sábado, 30 de noviembre de 2013

Bancarios






En España hay un centenar de directivos bancarios que ganan por encima del millón de euros anuales. Así, España se sitúa en el quinto lugar en Europa, por detrás de Inglaterra, Alemania, Francia e Italia; es decir, lo normal, somos el quinto país europeo en casi todas las clasificaciones.
Pero atendiendo a lo que ganan como media, somos el segundo, sólo tras los chipriotas –los millonarios rusos pagan bien- y por delante de los ingleses –recuerden que la City es el sector de actividad que genera más riqueza para su país.
Esto habla bien a las claras de la calidad de nuestros directivos bancarios. Sus empresas lo reconocen y les pagan 2,16 millones de euros anuales.
¿Dice usted que no tiene que ver con su calidad? ¡Hombre…!
Al mismo tiempo hemos sabido que el BBVA aboga, al igual que lo hiciera el FMI, por una bajada de salarios en España del 7%, lo que se traduciría en una disminución del paro en torno al 10%, aunque también indica que esa propuesta se basa en una “visión parcial de la economía que no tiene en cuenta los efectos del salario sobre el empleo”.
Es de agradecer que uno de los bancos españoles más grandes y, por tanto, de los que más directivos tienen ganando 2,16 millones de euros, haga esa propuesta y estén, por tanto, dispuestos a apretarse el cinturón.
Ah!, ¿Que dice usted que eso no quiere decir que ellos vayan a bajarse su sueldo? ¿Que eso es para los demás? ¡Acabáramos!

jueves, 28 de noviembre de 2013

Asíntotas




En geometría se llaman asintóticas aquellas funciones paralelas que tienden a coincidir en un punto en el infinito, pero que no llegarán a tocarse, no llegarán a su intersección.
Esto mismo podemos decir de lo que yo llamo las Españas paralelas, es decir, la España que sufre, azotada por la crisis y por la solución que se ha adoptado, y la España que vive al margen de la crisis: coexisten, parece que van a coincidir pero nunca lo hacen. Podríamos denominar escrache al punto de intersección, de coincidencia, de esas dos Españas. Y de escrache podemos calificar el acto que Alfredo Pérez Rubalcaba ha sufrido hoy en la Universidad de Granada: un grupo de radicales ha reventado la conferencia que iba a pronunciar en dicha universidad.
Unos pensarán: ¡Vaya! me alegro, que pruebe su propia medicina, a ver si le gusta.
Otros dirán: ¿Qué dirá ahora de los del 15-M y toda esa tropa?
Habrá quien diga: ¡Hombre! Primero, que le dejen hablar y luego, si quieren, que le critiquen.
Yo digo: Lo raro es que no haya ocurrido antes; lo extraño es que la protesta se limite a eso; es mejor suspender una conferencia a que te desahucien del piso; lo increíble es que no llegue el momento en que los que lo pasan mal reclamen, por la fuerza, la ración diaria de alimento para sus hijos . . .
Lo importante no es lo que ha pasado hoy. Lo importante es ofrecer a millones de españoles una salida digna, y que el encuentro de las dos Españas ni sea violento ni se produzca en el infinito.

lunes, 25 de noviembre de 2013

La Avalancha








LA AVALANCHA



                

