sábado, 27 de junio de 2020

Cuidado con los cuidados





Las residencias geriátricas españolas en general, y las de Madrid en particular están dando mucho que hablar y parece que por mucho tiempo. En el terreno político y en el judicial, que es al que acuden los políticos cuando no tienen argumentos; posiblemente, el ejemplo más preclaro de estos últimos sea su Ilustrisima Señora – o como se diga- Isabel Díaz de Ayuso, Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, quien se empeña en afirmar su falta de competencias sanitarias, cuando todo el mundo sabe que dichas competencias están plenamente transferidas, y lo han seguido estando durante el estado de alarma. Aunque en puridad tengamos que reconocer que llevaba poco tiempo en el cargo, hemos de suponer que tanto ella como sus conmilitones del Partido Popular, con mayor o menor período de mando en plaza, eran ideológicamente partidarios de una menguante inversión pública en Residencias y Hospitales en favor de un sector privado al que, por afinidad e intereses, beneficiaban y siguen haciéndolo en sus decisiones políticas.

Algo similar ha ocurrido en las autonomías regidas por el Partido Socialista, que no se libra de la misma acusación, ni en los partidos nacionalistas. Todos ellos se sumaron a la ola de la privatización de la Sanidad, cosa harto innegable. Esto ha conducido al escenario actual en el que la cifra de negocio en las Residencias privadas (por ceñirnos a este sector) es del orden de 4.500 millones de euros anuales. Mayoritariamente, por parte de multinacionales europeas que han encontrado en nuestro país, bastante envejecido como sabemos, un campo abonado para obtener buenos rendimientos económicos.

Porque eso es muy fácil de entender. Esos inversores que, a veces, son compañías de seguros, cierran así un ciclo: te aseguran sanitariamente durante tu vida activa y cuando llega el último momento te ofrecen una residencia de aspecto confortable, donde pasar la postrer etapa; en definitiva un mercado cautivo para muchos años, que constituye el sueño de cualquier empresa.

Pero algo inesperado, aunque proliferen los listillos que ya lo veían llegar, ha venido y ha golpeado con fuerza en este bucólico universo. Tanto la Unidad Militar de Emergencia como dotaciones de Bomberos en distintas comunidades y provincias, han hablado de una situación que solo cabe calificar como dantesca: Residencias en las que han encontrado cadáveres de ancianos a los que la vida les había abandonado días atrás y, posiblemente, habían muerto en la más silente soledad.

Y la sociedad española ha descubierto de repente que ni teníamos la mejor sanidad del mundo ni las mejores residencias. Y si somos suficientemente críticos y sinceros entenderemos que lo acontecido era de esperar. En el camino hemos perdido personal sanitario, desde celadores hasta médicos, que se han enfrentado al problema sin las debidas condiciones. Y se oye por doquier la nueva cantinela de que eso no puede volver a ocurrir, que tenemos que invertir más en sanidad y en el sector de los cuidados. Pero esto no se logra en dos legislaturas ni en cuatro. La necesidad de acudir a la cooperación público-privada es algo manifiesto, si nos atenemos a la magnitud de la cifra que hay que poner encima de la mesa. Y ha de existir una clara dirección política. Esto lo saben los partidos, los que están por la sanidad pública y los que están por la privada, y de nuestras decisiones electorales dependerá que la balanza se incline por uno u otro lado. Muy pronto, en quince días, tendremos una primera ocasión para demostrar de qué lado estamos, aunque sean unas marginales elecciones autonómicas.

La política continúa, y si nos fijamos en los anuncios habremos visto que el sector privado ha comenzado ya la carrera por el negocio de los cuidados. ¿Han perdido prestigio las Residencias? No importa, hablemos de los cuidados, que tienen una imagen aún virgen. Y lo han hecho bautizando onomatopéyicamente su empresa, ofreciéndonos como nuevo algo que no lo es, ni en nuestro país, ni en Europa, pero no lo llaman asistencia domiciliaria, nos presentan algo idílico que será una panacea. Repetimos esto no es nada nuevo ni es una panacea, y encarna el mismo riesgo que el que ha perjudicado a los ancianos de las residencias. No nos dejemos engañar ni nos engañemos a nosotros mismos.

No lo olvidemos, las empresas privadas están para ganar dinero, también en la sanidad y en los cuidados.















sábado, 20 de junio de 2020

Cosas de la pandemia

Este artículo que ya está en la imprenta, se publicará en la revista OP Machinery en el número de junio-julio.




