Traigo hoy este artículo aparecido en la revista OP Machinery, en su número 12 de mes de octubre pasado; espero que les guste.
I´ll never walk alone
El fútbol acerca culturas, borra fronteras y
difumina clases sociales; permite penetrar en el alma de las personas sobre las
que el reportero va a escribir. Saber de fútbol no es de derechas o de
izquierdas, embrutecedor o inteligente, es solo un conocimiento útil, una
herramienta de trabajo.
El fútbol atrae a millones de seguidores por
su extrema simplicidad: dos grupos más o menos organizados corriendo detrás de
un balón con el objetivo de introducirlo entre tres palos, reales o
imaginarios, o entre dos piedras o bultos, si hay escasez. El fútbol es la
teatralización de la guerra, la canalización, no siempre exitosa de unas
(bajas) pasiones universales. Organiza su desarrollo dentro de un campo de
batalla: bandas, uniformes, armas, pinturas en el rostro, banderas, gritos,
insultos, ansias de victoria y venganza. Como la guerra, el fútbol tiene
reglas. En la primera existe la Convención de Ginebra, que protege, en teoría,
a los civiles y a los prisioneros…, en el segundo existen los penaltis, las
tarjetas amarillas y rojas, los partidos de suspensión,…es un catalizador de la
estupidez humana, del odio, la envidia, el nacionalismo exacerbado.
Los párrafos
anteriores pertenecen a El autoestopista
de Grozni y otras historias de fútbol y guerra (Ramón Lobo Leider, 2012) y me han parecido bastante
esclarecedores. En esta cuarta semana de septiembre que atravesamos no hay un
solo día sin fútbol y, claro está, sin fútbol en televisión. Lo cual es una
perogrullada, pues saben ustedes que si no hubiera televisión no existiría el
fútbol, en la forma en que existe hoy en día en nuestro país. Esa tremenda
dependencia de la pequeña pantalla es lo que permite, vía reparto de sus
dineros, que haya tan grandes diferencias entre los dos grandes y los restantes
equipos. Estamos hablando de sociedades con presupuestos en torno a los
quinientos millones de euros que compiten con otras que apenas llegan a los
diez o quince. ¿Cómo es posible que se permita tamaña desigualdad? El
presidente del club más rico lo es también de la constructora más grande y la
más endeudada y que no es ajena a los escándalos de corrupción que salpican su
actividad en nuestro país.
Ese hombre,
que parece que dedica más tiempo a su club que a su empresa, encaja
perfectamente en la descripción que abre este artículo. Lo hemos visto en una
foto, con su último fichaje, del que dice que no es caro –juzguen ustedes si
cien millones de euros es poco dinero-, mirándole, no diré que con expresión de
arrobamiento pero sí como se reverencia a un ser extraordinario. ¿Se habrá
visto él en la foto? ¿Qué habrá pensado?
El otro gran
equipo, el que dice de sí mismo que es
mes que un club, presume de catalanismo a pesar de parecer una torre de
babel racial e idiomática. Incomprensible, al menos para mí.
El equipo del
Liverpool ha popularizado el himno que cantan sus hinchas, titulado You´ll never walk alone. Ignoro lo que
dice el himno, pero el título significa que nunca caminarás solo, y parece ser
que cuando lo entonan miles de gargantas en su estadio, el mensaje es bastante
electrizante y se consigue una perfecta comunión entre seguidores y jugadores.
Yo he querido cambiar el título de ese himno por el que figura arriba, I´ll never walk alone, que traduciré
como ya nunca caminaré solo. Porque,
a mi modo de entender las cosas, eso es lo que en realidad quiere decir el
aficionado que lo canta, que ya nunca estará solo, que fundido en la multitud
que ruge, se siente más fuerte, más protegido, y sus problemas y complejos individuales
pasan a segundo plano al sentirse parte integrante del grupo, de la masa, de la
horda, si ustedes me permiten.
Sobre el
esperpento del fútbol en España hablaremos otro día.
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