                 En cuanto dejó de sentir el vendaval producido por las aspas del helicóptero, Natalio aminoró el paso. Ya no estaba en buenas condiciones, se fatigaba demasiado, le costaba mover su corpachón enorme, la barriga cada vez más prominente. Se encaminó despacio, recuperando el resuello, hacia el pequeño promontorio desde donde se veía -se adivinaba más bien- el valle y donde le esperaba su vieja camioneta. Al llegar se aflojó del todo el nudo de la corbata y se desabrochó los botones segundo y tercero de la camisa. Sentado al volante, con la puerta abierta, se secó el sudor de su frente con la manga de la chaqueta y lentamente, con complacencia -el estruendo del helicóptero se había extinguido-, extendió una vez más la vista hacia el valle.
  Acababa de llegar de la capital. Una hora de helicóptero y tres de avión antes había vivido su triunfo. Las autoridades, con el Presidente a la cabeza, le habían mostrado su admiración y respeto. Extrajo del bolsillo de la chaqueta para admirarla, una vez más, la condecoración que le habían prendido al pecho, la más alta que pudiera recibirse desde el rango civil. El reconocimiento de la sociedad era la culminación a aquellos largos años de dedicación y esfuerzo, donde no había escatimado su entrega, en los que había envejecido en la ingente tarea de cambiar la faz de la tierra. Así lo había dicho el mismísimo Presidente en su discurso:
                 - ... este gigante, Natalio, permítame que le llame así, simplemente, Natalio, como le llama todo el mundo, este gigante, repito, cuya labor ha cambiado la faz de la tierra...
Y en efecto, así era. Donde él estaba ahora, diecinueve años atrás sólo podían estar las águilas, sobrevolando su territorio. Ahora había un helipuerto, hangares, edificios administrativos, talleres, residencias para el personal, su propio chalecito. Y todo eso era la cota + 93 respecto al fondo del cauce. Había sido necesario mover miles de millones de metros cúbicos, las cifras podían marear a cualquiera, y la obra era perfectamente visible desde el espacio exterior. Primero, construir alojamientos para los miles de personas empleadas; después, a medida que la obra avanzaba, cambiar ese emplazamiento de sitio por dos veces. Entretanto, los diarios problemas por resolver, al principio como uno de los responsables máximos de la obra, después, enseguida, a causa de la avalancha que tantos muertos causó, como máximo responsable. Repasó mentalmente aquellos momentos. Apenas podía ya recordar los rostros: El Comité de Ingenieros, al que él estaba a punto de acceder, pereció en pleno. Luego, los intrincados manejos financieros que situaron a su empresa  en la cabecera del Consorcio y entonces, su propio encumbramiento a la dirección de la obra. Recordó también algunos artículos de prensa que trataron de responsabilizarle del desastre. Volvió a secarse el sudor de la frente con la manga de la chaqueta. Cerró los ojos recordando los miles de máquinas que habían empleado, hasta