1.- La pandemia no entiende de victimas, no las elije en función del color de su piel ni de su origen, no distingue entre varones y hembras. ¡Como para discernir entre buenos y malos, entre victimas y victimarios! El coronavirus se ha llevado a Billy el Niño, conocido torturador que ha dejado tras sí a una buena cantidad de personas que tuvieron la desgracia de caer en sus manos, por el mero hecho de tener una forma de pensar diferente a la suya. ¿Cuál sería ésta? ¿Cómo pensaría él? ¿Pensaría? ¿O se limitaría a darse gusto, a hacer lo que le gustaba? ¿Sentiría placer haciendo sufrir a los que caían en sus manos? ¿Esperaría, anhelante, a que una nueva victima cayera en su poder? ¿Tendría sueños húmedos al respecto?

Es difícil contestar este tipo de preguntas. Para la gente normal, claro. Porque los que fueron sus responsables, los que le ponían a “trabajar” conociendo sus métodos, seguro que tendrían respuestas para todas ellas, seguramente serían de su misma calaña, y así él hacía lo que procedía hacer con la chusma que caía en sus manos, porque ellos estaban en el lado bueno de la comunidad de españoles, los de misa dominical y comunión los primeros viernes de mes, para que les viera la clase dirigente, la gente de bien, la misma que le propuso para las medallas.

Ahora, el Congreso de los Diputados ha acordado retirarle esas medallas. Será a título póstumo. Pero, los que se las dieron, los que se las prendieron al pecho, ¿no tienen ninguna responsabilidad? ¿No debieran pagar de su bolsillo el dinero que el torturador se llevó?

¿No sería lo justo?

2.- Es posible que hayan visto el vídeo en el que el ex Ministro del Interior Fernández Díaz da cuenta de su conversación con el Papa Benedicto XVI – sí, el de los zapatitos rojos-, y como éste le contaba lo que el mismísimo Diablo le había advertido sobre España. La inquina que nos tenía como país, por lo mucho que España había hecho por la religión católica, que no nos lo podía perdonar. El Diablo tiene como objetivo destruir nuestro país, le dijo, y como le dejemos lo va a conseguir, a poco que emplee sus malas artes. Y ante este empeño ¿qué nos queda? Rezar, me dirán ustedes, ya se me había ocurrido, pero no le veo demasiado sentido. Rezando tendremos a Dios de nuestra parte, eso está claro, que además ya lo tenemos, pero la labor divina ha de ser tan grande y tan intensa por todo el mundo que puede tener un ligero despiste, aunque sea pequeñito, y en eso se basará el Príncipe de las Tinieblas, que estará ojo avizor, de modo que cuando esa falta de atención se produzca, ojo, no digo que Dios nos deje de la mano, pero un nanosegundo que esté mirando a Portugal, por ejemplo, le bastará al Maligno para hacernos daño y hundirnos. O quizás sean varias ocasiones, que vayan destrozándonos consecutivamente, por ejemplo la aprobación de la ley del aborto o cuando se apruebe la eutanasia, o cuando los homosexuales se hagan dueños de todo, no sé pero cuanto más lo pienso más claro entiendo las palabras del Arzobispo Cañizares denunciando que se quiere obtener una vacuna contra el coronavirus a partir de los fetos de los millones de abortos practicados diariamente, ahora que ya no se va a abortar a Londres. Cuando Monseñor Cañizares lo advierte por algo será. Esto no hace más que confirmar esa labor de zapa del mismísimo Lucifer.

¿Vamos a quedarnos de brazos cruzados?

3.- Más o menos, a alrededor de 100 millones de euros ascienden las comisiones cobradas por el Rey Emérito – recuerden, aquél campechano que también cazaba elefantes- y que se está haciendo el sueco; solo que los suecos de la casa real parecen algo más serios que estos Borbones de infausta memoria.
Cien millones de euros que las empresas españolas, todas o algunas, hubieron de pagar a sus clientes saudíes para que éstos se los pasaran después al que dijo aquello de lo siento mucho, no volverá a ocurrir; así suceden estas cosas.

