Mi mujer
me despertó la noche del jueves –como casi todas las noches; ella se acuesta
más tarde- y me dio la noticia: Gabriel García Márquez se ha muerto. Gabriel
García Márquez, siempre le hemos llamado así, nada de Gabo ni Gabito ni García
Márquez, Gabriel García Márquez, nombre y apellidos españoles y vulgares, que
nos hizo querer bautizar a nuestros futuros hijos con nombres como Úrsula o
Aureliano…triste noticia que esperábamos, pero…
Gabriel
García Márquez, a quién ahora asocio a tres símbolos del español: Colombia,
donde se habla uno de los mejores españoles, Barcelona, donde persistirá el
español a pesar de que algunos presagien lo contrario, y México, donde el
español es hablado por el mayor número de personas sobre la faz de la tierra.
Si usted
sigue leyendo, y a modo de pequeño homenaje particular mío, encontrará un
capítulo de El corazón de la madera,
y si, a pesar de eso, quisiera leer más, no dude en escribirme y le enviaré, gratis et amore, el texto completo en
formato PDF, para que pueda completar su lectura.
-…Sabía
llegar de lo más paquete al quilombo, en un oscuro, con las prendas de plata;
los hombres y los perros lo respetaban y las chinas también; nadie inoraba que
estaba debiendo dos muertes; usaba un chambergo alto, de ala finita, sobre la
melena grasienta; la suerte lo mimaba, como quien dice. Los mozos de la Villa le copiábamos hasta el
modo de escupir. Sin embargo, una noche nos ilustró la verdadera condición de
Rosendo.
-¿Qué es eso, qué palabras son esas? -preguntó
Mario.
Estaban
hablando de los escritos que Raquel le enviara, de los suyos y de los de
Ernesto. Mario le había preguntado qué era lo que más le gustaba de lo que
había leído, que al parecer era mucho.
-Es sólo
una frase de un cuento de Borges, muy conocido.
-¿Y
te la sabes de memoria?
-Sí,
me gusta mucho, no sabría decirte el por qué. Esa forma de expresarse, esas
palabras. En el cuento hay otras muchas frases notables, en boca de un tipo
corriente que es el protagonista; el cuento es también una pequeña obra
maestra, como todos los de Borges, donde cada palabra, cada frase, encuentra su
acomodo y su explicación al final, donde nada es gratuito. Pero esa frase me
habría gustado escribirla a mí.
-¿Y
tienes otras frases que te gusten, como esa?
-Hay
otra también muy conocida, la que da inicio a una novela, y deja adivinar
prácticamente el principio y el fin de la misma. Dice: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel
Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo
llevó a conocer el hielo.
-¿Y de quién es?
-De
Gabriel García Márquez, se titula Cien Años de Soledad y se escribió unos años
antes de que naciéramos nosotros. La leí a los quince años y la he vuelto a
leer dos o tres veces.
-Me
la dejarás, ¿no?
-Por
supuesto, ya te la dejaré.
-Y,
¿has pensado en escribir más en serio, más seguido, en publicar o algo así?
-Conozco mis limitaciones, eso es lo
importante. Como te decía antes, cuando leo o releo algo que me gusta, que me
gusta mucho, aparte de la felicidad que experimento, me doy perfecta cuenta de
hasta dónde puedo llegar con mi afición a escribir. Por ejemplo, hay gente con
treinta y pico años jugando al fútbol en tercera regional, saben que no van a
llegar a nada, pero les gusta y también disfrutan cuando ven un partido de
primera división. Y no sienten envidia, sienten admiración, sincera y auténtica
admiración. Al menos eso es lo que yo siento cuando leo algo bueno; lo que no
soporto es leer bodrios. Me niego por principio a leer best sellers, no tengo tiempo para eso, aún a sabiendas de que
pueda haber algo de calidad en alguno. Y no es que me sienta superior por no
leerlo. Yo no sería capaz de escribir ese tipo de obras, o sea que ya muestro
un respeto por quien lo hace, pero quiero estar apartada de ahí. No me interesa
esa literatura, eso es todo.
Quedaron
en silencio. Estaban sentados en el jardín de la Casona; Raquel había aceptado
la invitación de Mario para tomar un café aquella tarde de domingo. Miraba con
ojos curiosos las viejas piedras de la casa, el césped recién segado, cómo se
filtraba el sol a través de los árboles. Siempre le había llamado la atención
aquella propiedad, de la que el alto muro impedía ver su interior. Tenía
curiosidad por conocerla. Mario la miraba a hurtadillas y adivinó sus
pensamientos.
-¿Quieres
conocer la Casona ?
¿Damos una vuelta y lo vas viendo todo?
-Estupendo,
encantada.
Echaron
a andar por el jardín.