el punto de que la obra había activado la construcción mundial de maquinaria. ¡Cuántos cientos de perforadoras, excavadoras, cargadoras, tractores, empujadores, motoniveladoras,  compactadoras! Cuántas miles de toneladas de explosivo, de gasóleo, de aceite. Cuántos martillos, cuántos tallantes, cuántas trituradoras, cuántas plantas de hormigón, cuántas de asfalto. Cuántos miles y miles de maquinas habían sido utilizadas. Cuántas cizallas se habían usado para reciclar aquel material. Cuántas toneladas habían circulado por la vía férrea, expresamente construida para el acarreo, que se extendía por 365 kilómetros a través del desierto.
Cuánta gente había conocido en aquellos años: obreros, capataces, topógrafos, ingenieros; asesores, vendedores de maquinaria, vendedores de material de desgaste. Cuántos de ellos habían desaparecido ya, unos de forma natural, otros, cuando la avalancha.
  La avalancha, otra vez  la avalancha, no se la quitaba de la cabeza, después de tantos años, ahora que la obra estaba terminada, ahora que él acababa de recoger el reconocimiento unánime, ni que él fuera responsable de algo como se empeñaron en demostrar, sin conseguirlo, aquellos malditos diarios. Pues no, bien alto lo podía decir, allí, sentado en su vieja camioneta, en el promontorio, dominando una pequeña parte del paisaje: “Él,  Natalio, no era responsable, no podía ser responsable”. Se movió inquieto en el asiento, buscando una postura más cómoda, nadie le iba a privar de su éxito, de sus honores tan arduamente conseguidos. Volvió a removerse en el asiento sin encontrar acomodo. Entonces le pareció que la camioneta se movía. Miró la palanca de freno; estaba echada. Pero no, no se movía, ¡se balanceaba! Al instante un rumor sordo, mineral, que iba creciendo, aumentó su estupor. Trató de saltar al exterior, pero tuvo miedo. Entonces miró hacia abajo, al cauce, al valle: Una mancha fangosa, ingente, de tierra y rocas, de color rojizo, avanzaba a gran velocidad arrasándolo todo a su paso. El ruido se multiplicó, la tierra temblaba, sintió una punzada en el pecho y buscó en el bolsillo del pantalón las pastillas que siempre llevaba consigo. No las tenía. Moriré de cualquier manera, pensó, será el corazón o la maldita avalancha”. Sintió una opresión en el brazo, cada vez más fuerte, más fuerte, conocía los síntomas.
- ¡Natalio! ¡Natalio! ¡Despierta, estás soñando! ¡No debes tomar coñac después de cenar, siempre te trae pesadillas! - le reprochó su mujer.
A duras penas, se incorporó en la cama, hasta quedar sentado. Sudaba copiosamente. Fue a secarse con la manga de la chaqueta del pijama, pero estaba completamente empapada.
Poco a poco, fue recuperando la consciencia. Entonces recordó las imágenes de la televisión, la víspera, que tanto le impactaron: El Sojourner avanzaba lentamente sobre la superficie rojiza de Marte; el locutor hablaba de una inimaginable inundación millones de años atrás.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Manuel




