martes, 2 de junio de 2020

Teletrabajando (1)






El teletrabajo es uno de los temas de los que más se habla en estos días: que si ha venido para quedarse – esta frase me encanta- que si está muy bien, que si está muy mal. Como si el teletrabajo fuera muy novedoso y no algo que ya existía – en tiempos digitales, entiéndase bien- y al que la situación aportada por el virus ha convertido en una herramienta a desempolvar y generalizar por doquier. Hace ya un par de quinquenios que en UK solo se trabaja media jornada los viernes – el casual friday- y la tendencia es teletrabajar esas cuatro horas, de tal manera que se ha inventado el viernes “inglés”; como en España nos habituamos al sábado inglés hace cuatro o cinco decenios.

¿Quién no escuchó hace más de diez años que Bill Gates, por poner un ejemplo mundialmente conocido, acudía a las oficinas de su empresa sin que pareciera tener un sitio fijo donde sentarse? Llegaba con su portátil o su tablet, se acercaba a aquél con quien tuviera que hablar y allí se quedaba, hasta que le conviniera cambiar de sala o de piso dependiendo de donde fuera requerido. Por el contrario, en las empresas tradicionales siempre ha existido la planta noble, sede de las altas esferas, donde abundaba el mármol y las maderas nobles, y donde la gente común nunca podía entrar. Ese era el sancta sanctórum de la antigua dirigencia, reflejo de una manera clásica de gestión.

Algo clásico y muy valorado en las empresas españolas ha sido siempre el “presentismo”. Existe un horario, lógicamente, pero llegar a la hora y ser el último en salir es sinónimo de trabajador entregado a la causa y, en consecuencia, adecuadamente retribuido. Hoy, la digitalización permite conocer cuantos expedientes, por ejemplo, se pueden hacer a la hora, y, en consecuencia, qué más nos da que se hagan en la oficina o no se sabe dónde; de cualquier manera queda constancia del trabajo hecho, nada se pierde, el resultado está donde tiene que estar y nadie puede escaquearse. Sabremos incluso en qué se pueden hacer mejoras para ser más productivos, donde el trabajador emplea más o menos tiempo, qué dudas tiene, qué consultas realiza, qué formación debiera recibir para incrementar su productividad, cuanto tiempo está realmente trabajando y cuanto mirando a través de la ventana, etcétera.

Imaginemos que con el teletrabajo la empresa pueda necesitar solamente la mitad del espacio físico para oficinas del que precisaba antes. Esto tiene una traducción directa en costes, ¿no es así? Menos metros cuadrados, menor consumo de energía para iluminación, calefacción, etcétera. Por la parte del trabajador se evitan los gastos y las horas de desplazamiento hasta el lugar de trabajo, que pueden ser fácilmente tres o cuatro horas fuera del entorno familiar. ¿Cómo se repartirán esos ahorros entre empresa y trabajadores? Damos por supuesto que la empresa pagará el ordenador, los datos y la energía, pero eso no es todo.

Pensemos por un momento en el alcalde de uno de esos pequeños municipios de la España vaciada, abocado a su segura ruina. Si consiguiera conectar digitalmente su pueblo con el mundo, si convirtiera la vieja escuela u otro edificio sin uso en un lugar cómodo donde algunas personas pudieran acudir para teletrabajar, si adaptara varias casas vacías en confortables viviendas, si ofertara ese nuevo perfil del pueblo directamente a usuarios o a empresas con capacidad e inquietud, ¿no lograría dar un nuevo impulso al viejo y decrépito pueblo? Quizás hasta fuera preciso reiniciar la actividad en la escuela con los hijos de los nuevos vecinos, abrir una pequeña tienda y un bar, y en definitiva empezar a resolver los problemas de ese país que se despuebla.

(Continuará)



No hay comentarios:

Publicar un comentario