lunes, 23 de septiembre de 2019

Capítulo 68


Esta entrada se publicó en la revista Euroequipos en el número de mayo de 2010, y a continuación en este blog. Le había ofrecido su lectura a mi amiga Lucía, lectora infatigable, pero por razones que ignoro, se había perdido, por lo que vuelvo a publicarla.







Notó que la gacha se ponía racha. Harto ya de muriar y erguinear todo el día arrimóse a la junia con tiento; no era britaña ni cotea sino junia cabal. De su experiencia con sioscas y tulimainas nada había obtenido sino purgaciones. Queriendo garlear con ella le preguntó por su edad: “paso de las batebí zuquenas”, le contestó, ofreciéndole la su tafarilla. Él la palpó y sintió un endurecimiento de sus zaquiros y como se le entonaba la zulara. La junia se puso baltria. ¡Evohé! ¡Evohé! Al rato empezaron a entalar. “Ostígame, man de manes, te dico chumo”, sin canguelo por quedar mindulada. Pasó mucho tiempo y aún toda la racha. “Yimis nejo te ostigo” contestó al fín, cansado de garlear y entalar toda la racha… al rato despertó y le gustó lo soñado.
Pero tenía que pasar por la ciba de quico; allí junto a la misma guxara, cerca de una suanela, bajo unos camándules, tenía un chiqui de araguía que había latreado al hijo de soxca de la bayuca. Mas un fandocu habíase encontrado con el botín. Hubo de conformarse con alambriz y mínchula que metió entre guitu con un poco de urdalla. Tras gandir lo que pudo preparóse la saule y se metió en ella. Recordó su sueño y le dio por cavilar lo xido que sería escanduciarse con una junia como aquella; tener donde alojar la argularia, palparle el ostigucio y el pirrián, sin hablar de ostigar cuando le viniera en gana, o meramente, gualdiarle las margaritiegas. Cio andariguear ñoliego, tener la propia ciba, con urnias y urriacos en la zancarria, y aún un cuatropión para el asueto. Cio depender de un domil, cio volver a la erguinería, que bien pocas peludas da, y cio andar ergolimbú como su argaño. Sentar la moruga, tener una junia, un murguecillo a quien echar un bisnero, y si un día hay que apurrar, que todo prora, quedar feliz de ser un buen aldrape y cio más un charrigondu, como hasta la fecha había sido.


Nota aclaratoria:


Este es un texto construido con préstamos de la xíriga, de los tejeros de Llanes, que ofrece similitudes con la pantoja, de los canteros de Trasmiera, con la mansolea, de los zapateros de Pimiango y Noreña, con el bron, de los caldereros de Miranda, con el barbeo, de los cesteros de Peñamellera, con el caló, de los arrieros de Quintanar de la Orden, y con la propia de los canteros de Munilla (Burgos).
Todos ellos y muchos más, entre los siglos XVII al XX, crearon una jerigonza propia con la que pudieran reconocerse y, al mismo tiempo, hacerse fonéticamente invisibles para los demás en sus idas y venidas y en sus tratos comerciales. A ellos y a todos los humildes menestrales de todos los tiempos vaya mi sincero reconocimiento.
El título del texto es una obvia referencia al ordinal homónimo de la Rayuela cortazariana, una de las obras señeras de la narrativa en español y donde el gran Julio creó también una nueva jerga, su famoso glíglico. Yo no he pretendido más que que tratar de imitarle, a sabiendas de que no sería posible; con que lean ustedes el auténtico Capítulo 68 me doy por satisfecho.  
Para él mi mayor admiración.





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