Se llamaba Manuel y nació en España. Había llegado con las primeras brigadas de trabajadores que trajo la compañía del ferrocarril. El avance de las obras era lo bastante rápido para la época, en parte por el empleo intensivo de mano de obra, en parte por las favorables condiciones del terreno. Mientras éste fue llano se avanzó deprisa: Había quienes allanaban la trocha, cavaban trincheras o acarreaban el balasto; había quienes colocaban las traviesas y quienes tendían los raíles. Y había quienes se ocupaban de los demás trabajos en general: Acercar los materiales, mantener las herramientas, ocuparse de las provisiones y preparar el rancho y, en fin, estar a lo que mandara el capataz.
Entre éstos empezó Manuel a su llegada, ya que no tenía ninguna capacitación. Apenas había aprendido las letras y no conocía otro trabajo que el del campo. A fuerza de tirar del ronzal del burro, acomodando su paso al de éste, había adquirido un andar cadencioso, pausado, como el del animal. Y hasta algo del carácter del pollino se le había pegado, pues soportaba las mayores cargas, tanto físicas como morales, y solo, muy de vez en cuando, era capaz de soltar alguna coz, aunque sin encolerizarse. Seguramente fueron éstas las cualidades que descubrió en él el capataz pues pronto le ordenó que procurara estar siempre a la mano.
Y así pasaron semanas y algunos meses y Manuel fue haciéndose de la cohorte del capataz y la obra fue acercándose a las montañas, dejando atrás el llano y el terreno favorable. Con la cercanía de las sierras el trabajo se hizo más duro y el avance más lento. Las trincheras eran cada vez más profundas y la obra se convirtió en un rosario de túneles y puentes. Al final del último monte se abrió un nuevo y extenso valle, más prometedor. Llegaba hasta donde alcanzaba la vista, por lo que la compañía decidió buscar un emplazamiento idóneo para erigir una estación donde los convoyes pudieran repostar antes de lanzarse valle adelante.
Allí surgieron las complicaciones. Primero empezaron a escasear los suministros; después,  la paga de la gente. Esto es lo que originó la reyerta y exigió que el capataz pusiera orden en la cuadrilla. De las palabras se pasó pronto a los hechos y aquel tipo desabrido, un recién llegado, tiró de navaja. Manuel se puso en medio, para defender al capataz y recibió la cuchillada en el antebrazo izquierdo que usó a guisa de escudo. No tuvo la suerte de cara aquel día y el tajo le cortó varios tendones de modo que la mano izquierda se le quedó sin fuerza para los restos.
-No te preocupes Manuel, - le dijo el capataz-, la obra se reanudará y tú te quedarás en esta estación de factor. ¡Te lo prometo!
Manuel aceptó el trato, -¡qué iba a hacer con aquella mano inútil!-, y tomó posesión de la casita, por llamarla de alguna manera, que le construyeron al final de las vías, junto al depósito de agua, embrión de lo que sería algún día flamante estación. El capataz se despidió de él con un abrazo y un hasta pronto y Manuel los vio marchar a todos con aquella mirada mansa que se le iba acentuando más y más.
Al poco tiempo decidió que no le convenía estar solo y buscó una mujer entre los caseríos más próximos del valle. A base de promesas consiguió una y hubo de arreglar la vivienda para que aceptara venir. A los pocos meses la compañía dejó de enviarle la paga y pensó que sería el momento para abandonar la estación. Pero su mujer quedó embarazada; será después, se dijo. Entretanto improvisó una huerta, y construyó un cobertizo y un corral donde criar conejos y gallinas. En esto nació su primer hijo y de una manera que no se pudo explicar enlazó la ampliación de la huerta con un nuevo embarazo; éste con una ternera que consiguió en el valle a cambio de unos pocos conejos y muchas peonadas y, al fin, una segunda criatura. Aquí, su mujer se plantó:
-Manuel, éste no es sitio para criar los hijos. Si tú no vienes, me iré con los niños.
Manuel no se lo quería creer o fingía no oírlo, o simplemente no acertaba a tomar la decisión de salir de allí. El caso es que un día, al atardecer, cuando volvía de un largo paseo, vio a su mujer emprender el camino hacia el valle con un hatillo a la espalda y un niño en cada brazo. No fue capaz  de reaccionar. Se sentó en el suelo, viéndoles partir. Irá a casa de su madre, quizás pensaba entonces. Al día siguiente se ocupó en traer alimento para los animales, esperando que su mujer regresara. Pasaron los días y ni ella regresó ni él bajó a buscarla.
Aprendió a vivir solo o al menos eso creyó. Los días los pasaba sin grandes dificultades; el trabajo le distraía y cada vez tenía más conejos y gallinas y la ternera se convirtió en vaca. Pero un día la vaca se murió. Entonces tomó conciencia de su propia edad y las noches empezaron a hacérsele interminables. Especialmente las de luna llena. Salía al corral y entre blasfemias, con su mano derecha, la buena, apedreaba a la luna, a sabiendas de que no la alcanzaría; solo así se desahogaba, como el burro que lanza sus coces a ciegas. La casucha se le empezó a desmoronar. Harto ya, un amanecer, reunió fuerzas y con la soga con que había atado a la vaca, se colgó de la única viga que aún podía sostenerle el peso.
Se llamaba Manuel y nació en España; su casa era de barro, de barro y caña.


