domingo, 14 de abril de 2013

Para su archivo, publico hoy "El rorcual común", artículo publicado en el nº 5 de la revista OP Machinery, de enero de 2013.



EL RORCUAL COMUN



En los días anteriores había habido mucha mar de fondo. Y, según dijeron los expertos, ya estaba muy delgada, casi esquelética. Quizás, agotada por el esfuerzo no pudo sino dejarse arrastrar por las olas hasta la costa; eso explica que entrara en la bahía, al abrigo del temporal.
Cuando yo la vi ya había varado, llevaba horas con el peso de su cuerpo oprimiendo sus pulmones, y sus movimientos, acompasados por el batir de las suaves olas de la bahía, no hacían presagiar nada bueno. El espectáculo –eso parecía ser para más de uno- era lastimoso. Como humano uno siente una cierta proximidad con ese ser, a pesar de su exagerado tamaño y de su hábitat natural; sentimos pena al ver morir a un caballo, pongo por caso. Y lo mismo sentimos al ver morir a una ballena, aunque mida veintiséis metros y pese más de veinticinco toneladas. Así sucedió, murió al rato, sin hacer ruido, de la misma manera que había aparecido en nuestra bahía.
Hasta aquí los hechos. Ustedes han tenido puntual conocimiento de los mismos a través de los medios de comunicación. Un episodio que con mayor o menor frecuencia se vive en la costa cantábrica. Estos grandes cetáceos, a veces, vienen a morir cerca de tierra. Pero sigamos con la historia.
Las autoridades locales consideraron qué hacer con los restos. Surgió el interés del Centro del Calamar Gigante de Luarca, para exponer su esqueleto en sus instalaciones. Y se anunció el destino asturiano como el más lógico. Pero -¡ay, amigo!-, se hacía precisa la autorización sanitaria para el transporte a través de las tres autonomías interesadas, Euskadi, Cantabria y Asturias. Conseguir esas autorizaciones ante el ciego y pesado entramado autonómico iba a llevar su tiempo  -pensaron ellos mismos-, y  al fin, se optó por enterrar los restos en San Sebastián, esperar un año y medio o dos hasta que la naturaleza obre su efecto, los huesos queden mondos y, entonces, llevar a cabo el transporte: todo esto ha sido objeto de un convenio rubricado por las autoridades legalmente concernidas, la donante y la de destino.
Y este asunto me ha recordado otro que viene al pelo y que muestra también cómo las autoridades, en vez de simplificar la vida de sus ciudadanos, muchas veces no hacen sino complicársela.
Verán ustedes: en agosto pasado pudimos leer en la prensa que el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente preparaba una reforma legal para facilitar las cosas a los cazadores. Éstos actualmente necesitan tantas licencias de caza como comunidades autónomas quieran visitar para practicar su afición. Se decía en esa noticia que la regulación que se preparaba facilitaría la vida a los aficionados a la hora de obtener los permisos. ¡Lógico!, habrán pensado ustedes, una licencia válida para toda España. Pues no señor, eso sería como pedir peras al olmo y de eso en Agricultura sabrán bastante. Se trataba solamente de que cualquier cazador pudiera acudir, en la autonomía de su domicilio, para sacar ahí mismo la licencia para otras comunidades pagando lo que corresponda; luego las administraciones concernidas harían sus cuentas.
Eso, efectivamente, era un avance, pero, parece ser que se hace preciso crear un registro único de infractores a nivel nacional para evitar que un cazador sancionado en una comunidad autónoma pueda acudir a cazar a otra sin problemas. Y según hemos sabido en otra noticia en este mismo otoño ¡de 2012!, eso no es posible de momento, así que las cosas seguirán como estaban.
Sospecho que el rorcual común –es el nombre que recibe la especie a la que pertenecía nuestra pobre ballena-, de haber sabido esto habría elegido las costas asturianas, lo más cerca posible de Luarca para lanzar sus últimos soplidos, dado que es un mamífero amistoso e inofensivo. Entretanto los regidores de las comunidades autonómicas españolas se estarán preguntando qué hacer para aliviar la vida de sus ciudadanos. Y seguro que hasta se les ocurra crear alguna comisión para intentarlo.