Los que quieren que esto se quede así se basan en que nuestro hombre goza de inviolabilidad. Es decir, puede matar a cualquiera, puede violar a una niña, puede cometer la fechoría más espantosa, que no se le puede juzgar por ello: es inviolable. Y los que lo dicen son, ni más ni menos, los letrados del Congreso de los Diputados, donde reside el poder popular; pero claro, esto debe importarles bien poco. Los que entienden la inviolabilidad como debe ser son, en realidad, los mayores defensores de la institución monárquica, que no tiene otra vía de perpetuarse que bajo la forma de monarquías parlamentarias. De esta manera el monarca gozará de inviolabilidad cuando actúe en nombre del Parlamento; en esos momentos no es él quien actúa, sino que lo hace por delegación de una institución, en realidad, superior a la que él mismo pertenece como personaje real. Pero, si no actúa por delegación, se convierte en un ciudadano normal y corriente, y ahí no tiene ni sentido ni justificación inviolabilidad alguna; si contradice la ley debe atenerse al imperio de la misma.

Y cobrando comisiones ilegales – por ejemplo- está actuando en interés propio, guiado por la codicia, no representando al Congreso de los Diputados: no tiene, por tanto, inviolabilidad ninguna.

¿Veremos triunfar la justicia algún día?



jueves, 11 de junio de 2020

El académico







Acostumbro a leer la columna de Arturo Pérez-Reverte en el suplemento
XL Semanal del grupo Vocento. Lo leo porque siempre me ha fascinado esa capacidad para escribir un artículo semanal - impecablemente hecho, he de añadir- aunque muy rara vez haya estado de acuerdo con su contenido.

Nuestro novelista tiene una capacidad de fabulación poco común. El que haya leído sus novelas – yo no pertenezco a esa grey- seguramente me dará la razón. ¿Que cómo lo sé? Obviamente por sus artículos: Cincuenta y dos artículos al año por un montón de años garantizan ese aserto.

Y aquí hay que distinguir varias líneas. A veces nos habla de su afición por la vela y los ratos en su embarcación en diversas peripecias; otras veces nos trae retazos de su trabajo como corresponsal de guerra: paisajes inolvidables, aventuras inverosímiles en situaciones de alto riesgo, con colegas, fotógrafos de guerra, guardias personales, entre el fragor de un bombardeo o la calma de un bar de hotel apurando una última copa con los colegas; en otros artículos nos presenta amigos o conocidos de los cuales recuerda anécdotas muy sabrosas; con él hemos conocido el glamour de diversos hoteles y bares around the world donde tomarse un café ha de ser necesariamente un regalo para la vista y la experiencia vital; nos ha hecho palpar el tejido de gabardinas burberry, chaquetas de tweed, con botones forrados y coderas, o el uso cabal del sombrero entre caballeros; seguramente algún lector podrá añadir otros de entre sus clásicos, pero, de un tiempo a esta parte, vengo observando una tendencia distinta que no sé cómo bautizar. Me explico:

Por poner el ejemplo más reciente, en su “Sobre héroes y/o asesinos” del 31 de mayo, nos habla de los maquis de la posguerra española. Para él todos esos maquis venían del Partido Comunista como si ello fuera intrínsecamente perverso- cuando se sabe que terminada la guerra hubo hombres que no habían combatido y no tenían filiación política y que por diferentes motivos – no por delincuencia- enlazaron con aquella resistencia. Y unos y otros - en caso contrario no habrían podido mantenerse-, contaban con el suficiente apoyo de la población, en los pueblos, en las ciudades y en los despoblados. La inmensa mayoría prefirió seguir su camino antes de entregarse y ser ejecutados. De esto no se habla en el artículo, lo que se dice es que los emboscados – así se les conocía en mi pueblo, lo recuerdo bien, así como algunos de sus nombres-, Los que se echaron al monte, título del libro de Isidro Cicero (Ediciones Tantín, Santander, 2002) que documentalmente habla de algunos de entre ellos, lo que Pérez-Reverte dice, repito, es que entre 1939 y 1952 , los maquis asesinaron a casi un millar de campesinos, a 257 guardias civiles y a 50 militares y policías (ver foto al pie). Pero lo que oculta es que en los mismos años, del 39 al 52, y más adelante el nuevo Estado fusiló a unos 60.000 españoles, la mayoría sin juicio previo y el resto tras la farsa judicial que podemos imaginar. Españoles eliminados físicamente por un Estado recién establecido, que sentaba así las bases de una justicia que le acompañaría hasta la muerte del dictador, y en cierto sentido hasta hace bien poco tiempo. El lector interesado puede encontrar información suficiente, en diversas fuentes. Lo cierto es, con una cierta distancia histórica, que unos dieron continuidad a una lucha perdida por unos valores republicanos y una legalidad atropellada, en tanto los otros continuaron practicando lo mismo que hicieran durante los últimos tres años de guerra incivil, ahora al amparo de un régimen ya establecido.

