Artículo publicado en la revista OP Machinery, en su número de mayo de 2023
Ante
mi llamada Lucas me ha pedido iniciar la conversación, antes de que
le haga pregunta alguna.
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Por supuesto, hombre, cuéntame lo que quieras.
-
Vale, verás, hoy te quiero hablar del que fue llamado, por su
extensión, el Mar de Aral, que era el cuarto lago más grande del
mundo, con una superficie algo menor que nuestro vecino Portugal.
Pues bien, ese lago o mar ha quedado reducido a un 10% de la
extensión que tenía hasta los años sesenta del siglo pasado,
debido al desvío de las aguas de los ríos Amu Daria y Sir Daria que
lo alimentaban, para regar otras tierras, a veces hasta a 500
kilómetros de distancia y permitir el cultivo de algodón y
cereales; ésa fue la causa de este desastre. El lago no solo ha
perdido su agua, su desecación ha traído un aumento de la salinidad
de su superficie con fatales consecuencias para la salud de los
habitantes ribereños, por el consabido aumento de enfermedades
derivadas de las tormentas de polvo, el cambio climático producido,
por no hablar de la desaparición de la pesca, y todo esto no solo en
la zona ribereña sino también en los países vecinos, doscientos
kilómetros lejos de sus orillas iniciales.
-
Pues vaya, me dejas de piedra, Lucas.
-
Espera,
espera, que no he acabado:
Ya
se sabe que en
España, como somos muy desprendidos, hemos cedido el agua como si no
valiera nada. Los ayuntamientos, esos entes que son el primer escalón
de cesión de poder por la ciudadanía, y
las
diputaciones o comunidades autónomas, que son los segundos, se han
sentido libres
para, a su vez, ceder esos derechos a empresas privadas, muchas
de las cuales tienen entre su accionariado y su dirección personas
que han sido concejales o diputados, seguramente
en señal de agradecimiento, es de suponer.
Quizás
recuerdes
– yo no
lo
consigo-
una confrontación, hará unos
treinta
años,
entre el ayuntamiento y los vecinos de una población castellana
que
no querían que aquél cediera la traída
municipal de aguas a una empresa privada. Y
es que el
asunto puede resultar muy goloso: el ayuntamiento que
bastante lío tiene con los empleados imprescindibles, externaliza,
como se dice ahora, la gestión del agua, y la empresa que la recibe
se
ocupa
de
esa
plantilla.
Como
está habituada a bregar con los trabajadores y ya
sabes que siempre
nos insisten
machaconamente que
la gestión privada es, por definición, mejor que la pública, y
además, paga
por quedarse con la gestión, miel
sobre hojuelas. ¿No
debiéramos pensar que es bastante extraño que se queden con el
muerto, paguen por ello y encima ganen dinero?
-
Pero,
Lucas...
-
¿Conoces
alguna concesionaria privada de servicios públicos que le haya ido
mal? Si
no es así, ¿por qué esas actividades no se pueden llevar a cabo
desde la esfera pública? ¿Tenemos que traspasar poderes para que
otros triunfen creando
grandes empresas, se forren y después
nos
discutan los impuestos que deben pagar para que haya una sanidad y
una educación públicas? ¿No
te
suenan empresas como Fomento de Obras
y Construcciones
y otras tantas,
grandes y pequeñas?
Seguramente las verás
en todas
las ciudades
gestionando el
agua, la
limpieza, las basuras, etc. Llegará el día en que corran con la
seguridad pública... ¿por
qué no?, o
con el sistema penitenciario, por poner un ejemplo.
¿Hasta
donde llegará su “capacidad de sacrificio” y su vocación
de gestionar actividades públicas? Si esto se lleva hasta su final,
¿no debiera ser el último paso que gestionaran también la
actividad política y sustituyeran a los concejales? ¿Es eso lo que
queremos?
-
Pero
Lucas, habíamos quedado en hablar del agua y creo que te has
desviado un tanto…
-
¡Tienes razón! Discúlpame, es que hay cosas que me exasperan, pero
el próximo día nos centraremos en el agua. Sin falta. Vale, hasta
pronto…
-
Conforme, te llamaré, ¡hasta luego Lucas!.