lunes, 30 de agosto de 2021

Puertas sin bisagra





En Francia es frecuente que un ministro o un jefe de gobierno – no digo un presidente de la República Francesa, que esa clase opera a diferente nivel- acceda a su cargo desde una alcaldía, y no necesariamente París o Lyon, por poner un ejemplo, sino la alcaldía de una población mediana, y cuando cesa en el puesto de ministro vuelve al de alcalde. Si se trata de personas que provienen del mundo empresarial o de la administración, en Francia, como en tantos otros países incluido el nuestro, al final de su mandato político retornan al puesto que dejaron en excedencia, que así se llama la figura legal. Esto es lo que se espera, se vuelve al trabajo que se tenía, docente por ejemplo, bien en la enseñanza pública o en la privada, con la satisfacción de una experiencia extraordinaria, y una visión general y global que antes no se tenía.


Esto debiera ser la norma, pero en nuestro país no se cumple. Pareciera que quien ha dado un salto hacia arriba, afortunada o merecidamente, quede ya señalado para ejercer otras labores a esa misma escala pero nunca a aquella de la que provino. Y el aparato del Estado que es amplio y variado acaba por no tener huecos donde “enchufar” a esas personas. Se procede entonces a colocarlos en los consejos de grandes empresas privadas o privatizadas que gustosamente los acogen en la seguridad de que el gasto que les supone será rentable. Y el nuevo consejero empieza a ver la vida de otro color y siente que el sistema es justo para con él y poco a poco se convierte en otra persona, más maleable, más acomodaticia; cambia, casi sin darse cuenta, su manera de pensar y los antiguos conceptos que tenía acerca de la política, la justicia, la equidad, etcétera, desaparecen para dar paso a un hombre nuevo – hombre o mujer, da igual- satisfecho de sí mismo; y no es raro que empalme uno de esos cometidos con otro, o a veces, se postule como eurodiputado que no es cosa baladí por los emolumentos que percibe. Esto es lo que conocemos como puertas giratorias, proceso tan extendido en nuestro país y que está en la raíz de mucho de lo que nos sucede. Piensen en el precio de la luz y las demandas contra las compañías eléctricas por alterar el precio de su producto o facturar más de lo debido.


¿Recuerdan aquél presidente del gobierno que ganó las elecciones de 1992? ¿Ven en qué ha acabado convirtiéndose? Tanto él, como su vicepresidente y muchos de los que le han seguido, han conseguido cambiar el partido por el que decían luchar hasta hacerlo irreconocible, o más bien reconocible pero en el partido antaño adversario, lo cual es el colmo. Siempre recordaré a Ramón Tamames, cuyo texto de Estructura Económica de España era lectura obligada en aquellos años universitarios. Entonces era comunista, después se pasó al Centro Democrático y Social, y finalmente acabó en Alianza Popular. Uno se pregunta cómo un hombre inteligente como él, pudo recorrer ese camino ideológico. Hay ahora un político, catalán por más señas, que fue diputado por Convergencia i Unió (Ciu), después por el PP, y está ahora en VOX; este recorrido político me parece más explicable, aunque sea en un personaje que, contrariamente a Tamames, no da la talla.


Al final se cumple el viejo adagio: Si no vives como piensas, acabarás pensando como vives.





 

lunes, 23 de agosto de 2021

La libertad y sus espacios




La libertad, o su falta, es uno de los conceptos más manoseados que podamos imaginar. Al mismo tiempo y quizás por eso mismo, podemos añadir que en el nombre de la libertad se han cometido las mayores barbaridades, habiendo sido empleado a conveniencia de cada quien. Todo el mundo tiene su propio concepto de la libertad; contando con su permiso les diré que viene a ser como el culo: todos tenemos uno. Así, la última versión española de la libertad es la elaborada por la señora Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid y afamada experta en estas cuestiones: la libertad consiste, según esta señora, en la ingesta de una o más cañas de cerveza en una terraza.