Y esto no es el clásico y tú más, es constatar los hechos y contarlos como se produjeron. Nuestro escritor, convertido desde 2003 en académico de número de la Real Academia Española, sin duda con toda justicia, que quede esto claro, tiene la desfachatez de decir de la parte que considera contraria a sus ideas, que esa minoría es incapaz, cuando tiene una ideología determinada, de ver nada negativo en la propia, ni nada positivo en la del adversario. Obviamente, él no se aplica el cuento.

Pero le seguiré leyendo; siempre se aprende algo.


Foto del libro citado por mí, que se remite a datos de “El maquis en España” del teniente coronel de la guardia civil Francisco Aguado Sánchez. Observénse las coincidencias.






lunes, 8 de junio de 2020

Black lives matter

Una asidua lectora, conocedora no solo del inglés sino también del ámbito anglosajón, me ha inducido al cambio de título de esta entrada. Black lives matter, como lo ven ahora, en vez de All lives matter. El asunto no es baladí, pues el título que yo había utilizado pretendía, a mi modo de ver, hacer extensiva la protesta de la muerte de George Floyd a todas las muertes. Pero ella me ha hecho ver que All lives matter viene siendo utilizado para acallar el Black lives matter original. Hasta por el propio Trump y sus seguidores, a quienes poco importan ni las vidas de los negros ni las de cualquier otra persona que no sean ellos mismos.




Nadie puede predecir el final del movimiento negro de protesta por el asesinato de George Floyd; movimiento negro, he escrito, cuando en realidad es un movimiento por los derechos humanos más elementales, el derecho a la vida, el derecho a la educación, el derecho al trabajo remunerado, a la vivienda, a la sanidad, ...a manifestarse, en suma por todos aquellos derechos que nos diferencian de los animales, en una época en que los animales, al menos ciertos animales, son también sujetos de derechos.

Acabo de ver en la televisión, cómo un ser humano, sintiendo el peso de otro cuerpo a través de la rodilla que le oprime el cuello, pide, ruega, suplica, que le dejen respirar, mientras ha de escuchar la voz de uno de sus asesinos diciéndole ponte de pie y entra al coche, que al parecer era algo que no había querido hacer, porque entrar al coche de la policía, a veces, cuando uno es negro no es muy aconsejable, se sabe cuando se entra pero nunca cuando y cómo se sale, pero ahora, firmemente aherrojado en el suelo, sin capacidad para moverse, con el peso de otros dos o tres cuerpos encima, ese ser humano - recuérdenlo, un ser humano como cualquiera de nosotros- nota apremiantemente que no puede respirar, que el aire no le alcanza, seguramente no es consciente de que va a morir, aún no, o esa idea no le viene a la cabeza, no lo sabemos, la ciencia no ha desvelado todavía la secuencia de esos últimos segundos entre la exigencia física del aire que respiramos y el instante final que nubla la vista, la consciencia, y todo acaba; unos pocos segundos hasta que escuchamos la voz angustiosa de un testigo que denuncia el reguero de sangre que sale de su nariz bañando la calle en la que un ser humano - ¿recuerdan?- acaba de ser asesinado.

Bien, mejor o peor explicado, esto es lo que yo he visto; otros han visto otra cosa, porque tras una semana larga de los hechos, de lo que nos hablan es de la dictadura del vandalismo de las hordas negras destrozando las calles y saqueando comercios. Porque nos recuerdan que el 90% de los asesinatos de negros son obra de otros negros, y contra esa violencia no grita el Black Lives Matter (las vidas de los negros importan, quiere decir), y en el summun del cinismo nos dicen que Estados Unidos “lleva décadas dedicando una ingente cantidad de recursos para tratar de paliar estas cuestiones sociales, educacionales y de igualdad de oportunidades” (Javier Sabadell, Diario Vasco, 5 de junio actual)

Cuando los negros gritan que las vidas de los negros también cuentan, se está queriendo decir que los negros son los que ponen la sangre, y eso lo hemos visto repetido y no solo en este caso: las vidas de los negros y las de los blancos, las de los hispanos y los mestizos y los mulatos, los cuarterones y los salto atrás. Pero también las de los sirios y los palestinos, los iraquíes y los afganos. Los vietnamitas asfixiados en el interior del camión que les iba a depositar, cual mercancía estropeada, en Inglaterra; los que tratan de pasar el Mediterráneo en busca de una vida mejor; los que duermen al raso en Lleida tras una dura jornada de trabajo, casi gratis, a mayor gloria de los propietarios de la tierra catalana; o los que viven en chabolas de plástico y madera en Lepe, para que las fresas nos salgan más baratas; los que, en definitiva, sufren la violencia policial en nuestro país si osan materializar públicamente su situación.

