lunes, 8 de junio de 2020

Black lives matter

Una asidua lectora, conocedora no solo del inglés sino también del ámbito anglosajón, me ha inducido al cambio de título de esta entrada. Black lives matter, como lo ven ahora, en vez de All lives matter. El asunto no es baladí, pues el título que yo había utilizado pretendía, a mi modo de ver, hacer extensiva la protesta de la muerte de George Floyd a todas las muertes. Pero ella me ha hecho ver que All lives matter viene siendo utilizado para acallar el Black lives matter original. Hasta por el propio Trump y sus seguidores, a quienes poco importan ni las vidas de los negros ni las de cualquier otra persona que no sean ellos mismos.




Nadie puede predecir el final del movimiento negro de protesta por el asesinato de George Floyd; movimiento negro, he escrito, cuando en realidad es un movimiento por los derechos humanos más elementales, el derecho a la vida, el derecho a la educación, el derecho al trabajo remunerado, a la vivienda, a la sanidad, ...a manifestarse, en suma por todos aquellos derechos que nos diferencian de los animales, en una época en que los animales, al menos ciertos animales, son también sujetos de derechos.

Acabo de ver en la televisión, cómo un ser humano, sintiendo el peso de otro cuerpo a través de la rodilla que le oprime el cuello, pide, ruega, suplica, que le dejen respirar, mientras ha de escuchar la voz de uno de sus asesinos diciéndole ponte de pie y entra al coche, que al parecer era algo que no había querido hacer, porque entrar al coche de la policía, a veces, cuando uno es negro no es muy aconsejable, se sabe cuando se entra pero nunca cuando y cómo se sale, pero ahora, firmemente aherrojado en el suelo, sin capacidad para moverse, con el peso de otros dos o tres cuerpos encima, ese ser humano - recuérdenlo, un ser humano como cualquiera de nosotros- nota apremiantemente que no puede respirar, que el aire no le alcanza, seguramente no es consciente de que va a morir, aún no, o esa idea no le viene a la cabeza, no lo sabemos, la ciencia no ha desvelado todavía la secuencia de esos últimos segundos entre la exigencia física del aire que respiramos y el instante final que nubla la vista, la consciencia, y todo acaba; unos pocos segundos hasta que escuchamos la voz angustiosa de un testigo que denuncia el reguero de sangre que sale de su nariz bañando la calle en la que un ser humano - ¿recuerdan?- acaba de ser asesinado.

Bien, mejor o peor explicado, esto es lo que yo he visto; otros han visto otra cosa, porque tras una semana larga de los hechos, de lo que nos hablan es de la dictadura del vandalismo de las hordas negras destrozando las calles y saqueando comercios. Porque nos recuerdan que el 90% de los asesinatos de negros son obra de otros negros, y contra esa violencia no grita el Black Lives Matter (las vidas de los negros importan, quiere decir), y en el summun del cinismo nos dicen que Estados Unidos “lleva décadas dedicando una ingente cantidad de recursos para tratar de paliar estas cuestiones sociales, educacionales y de igualdad de oportunidades” (Javier Sabadell, Diario Vasco, 5 de junio actual)

Cuando los negros gritan que las vidas de los negros también cuentan, se está queriendo decir que los negros son los que ponen la sangre, y eso lo hemos visto repetido y no solo en este caso: las vidas de los negros y las de los blancos, las de los hispanos y los mestizos y los mulatos, los cuarterones y los salto atrás. Pero también las de los sirios y los palestinos, los iraquíes y los afganos. Los vietnamitas asfixiados en el interior del camión que les iba a depositar, cual mercancía estropeada, en Inglaterra; los que tratan de pasar el Mediterráneo en busca de una vida mejor; los que duermen al raso en Lleida tras una dura jornada de trabajo, casi gratis, a mayor gloria de los propietarios de la tierra catalana; o los que viven en chabolas de plástico y madera en Lepe, para que las fresas nos salgan más baratas; los que, en definitiva, sufren la violencia policial en nuestro país si osan materializar públicamente su situación.

Los últimos días las manifestaciones populares se han sucedido en las principales ciudades del mundo. El del pelo panoja concita la animadversión planetaria, pero ése pasará – esperemos que sea pronto- y no hay ninguna garantía de que un nuevo gobierno americano cambie las cosas en ese gran país. El racismo y la desigualdad seguirán campeando por doquier. Fijémonos que Portugal e Italia han regularizado a todos los inmigrantes irregulares, pero España, más necesitada de mano de obra no lo ha hecho.

Esta civilización será un rotundo fracaso mientras cualquiera de sus hijos no disponga de las más mínimas condiciones de vida, independientemente del lugar de su nacimiento y del color de su piel.





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