Lo mejor de esta nueva definición es que nos permite entender rápidamente cómo se reparte geográficamente la libertad y podremos decir que, por ejemplo, en Arabia Saudí no hay libertad; ahí han de tomarse las cervezas en casa, aunque los más afortunados puedan venirse a Marbella, y sustituirlas por whisky. ¿Miramos mal a Arabia Saudí por eso? Noo, quizás porque es una monarquía y alguna relación tendrá con la nuestra, aparte de que consientan alojar al señor Borbón en Abu Dhabi, y les vendamos munición en su lucha contra Yemen, que tampoco tiene libertad. Imagínense ponerse a tomar una caña en la calle, cuando ni en casa se está a salvo de las bombas. En estos países, por no citar más, que seguro que a ustedes se les ocurren por docenas, no hay libertad, eso queda claro. En cambio sí la hay en Rusia, al menos en verano, ya que las terrazas en invierno seguramente las cierran; por eso, actualmente Rusia es un país libre, aunque celebre elecciones amañadas y envíe disidentes a Siberia, como en los tiempos zaristas o en los de Stalin. Lo mismo sucede con Bielorusia, que elimina sin contemplaciones a los opositores al gobierno.


También ha de serlo España, eso se cae por su propio peso. Ahora bien los que no pueden tomarse una caña en una terraza por no disponer de presupuesto, porque apenas les alcanza para comer o porque no pueden pagar el alquiler o la luz, ¿tienen libertad? Sinceramente no lo sé, mis conocimientos no llegan a tanto, habría que, preguntárselo a la señora Ayuso, o mejor preguntárselo a ellos mismos. Pero esto no es fácil, las encuestas del CIS no llegan a tanto – por algo será-,y darles voz a los desfavorecidos suele resultar contraproducente, incluso pudieran llegar a armarla parda; mejor que nos lo explique esa señora.


Entretanto se ha puesto también de moda otro concepto: Espacios de libertad. ¿Serán como la concentración parcelaria, que servía para juntar en una las propiedades repartidas en varias parcelas? De este modo todos los que se consideran libres pueden llevar una vida más o menos similar y tiene la ventaja de que los que están fuera, porque no tienen suficiente nivel no ven cómo viven los pudientes. Sería algo así como esas urbanizaciones de lujo a las afueras de las ciudades, con su vallado, sus casetas con vigilantes y suscritas a Securitas Direct, pero con unos contratos premium, que se dice ahora.


Lo dicho, habrá que preguntarle también a la señora Ayuso, que es la que sabe.







 

lunes, 9 de agosto de 2021

Evocaciones y vaticinios (y 2)




CUBA 

 


La primera y única vez que he estado en Cuba, acompañado de mi mujer y por motivos profesionales, fue en el año 1990. Y créanme que esos quince días dejaron huella, aunque, entre una cosa y otra, nunca hemos vuelto a viajar a la Perla del Caribe. Pronto aprendimos que a Cuba no es preciso llevar pareja ni tabaco: no había día en que al teléfono de la habitación no se ofreciera compañía del sexo opuesto al del que descolgara el aparato; y yo, que entonces era fumador, pude apreciar los habanos recién hechos por las manos de una cigarrera negra. Nos habituamos al chupito de ron a palo seco antes de cenar, y por supuesto probamos los mojitos y los daiquiris de la Bodeguita del Medio. Conseguimos ver bailar a Alicia Alonso, gracias a unas entradas que nos regaló un bailarín en la calle mientras hacíamos cola ante la taquilla del Gran Teatro de La Habana. También escuchamos en Tropicana a Omara Portuondo. Y en una recepción a la que fuimos invitados en el Palacio de la Revolución degustamos un fantástico ron mientras Fidel Castro deambulaba y dirigía unas pocas palabras a los distintos grupos de invitados. Volamos a Cayo Largo en un viejo carguero al que habían colocado asientos y la mitad del pasaje se mareó durante el vuelo; vimos las iguanas y nos bañamos en sus limpias aguas. En el taxi que nos llevó a Marina Hemingway, mi mujer se dejó el bolso al volver al hotel. Un par de horas después estaba de vuelta, intacto, en la recepción. El taxista, un negro, se llamaba Blanco.


