sábado, 21 de octubre de 2017

Los discursos irreales y la España real




LOS DISCURSOS IRREALES Y LA ESPAÑA REAL


Hay que reconocerlo, Su Majestad estuvo brillante en su discurso del teatro Campoamor de Oviedo. Con sus habituales dicción perfecta y majestuosa  –valga la redundancia- presencia, estuvo soberano (vaya por dios, otra redundancia) Se había currado el discurso hasta el punto de que lo pronunció de corrido, como los grandes oradores a los que ante el convencimiento en lo que dicen las palabras les brotan del cerebro con una fluidez sólo acompasada por la necesidad física de tomar aire mientras vuelven la mirada  a derecha e izquierda del auditorio que no tiene otra opción que obligarles a detenerse ante los atronadores aplausos a los que se ve compelido a entregarse por el contenido emotivo y racional de las palabras que escucha (…uff!, largo, ¿no?)
Los Premios Princesa de Asturias 2017, que por cierto no estaba presente, habían congregado en el Campoamor a un poeta y pensador, a los tres máximos representantes de la UE, a la selección de rugby de Nueva Zelanda, a los tres científicos descubridores de las ondas gravitacionales (¡Chapeau!), al Instituto que les ha prestado apoyo, a un artista plástico, a un grupo de inteligentes humoristas, y a una especialista en ciencias sociales. Todos ellos venidos del ancho mundo, con la excepción quizás de Asia. También estaba lo más florido de la sociedad asturiana y de la clase política española. Fuera del Campoamor, dos manifestaciones, una de apoyo al monarca y su cohorte, ondeando la enseña patria, esa España auténtica, racial, profunda, que cuando se desborda, que en ocasiones lo hace, trata de imponer su falta de ideas aunque sea a la fuerza. La otra, ya saben, los de siempre, los protestones, los que nunca están contentos con nada, los que no tienen respeto a la autoridad ni a las leyes que de ésta emanan. Que siempre se están quejando de los recortes en sanidad o en educación, de la precariedad laboral, de los bajos salarios, de las horas extras sin pagar, de la emigración laboral (¡no saben que, en realidad, es movilidad laboral!), de la desigualdad galopante, del despoblamiento del campo español, del envejecimiento de la población española, de las bajas pensiones, qué sé yo, en definitiva, de todo.
Esos Premios Princesa de Asturias 2017 le ofrecían al rey una magnífica oportunidad para hablar de arte, de ciencia, de poesía, de humor, etcétera, en definitiva de todas las cosas que mejoran nuestra vida, pero no, eligió hablar de Cataluña, asunto que a muchos de los premiados puede caerles muy lejos. Y a nosotros, nos caen más cerca asuntos como la corrupción, el caso Noos, o la criminal caza de elefantes, que como dice mi mujer, a él también le han de resultar muy próximos.
Así que, ¿con qué nos quedamos, con los discursos irreales o con la España real?


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