lunes, 11 de noviembre de 2013

I´ll never walk alone


    Traigo hoy este artículo aparecido en la revista OP Machinery, en su número 12 de mes de octubre pasado; espero que les guste.




I´ll never walk alone

El fútbol acerca culturas, borra fronteras y difumina clases sociales; permite penetrar en el alma de las personas sobre las que el reportero va a escribir. Saber de fútbol no es de derechas o de izquierdas, embrutecedor o inteligente, es solo un conocimiento útil, una herramienta de trabajo.
El fútbol atrae a millones de seguidores por su extrema simplicidad: dos grupos más o menos organizados corriendo detrás de un balón con el objetivo de introducirlo entre tres palos, reales o imaginarios, o entre dos piedras o bultos, si hay escasez. El fútbol es la teatralización de la guerra, la canalización, no siempre exitosa de unas (bajas) pasiones universales. Organiza su desarrollo dentro de un campo de batalla: bandas, uniformes, armas, pinturas en el rostro, banderas, gritos, insultos, ansias de victoria y venganza. Como la guerra, el fútbol tiene reglas. En la primera existe la Convención de Ginebra, que protege, en teoría, a los civiles y a los prisioneros…, en el segundo existen los penaltis, las tarjetas amarillas y rojas, los partidos de suspensión,…es un catalizador de la estupidez humana, del odio, la envidia, el nacionalismo exacerbado.
Los párrafos anteriores pertenecen a El autoestopista de Grozni y otras historias de fútbol y guerra (Ramón Lobo Leider, 2012) y me han parecido bastante esclarecedores. En esta cuarta semana de septiembre que atravesamos no hay un solo día sin fútbol y, claro está, sin fútbol en televisión. Lo cual es una perogrullada, pues saben ustedes que si no hubiera televisión no existiría el fútbol, en la forma en que existe hoy en día en nuestro país. Esa tremenda dependencia de la pequeña pantalla es lo que permite, vía reparto de sus dineros, que haya tan grandes diferencias entre los dos grandes y los restantes equipos. Estamos hablando de sociedades con presupuestos en torno a los quinientos millones de euros que compiten con otras que apenas llegan a los diez o quince. ¿Cómo es posible que se permita tamaña desigualdad? El presidente del club más rico lo es también de la constructora más grande y la más endeudada y que no es ajena a los escándalos de corrupción que salpican su actividad en nuestro país.
Ese hombre, que parece que dedica más tiempo a su club que a su empresa, encaja perfectamente en la descripción que abre este artículo. Lo hemos visto en una foto, con su último fichaje, del que dice que no es caro –juzguen ustedes si cien millones de euros es poco dinero-, mirándole, no diré que con expresión de arrobamiento pero sí como se reverencia a un ser extraordinario. ¿Se habrá visto él en la foto? ¿Qué habrá pensado?
El otro gran equipo, el que dice de sí mismo que es mes que un club, presume de catalanismo a pesar de parecer una torre de babel racial e idiomática. Incomprensible, al menos para mí.
El equipo del Liverpool ha popularizado el himno que cantan sus hinchas, titulado You´ll never walk alone. Ignoro lo que dice el himno, pero el título significa que nunca caminarás solo, y parece ser que cuando lo entonan miles de gargantas en su estadio, el mensaje es bastante electrizante y se consigue una perfecta comunión entre seguidores y jugadores. Yo he querido cambiar el título de ese himno por el que figura arriba, I´ll never walk alone, que traduciré como ya nunca caminaré solo. Porque, a mi modo de entender las cosas, eso es lo que en realidad quiere decir el aficionado que lo canta, que ya nunca estará solo, que fundido en la multitud que ruge, se siente más fuerte, más protegido, y sus problemas y complejos individuales pasan a segundo plano al sentirse parte integrante del grupo, de la masa, de la horda, si ustedes me permiten.
Sobre el esperpento del fútbol en España hablaremos otro día.





viernes, 8 de noviembre de 2013

De Conferencia en Conferencia



      Hechos: Primero, este fin de semana tendrá lugar la Conferencia Política del PSOE, donde piensan proponer una reforma fiscal para eximir de impuestos a los que ganen menos de 16.000 euros al año; segundo, según una reciente encuesta, el 40% de los españoles declara una ideología socialdemocrática pero sólo el 24% de los mismos españoles votaría al PSOE.

Conjeturas: ¿Piensa el PSOE que la reforma fiscal necesaria se agota en esa medida? ¿Conoce el PSOE el informe de la asociación de inspectores fiscales españoles que cifra en 90.000 millones de euros la pérdida anual de recaudación de la Hacienda española? 

Pregunta: ¿Estará relacionado el abandono del votante socialista con la interpretación que el partido hace de las cuestiones de política fiscal?

¿Ustedes que opinan?