La vida de los cubanos era otra cosa, obviamente. Cuba estaba atravesando uno de los que llamaban periodo especial y el racionamiento estaba generalizado, excepto para los extranjeros, que podíamos comprar de todo en las tiendas Diplomatic. Por lo demás, la escasez era total y en una empresa que visité, Empresa de Maquinado República Socialista de Vietnam, el aire acondicionado estaba reservado a una sala cuyas máquinas lo precisaban.


Cuba ya no contaba con la ayuda soviética, después tuvo, y también perdió, la ayuda venezolana, y ahora ha perdido el turismo y las remesas de los cubanos de Miami. Lo único que nunca ha perdido, lo único constante desde 1959 es el embargo americano. Los cubanos han sido capaces de poner en marcha aquellos viejos coches y arreglar cualquier cosa que se precie, pues la necesidad ha sido siempre apremiante. Pero entretanto, han escolarizado a toda la población, han generalizado la enseñanza universitaria hasta suplir su falta de exportaciones con el envío de miles y miles de médicos a otros países, han producido medicamentos a bajo coste, para ellos y para esos otros países en condiciones semejantes, y han sido capaces de desarrollar al menos dos o tres vacunas diferentes contra la Covid19 que están inoculando a la población cuando disponen de jeringuillas. Por su parte, el presidente Biden, que ha dado claras y positivas señales de que la política yanqui está cambiando, no ha hecho nada por suavizar el embargo a la isla, sino todo lo contrario.


Así toda esa escasez y esos logros se juntan con la falta de libertad de un país de partido único. Y para algunos, pocos, se traduce en orgullo patrio, y para los demás, la mayoría, en hastío y desesperación, pues las necesidades son grandes y no se ve el final. Y luego hay otros, dentro y sobre todo fuera de la isla, que persiguen con denuedo que la caldera acumule más y más presión hasta que termine explotando. Entonces se producirá un parto de los montes que parirán multimillonarios como los que hemos visto en Rusia y otros países, que podrán comprar equipos de fútbol o yates de 300 metros de eslora. Y entonces Cuba volverá a ser lo que fue hasta el año 1959, el burdel del Caribe. Y miles de inversores acudirán al reparto, porque tajada habrá para todos. En esto suele consistir el último acto de la lucha por la libertad, o la lucha contra la dictadura, si se prefiere.


Y entonces veremos si los pobres cubanos pobres, que serán muchos más que ahora y con más necesidades, verán, o no, satisfechas las mismas. Ese es el mundo libre que el neoliberalismo nos tiene reservado.


Y a esa Cuba me temo que no me apetecerá volver.



Nota: Escrito ya este texto se ha producido la declaración del denominado Grupo de Puebla, formado por ex presidentes de países latinoamericanos, como Lula da Silva, José Mugica o Rodríguez Zapatero, entre otros, amén de políticos socialistas de la región, en la que exhortan a USA para que cese en el embargo a Cuba por inhumano, ilegal y anti democrático y ser contrario a los mandatos de Naciones Unidas. Los gringos, como el que oye llover, esperan que caiga la fruta madura. Para ellos ha de ser difícil aceptar esa especie de aldea gala irreductible a tan escasa distancia de la capital imperial. 

lunes, 2 de agosto de 2021

Evocaciones y vaticinios(1)

Este primer lunes de agosto vamos a reproducir un texto escrito en enero de 1999, cuando se habían cumplido cuarenta años de la revolución castrista en Cuba. Su título, Evocación, se enmarca en un conjunto de recuerdos de infancia justamente anteriores a esa fecha y que concluyen con la entrada de los milicianos castristas en La Habana. Son recuerdos de un niño de 12 años. Fue publicado en la revista Euroequipos y Obras - antecesora de OPMachinery- en su número de enero de 2009, y en estas mismas páginas el 28 de noviembre de 2016.

