lunes, 11 de noviembre de 2013

I´ll never walk alone


    Traigo hoy este artículo aparecido en la revista OP Machinery, en su número 12 de mes de octubre pasado; espero que les guste.




I´ll never walk alone

El fútbol acerca culturas, borra fronteras y difumina clases sociales; permite penetrar en el alma de las personas sobre las que el reportero va a escribir. Saber de fútbol no es de derechas o de izquierdas, embrutecedor o inteligente, es solo un conocimiento útil, una herramienta de trabajo.
El fútbol atrae a millones de seguidores por su extrema simplicidad: dos grupos más o menos organizados corriendo detrás de un balón con el objetivo de introducirlo entre tres palos, reales o imaginarios, o entre dos piedras o bultos, si hay escasez. El fútbol es la teatralización de la guerra, la canalización, no siempre exitosa de unas (bajas) pasiones universales. Organiza su desarrollo dentro de un campo de batalla: bandas, uniformes, armas, pinturas en el rostro, banderas, gritos, insultos, ansias de victoria y venganza. Como la guerra, el fútbol tiene reglas. En la primera existe la Convención de Ginebra, que protege, en teoría, a los civiles y a los prisioneros…, en el segundo existen los penaltis, las tarjetas amarillas y rojas, los partidos de suspensión,…es un catalizador de la estupidez humana, del odio, la envidia, el nacionalismo exacerbado.
Los párrafos anteriores pertenecen a El autoestopista de Grozni y otras historias de fútbol y guerra (Ramón Lobo Leider, 2012) y me han parecido bastante esclarecedores. En esta cuarta semana de septiembre que atravesamos no hay un solo día sin fútbol y, claro está, sin fútbol en televisión. Lo cual es una perogrullada, pues saben ustedes que si no hubiera televisión no existiría el fútbol, en la forma en que existe hoy en día en nuestro país. Esa tremenda dependencia de la pequeña pantalla es lo que permite, vía reparto de sus dineros, que haya tan grandes diferencias entre los dos grandes y los restantes equipos. Estamos hablando de sociedades con presupuestos en torno a los quinientos millones de euros que compiten con otras que apenas llegan a los diez o quince. ¿Cómo es posible que se permita tamaña desigualdad? El presidente del club más rico lo es también de la constructora más grande y la más endeudada y que no es ajena a los escándalos de corrupción que salpican su actividad en nuestro país.
Ese hombre, que parece que dedica más tiempo a su club que a su empresa, encaja perfectamente en la descripción que abre este artículo. Lo hemos visto en una foto, con su último fichaje, del que dice que no es caro –juzguen ustedes si cien millones de euros es poco dinero-, mirándole, no diré que con expresión de arrobamiento pero sí como se reverencia a un ser extraordinario. ¿Se habrá visto él en la foto? ¿Qué habrá pensado?
El otro gran equipo, el que dice de sí mismo que es mes que un club, presume de catalanismo a pesar de parecer una torre de babel racial e idiomática. Incomprensible, al menos para mí.
El equipo del Liverpool ha popularizado el himno que cantan sus hinchas, titulado You´ll never walk alone. Ignoro lo que dice el himno, pero el título significa que nunca caminarás solo, y parece ser que cuando lo entonan miles de gargantas en su estadio, el mensaje es bastante electrizante y se consigue una perfecta comunión entre seguidores y jugadores. Yo he querido cambiar el título de ese himno por el que figura arriba, I´ll never walk alone, que traduciré como ya nunca caminaré solo. Porque, a mi modo de entender las cosas, eso es lo que en realidad quiere decir el aficionado que lo canta, que ya nunca estará solo, que fundido en la multitud que ruge, se siente más fuerte, más protegido, y sus problemas y complejos individuales pasan a segundo plano al sentirse parte integrante del grupo, de la masa, de la horda, si ustedes me permiten.
Sobre el esperpento del fútbol en España hablaremos otro día.





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