Los últimos días las manifestaciones populares se han sucedido en las principales ciudades del mundo. El del pelo panoja concita la animadversión planetaria, pero ése pasará – esperemos que sea pronto- y no hay ninguna garantía de que un nuevo gobierno americano cambie las cosas en ese gran país. El racismo y la desigualdad seguirán campeando por doquier. Fijémonos que Portugal e Italia han regularizado a todos los inmigrantes irregulares, pero España, más necesitada de mano de obra no lo ha hecho.

Esta civilización será un rotundo fracaso mientras cualquiera de sus hijos no disponga de las más mínimas condiciones de vida, independientemente del lugar de su nacimiento y del color de su piel.





jueves, 4 de junio de 2020

Teletrabajando (y 2)







Hemos hablado del teletrabajo pero no de las videollamadas o videoconferencias. Aunque unas vienen del otro, o son una extensión, o un añadido, lo que sea más exacto, que no hace al caso, lo cierto es que se complementan. De hecho, podríamos definir teletrabajar como un compendio de tareas realizadas dentro o fuera del espacio físico de una empresa, a veces a miles de kilómetros de distancia, comunicándose con una base de datos de la empresa o con la nube, para tratar archivos, simultáneamente o no, y con otros ordenadores con los cuales se interacciona visual y/o auditivamente.
Es decir, que el teletrabajador puede hacer lo mismo que si estuviera en planta, acudir a un archivo, enviar un mensaje interno a otro trabajador, hablar con él y verle si lo desea.

Nosotros disponemos de teléfono, whatsapp y/o de skype; ese teletrabajador también puede recurrir a esas herramientas y otras más elaboradas como Teams de Microsoft, Zoom y otras, que le permitirán asistir a una videollamada convocada por su jefe para insistir en determinadas acciones comerciales, por ejemplo. Puede ser un grupo de media docena de comerciales o de varias decenas, si el caso lo requiere. Se asiste en directo, se escucha, se interviene, se pregunta, se discute, pero los integrantes del grupo pueden estar en múltiples sitios diferentes. Esta es la gran ventaja: no hay que gastar ni tiempo ni dinero para desplazarse – esto va en contra de las compañías aéreas y a favor del medio ambiente- hasta un sitio determinado que, a veces, hay que alquilar para la ocasión, y que origina otros gastos de hotel y restauración. Aparte de que en unos pocos días se organiza el “encuentro”, aunque algunos de los convocados estén en continentes distintos.

Hemos visto varias veces cómo se reunía el gobierno del país, en plena pandemia, incluso con los presidentes de las distintas autonomías; alguno habrá asistido por videollamada a un consejo de administración de una empresa, a una charla sobre no importa qué tema a cargo de un conferenciante de fuera de la ciudad. Esto, entre otras cosas, se está viviendo ahora, cuando la pandemia no nos deja movernos de la provincia, o el centro habitual para conferencias se encuentra cerrado hasta nueva orden.

El uso de las tecnologías de la información y la comunicación (Tic´s) están a nuestra disposición y facilitan la extensión del conocimiento y la cultura.
Hay nuevas herramientas para las videoconferencias, una de las cuales permite una asistencia individual de hasta 10.000 participantes.

Sea como sea, la tecnología nos va a facilitar herramientas cada vez más simples y más potentes, más fáciles de usar y de mayor alcance, sin embargo seremos nosotros quienes hagamos que estén al servicio de las personas o de otros objetivos, y que se persigan fines diferentes al bien común o a favor; el martillo sirve para clavar un clavo, pero también para aplastar un hormiguero.