El texto del próximo lunes 9 de agosto tratará de recuerdos de un viaje a Cuba en 1990, y de la evolución del régimen castrista y de su posible devenir próximo si nada lo remedia.


EVOCACIÓN

                                       
               


                En aquella época no había una tan precisa medición del tiempo. No había televisión, lo que equivale a decir que las noticias duraban más, tenían más vida, y se conocían a través de la radio o los periódicos, los ¨papeles¨, se decía entonces. Los papeles se leían -quien los leía- mayormente los domingos y festivos, y, cosa normal, en los lugares públicos -barberías, bares- donde siempre había ejemplares manoseados y arrugados, de diferentes días. En mi pueblo se hizo famoso un barbero que siempre saludaba al cliente de turno con alguna noticia de primera página. Ante el interés del cliente le decía invariablemente: “léelo, léelo tú mismo”, mientras  él escuchaba atentamente. Sólo al final de sus días se supo que no sabía leer, pero nunca logró averiguarse quién le leía las primeras noticias.

         No recuerdo exactamente en qué día de la semana cayó aquel Primero de Enero, pero es posible que fuera un jueves, por lo que, casi seguro, yo encontrara la noticia en el periódico del viernes, día 2, o del sábado, día 3. También es muy posible que la oyera en el “parte”, como llamábamos a los informativos de radio nacional (la única, vamos) y que escuchábamos en familia con una mezcla de aprensión y desasosiego. Lo cierto es que la noticia me produjo una extraña sensación. No por no esperada, que parecía cosa cantada, sino porque inevitablemente la asocié con unas vivencias tan recientes y, sin embargo, tan distantes, que -lo supe en ese momento- iban camino de convertirse para mí en recuerdos, sólo eso, cosas que ya no formarían parte de mi vida futura, cosas que empezaban a pertenecer a mi pasado, pero que seguirían siendo el día a día de los que hasta entonces habían sido mis únicos amigos.

Porque cuando se tienen doce o trece años, la vida se vive así, día a día. Y así éramos nosotros y así vivíamos. Teníamos montones de cosas que nos unían, por encima de las pocas que en esos momentos podían diferenciarnos, que no separarnos. Montones de cosas en las que había consistido el existir diario para nosotros, que ahora se me antojaban como pertenecientes a otro mundo. Ya no iba a participar más de  ellas, ya no me pertenecían, en tanto que mis amigos seguirían gozándolas, cimentando en ellas su presente y su futuro.

         Era como esa sensación que uno tiene cuando se pasa, en el tren, de noche, frente a casas iluminadas. Es posible imaginar, a veces hasta entrever, en una escena fugaz que es como un fogonazo, a través de las ventanas, la imagen que se desarrolla dentro. Una escena pareja a la que podemos vivir en nuestras propias casas, una familia en la cocina alrededor de la cena, sólo que no es la nuestra, que no nos pertenece, por más que nos podamos identificar con alguno de los bultos que percibamos dentro.

         M, L, y P, es decir, todos mis amigos, todos los niños del pueblo, estarían a esas horas haciendo recuento de canicas, afilando el hinque, cortando una rama para hacer una  espada, preparando el tiragomas para cuando hubiera pájaros, o divididos en dos bandos, enzarzados en una buena “hurria”, a cantazo limpio, desde sendos lados de las vías. Hurria que habría de acabar cuando llegara el próximo tren, y cuyo vencedor sería el que lograra adivinar el nombre –Udalla, Gibaja, Marrón,…- de la vieja máquina, que se acercara resoplando trabajosamente y cubriendo de hollín la caja de la vía. Y en verano, si el tiempo lo permitía, todo el rato en el río: baño, pesca, paseos, pero en el río, todo el tiempo en el río, para desesperación de nuestras madres. Y al final, verano o invierno, la última vuelta donde Manolo el zapatero.

