciaron una carrera ascendente. Ya se sabe que para
que una cosa tenga algún valor es indispensable que sea cara. De esta manera
todos aquellos que llevamos en los genes la huella del hambre y la miseria –es
decir, los españoles, en su mayoría-, al llegar los años de la opulencia, nos
convertimos en ávidos consumidores de cualquier producto con tal de que tuviera
una característica esencial: que fuera caro. Y cuanto más, mejor.
Entonces,
amigo Lucas, la referida empresa que producía toneladas y toneladas de carne de
caracol; que obtenía un jugoso rendimiento de su baba envasada a precio de oro;
que se lucraba con la lubritina y la erectrina –recordarás estos casos
paradigmáticos de aprovechamiento del caracol-, sólo tuvo que retrasar un poco
el momento de la cocción de los caracoles hasta el final del ciclo vital de los
mismos, para así obtener los máximos resultados en todos y cada uno de los
períodos de la vida útil de sus invertebrados. Esto es lo que comúnmente se
llama optimización de procesos.
Ahora
han firmado un convenio de colaboración con el Bask Gastronomical Center –BGC, para entendernos- para conseguir un
recetario, con todas las variantes posibles, y un manual de estilo propio con
el que referirse a dichos platos; uno de los primeros resultados ha sido
definir su sabor como a montaña, otro
bautizar a las huevas como Perlas de
Afrodita. Suena bien, ¿eh?
Ya
ves, querido amigo, lo que suponen la investigación y la innovación en el mundo
de los negocios, hoy en día. Pero otra vez aparece un nubarrón, no se sabe aún si
grande o pequeño, en el horizonte. En la elaboración del Plan Estratégico, en
un Dafo, alguien sugirió, como una
amenaza, la posible acción de los anti taurinos. Al fin y al cabo, parece ser
que dijo, el caracol tiene cuernos y su explotación puede ser considerada como
degradante para la especie, pues están sometidos a un estrés constante. Se
filtró la noticia, cuando la empresa estaba negociando un fuerte préstamo con
la banca internacional, y el individuo en cuestión fue inmediatamente
despedido. Pero bueno, estos son asuntos colaterales.
Así
están las cosas. Hasta luego, Lucas.