-Algunas
veces con mis padres he subido andando desde Villanueva. A mi padre siempre le
ha gustado la iglesia de Torreal, le gusta venir y gozar de las vistas. Y
siempre me ha llamado la atención esta casa. Y ahora estoy dentro.
-Hay
deseos que son más difíciles de conseguir.
-Sabía
que habías estudiado con mi hermano, pero no pensé que retomaríais la relación.
-Cosas
de la vida. Al final, los solteros nos juntamos.
-No
digas eso, espero que Ernesto se case algún día. Si no, ya sabes a quién le va
a tocar cuidarle.
-Os
lleváis muy bien, ¿verdad?
-La
verdad es que sí.
-Yo
no sé lo que es tener un hermano. Bueno, ni un hermano, ni padres, ni tíos, en
realidad.
Raquel
le miró compadecida.
-Siempre
solo -remachó Mario.
-¿No
has tenido una novia?
-Tampoco.
Soy un prodigio, ¿verdad?
Se le
veía triste.
-No
es tan raro, hombre, piensa en los que abrazan la religión.
-Al
menos tienen la religión, o el servicio a los demás.
Dudó
en seguir hablando. Se encaminaba a unos precipicios cuyo borde no había
explorado. Raquel permanecía callada, se adivinaba que no sabía qué decir.
Mario siguió.
-A
veces pienso que debería plantearme qué hacer con mi vida.
-El
otro día me dijiste que te gustaría viajar.
-Sí,
pero no quiero viajar por viajar. Creo que el viaje debe tener un sentido,
obedecer a alguna causa concreta.
-La
gente viaja por placer, conoce distintos sitios, gente nueva. Otros, claro, por
trabajo.
-Me
parece que lo que hacen es coleccionar postales, eso no me interesa. Mira, a
veces pienso en un viaje en barco, pero no el clásico crucero, me refiero a un
barco normal, un carguero si quieres, y subir por el río Paraná, hasta donde se
llegue, empaparse de sus orillas, acodado en la borda, saboreando cada minuto,
sin pensar en más.
-¡Qué
original!
-No
te creas, vi una foto de un barco así. Lo del Paraná me lo he inventado yo.
Ambos
rieron con ganas.
-¿Y
por qué no lo haces?
-Quizás
algún día.
Raquel
señaló hacia una alambrada.
-¿Qué hay allí?
-Ese alambre separa la parte del
manantial. ¿Ves los arboles y aquellos arbustos? Hay un manantial de aguas
termales sulfuradas. Y lo que queda de una especie de mini balneario.
-¿Podemos pasar y verlo?
Entre unos árboles, en un soto muy
frondoso, podían verse los restos de una construcción en madera de uno de cuyos
extremos salía un regato.
-¿Ves el regato? –Preguntó Mario- Esas
son las aguas que salen, la fuente está dentro, pero yo no entraría ahora;
cualquiera sabe cómo está el suelo, hace muchos años que nadie ha entrado.
-¿Y qué aguas son?
-Son medicinales, sulfuradas, y salen a
treinta y tantos grados. ¿No notas el olor?
-¿Conoce Crespo este manantial?
-No sabría decirte.
-¿Dónde está la carretera? ¿Tiene fácil
acceso?
-Mira, ¿ves el muro de la finca, allá
adelante? Son unos doscientos metros, detrás está la carretera de Villanueva.
¿Por qué? –preguntó, intrigado, Mario.
-Nada, cosas mías –respondió Raquel.
Volvieron sobre sus pasos y pronto
avistaron la Casona.
-Te enseñaré otra cosa –le dijo Mario.
Llegaron donde la torca. Raquel miró
hacia abajo con aprensión. El embudo se veía limpio, se notaba la mano de
Venancio.
-¿Hasta
dónde llegará?
Mario
se encogió de hombros.
-Podría
tragarse una vaca.
-Una
vaca no sé, pero se dice que una vez se cayó a ella un burro.
-Es
grande la finca, ¿eh?
-¿Volvemos
y ves la casa?
-Vale.
Al
llegar a la Casona
coincidieron con Manuela que, con su coche, cruzaba el portón. Raquel interrogó
a Mario con la mirada.
-Es
Manuela, la que cuida de esto y me cuida a mí. Lleva toda su vida en esta casa.
-¿Pariente
tuya?
-Pues
no, pero como si lo fuera. Como te digo, nació aquí y dicen que lleva nuestra
sangre.
Se
sorprendió a oírse pronunciar aquellas palabras. Nunca lo había hecho, casi se
podría decir que ni lo había pensado jamás. Manuela guardó el coche dentro y
volvió a salir. Mario hizo las presentaciones.
-Manuela,
Raquel va a visitar la Casona.
-Pues
debieras avisarme cuando haya visita, está todo manga por hombro.
Raquel
no sabía dónde mirar. Manuela entró en la casa sin siquiera mirarla.
-Ya ves tú cómo es –remachó Mario.