         La zapatería era tanto el punto de reunión como el de despedida. A menudo teníamos algo que reparar y podíamos utilizar las herramientas de Manolo, ya fuera una peonza a la que se le hubiera torcido el clavo, o un hueso de melocotón al que convertir en agudo silbato. Si no, simplemente estar allí, en la ventana, si verano, o dentro, cuando invierno. Esto es lo que yo más apreciaba. Pasar los minutos y aún las horas viendo trabajar a Manolo que sentado en su trípode, presidía su gastada mesa de trabajo de patas bajas. Aquella mesa tenía un sinnúmero de pequeños compartimentos, formados con listones clavados en la misma, destinados a albergar una gran variedad de puntas, clavos, tachuelas, papel de lija de distinto grano, hilos de coser, y en fin, parte de los trebejos que Manolo usaba en su hermoso oficio. Me maravillaba ver como trazaba una plantilla con un lápiz en un trozo de periódico viejo, cómo después, con la cuchilla, con certeros tajos, perfilaba el cuero basto que habría de servir de suela para la bota. Cómo con otras cuchillas cortaba cueros y badanas que adaptaba a la horma y que con diminutos clavos, fijaba aquellos a ésta. Cómo, a veces, tenía que repasar la base de las hormas, con tablillas que sujetaba con clavos, de los cuales se había metido un puñado en la boca. Con qué precisión introducía la lezna para hacer el cosido, tirando del hilo con una mano envuelta en una tira de cuero para no cortarse, mientras sujetaba con los dientes el otro cabo. Cómo tensaba estos cabos, restregándolos contra una vieja badana, sobre su pierna. Cómo iba dejando unas botas y tomando otras de las estanterías, a medida que las hormas iban haciendo su silencioso trabajo. Cómo, en fin, iban adquiriendo vida aquellas magníficas botas de cuero, cuyos encargos recibía Manolo los domingos por la mañana, día de mercado…

         Esto es lo que yo no iba a vivir más, ahora lejos del pueblo, en la capital. Por eso, para mí, la noticia era esperada. Con la misma certeza con que había visto salir botas de aquella zapatería, había asistido, en meses anteriores, al avance de aquellas tropas que luchaban contra unos tipos, a veces regordetes, que se peinaban con fijador y llevaban gafas de sol y bigotitos recortados. Quizás se nos antojaban demasiado parecidos a otros que teníamos más cerca. “Puntada larga y buen tirón, que para un hijoputa son”, solía decir Manolo, guiñándonos un ojo, y yo pensaba, aún sin quererlo, en tipos así. Es posible que para la gente mayor aquello supusiera algún tipo de revancha por lo que había pasado veinte años atrás. Nunca lo supe, allí no había ideología, o si la había, estaba tan tamizada que los niños no lo podíamos percibir. Pero lo cierto es que había una simpatía, se les sentía más cercanos a los barbudos que iban contra los del bigotito, que siempre aparecían con mujeres de hermosos hombros desnudos y faldas de campana de vivos colores.

         Así se comprenderá que cuando supe la noticia, ésta no me sorprendió. Fidel le había ganado a Batista, era lo esperado. Y me acordé de mis amigos, y de la zapatería, y de Manolo, y les vi, como si pasara en un  tren a toda velocidad, comentándolo sonrientes. Yo ya no estaba con ellos, y nuestras vidas habrían de seguir rumbos diferentes. Y cada vida habría de dar también un fruto diferente. Ahora, en el momento en que se cumplen cuarenta años de aquellos acontecimientos, lo único que veo con claridad es que no había otro camino que el que se anduvo, ni las cosas pudieron suceder de otro modo. ¿Cómo podemos juzgar el devenir de la historia? ¿Acaso se han cumplido las expectativas que crearon nuestras propias vidas? Sea como fuere, igual que una madre observa con benevolencia los desvaríos de un hijo, algunos de los que entonces éramos niños siempre sentiremos algo por aquellos barbudos que fueron cosiendo su isla con su sangre y su sudor, así como Manolo cosía suela y cuero con su aguja.

Hurria: en Cantabria, duelo a pedradas entre niños, generalmente incruento.