Hoy,
Esperanza Aguirre, se ha descolgado con que debiera suspenderse la copa de España (sic) para evitar que en su
decurso se pueda silbar al Príncipe o al himno español. ¡Y no ha habido nadie
que la secunde! Desde este momento, me declaro ferviente admirador de esta
presidenta de heladora y virginal sonrisa.
Claro
que sus declaraciones no concuerdan del todo con las imágenes de días pasados,
cuando la vimos con las camisetas de los dos equipos de fútbol punteros de la
capital de España. Pero, como dijo aquél, nadie es perfecto y aún no se conocía
el fiasco de los datos del déficit fiscal en su autonomía.
Yo,
voy más allá, y digo que se deberían suspender el final de la copa, la próxima
liga y las demás competiciones futbolísticas. O, aunque parezca contradictorio,
satisfacer a los que quieren –en términos futbolísticos- achicar espacios, y organizar tantas ligas como selecciones
autonómicas existan. Así, la primera división de la Liga Cántabra, la formarían
el Rácing, la Gimnástica, el Rayo Cantabria y el Tropezón, pongo por caso. Que
la selección española no acudiera al próximo campeonato de Europa; nos
ahorraríamos horas y horas de palabrería en la radio y en la televisión, y el
gasto de las primas correspondientes. Cualquier cosa
con tal de olvidar por una temporada esta tabarra del fútbol que obnubila las
mentes y aborrega a las gentes.
El
problema es que, quizás entonces, hablaríamos, por ejemplo, del último informe
de la Unicef sobre la infancia en España: el veintiséis por ciento de los niños
españoles –para que lo entendamos bien, unos 2.200.000 niños con nombre y
apellidos- están en riesgo de caer en la pobreza. Pero oiga, ¡qué quiere que le
diga!, esto no da para una conversación de taberna.
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