Mas los teletrabajadores deben también, por su lado, mantener un contacto físico con sus colegas, y como han hecho siempre los trabajadores, pertenecer a un sindicato, aunque ahora ya no se lleve, que ya se sabe que la unión hace la fuerza y el pez grande se come al chico. El sindicato, o la sección sindical, podría gestionarse también digitalmente. Porque no olvidemos que el teletrabajo tiene sus riesgos. Puede utilizarse para practicar el bulliyng, convertirse en un nicho donde arrinconar al que caiga en desgracia; ha de ser adecuadamente retribuido, debe permitir el desarrollo de las carreras laborales, etcétera. Sin olvidar que tendrá su importancia en la extensión de las medias jornadas y, en definitiva, en la reducción de la jornada laboral y/o en el cómputo total del trabajo, objetivo que cada vez ha de estar más cerca. Por eso los trabajadores, del sexo que sean – no me gusta eso de trabajadoras y trabajadores-, deberán luchar por sus derechos, y mejor hacerlo agrupados, obviamente.

¿Habrá venido el teletrabajo para quedarse?






martes, 2 de junio de 2020

Teletrabajando (1)






El teletrabajo es uno de los temas de los que más se habla en estos días: que si ha venido para quedarse – esta frase me encanta- que si está muy bien, que si está muy mal. Como si el teletrabajo fuera muy novedoso y no algo que ya existía – en tiempos digitales, entiéndase bien- y al que la situación aportada por el virus ha convertido en una herramienta a desempolvar y generalizar por doquier. Hace ya un par de quinquenios que en UK solo se trabaja media jornada los viernes – el casual friday- y la tendencia es teletrabajar esas cuatro horas, de tal manera que se ha inventado el viernes “inglés”; como en España nos habituamos al sábado inglés hace cuatro o cinco decenios.

¿Quién no escuchó hace más de diez años que Bill Gates, por poner un ejemplo mundialmente conocido, acudía a las oficinas de su empresa sin que pareciera tener un sitio fijo donde sentarse? Llegaba con su portátil o su tablet, se acercaba a aquél con quien tuviera que hablar y allí se quedaba, hasta que le conviniera cambiar de sala o de piso dependiendo de donde fuera requerido. Por el contrario, en las empresas tradicionales siempre ha existido la planta noble, sede de las altas esferas, donde abundaba el mármol y las maderas nobles, y donde la gente común nunca podía entrar. Ese era el sancta sanctórum de la antigua dirigencia, reflejo de una manera clásica de gestión.

Algo clásico y muy valorado en las empresas españolas ha sido siempre el “presentismo”. Existe un horario, lógicamente, pero llegar a la hora y ser el último en salir es sinónimo de trabajador entregado a la causa y, en consecuencia, adecuadamente retribuido. Hoy, la digitalización permite conocer cuantos expedientes, por ejemplo, se pueden hacer a la hora, y, en consecuencia, qué más nos da que se hagan en la oficina o no se sabe dónde; de cualquier manera queda constancia del trabajo hecho, nada se pierde, el resultado está donde tiene que estar y nadie puede escaquearse. Sabremos incluso en qué se pueden hacer mejoras para ser más productivos, donde el trabajador emplea más o menos tiempo, qué dudas tiene, qué consultas realiza, qué formación debiera recibir para incrementar su productividad, cuanto tiempo está realmente trabajando y cuanto mirando a través de la ventana, etcétera.

Imaginemos que con el teletrabajo la empresa pueda necesitar solamente la mitad del espacio físico para oficinas del que precisaba antes. Esto tiene una traducción directa en costes, ¿no es así? Menos metros cuadrados, menor consumo de energía para iluminación, calefacción, etcétera. Por la parte del trabajador se evitan los gastos y las horas de desplazamiento hasta el lugar de trabajo, que pueden ser fácilmente tres o cuatro horas fuera del entorno familiar. ¿Cómo se repartirán esos ahorros entre empresa y trabajadores? Damos por supuesto que la empresa pagará el ordenador, los datos y la energía, pero eso no es todo.

Pensemos por un momento en el alcalde de uno de esos pequeños municipios de la España vaciada, abocado a su segura ruina. Si consiguiera conectar digitalmente su pueblo con el mundo, si convirtiera la vieja escuela u otro edificio sin uso en un lugar cómodo donde algunas personas pudieran acudir para teletrabajar, si adaptara varias casas vacías en confortables viviendas, si ofertara ese nuevo perfil del pueblo directamente a usuarios o a empresas con capacidad e inquietud, ¿no lograría dar un nuevo impulso al viejo y decrépito pueblo? Quizás hasta fuera preciso reiniciar la actividad en la escuela con los hijos de los nuevos vecinos, abrir una pequeña tienda y un bar, y en definitiva empezar a resolver los problemas de ese país que se despuebla.

(Continuará)