sábado, 17 de diciembre de 2011

La gran ocasión

       
          Ya falta menos para que conozcamos la buena nueva; son estos días de navidad fechas de grandes alumbramientos. Por eso, quizás, ha preferido esperar Mariano Rajoy para ofrecernos la composición de su gabinete y las líneas maestras de lo que será su acción de gobierno.
          
          Y sobre lo que dirá hay quinielas. Parece que algunas cosas serán no gratas, como ha señalado. Nuestro hombre lo tendrá ya muy claro y estudiado, pero en el hipotético caso de que lea estas líneas -no tengo la certeza absoluta de que acostumbre a leerme- le ofrezco la siguiente columna, publicada en Euroequipos en noviembre del año pasado, a propósito de unas declaraciones de aquél insigne presidente de la CEOE que ofrecía una ingeniosa fórmula de contratación laboral. Y es de justicia señalar que no iba muy descaminado, ya que Juan Rosell, su sucesor en el cargo, parece haber ahondado en la misma,cuando ha hablado de los famosos minijobs. 
          
          Ha habido también otras noticias recientes que me gustaría señalar. Por ejemplo, Dolores de Cospedal, amén de rebajar el sueldo a los funcionarios a su cargo, va a hacerles trabajar tres horas y media más por semana. Supongo que tendrá tareas que asignarles, lo cual no casa bien con la afirmación del mismo Rosell en el sentido de que en las administraciones autonómicas sobran funcionarios. Si es así, no me parece lógico que quiera hacerles trabajar más a los que ya tiene.
          
          Por otro lado, en la comunidad de Madrid, los comercios podrán abrir, si lo desean, veinticuatro horas al día los trescientos sesenta y cinco días al año. En una sociedad como la nuestra con una tasa de consumo  en claro descenso esto me parece una contradicción, por lo que merece una cálida acogida, al igual que lo anterior sobre los funcionarios, en estas páginas, que se declaran fervientes seguidoras de las contradicciones.
          
          Hay también quién declara que esto favorecerá a las grandes firmas comerciales, únicas que pueden tener plantilla suficiente para atender los múltiples horarios. Pero en aras del espíritu contradictorio que anima estas líneas, podríamos encontrar otra explicación: Quizás el pequeño empresario pueda defenderse si opta por contratar vía minijobs y las quince horas semanales se conviertan, extraoficialmente, en las cincuenta que hagan más rentable aún este tipo de contratación.
           
          En fin, veremos en qué queda la cosa.










                                                         LA GRAN SOLUCIÓN

  
        


Pues ya ven ustedes, la teníamos ahí, al alcance de la mano. La solución que anhelábamos, la que tan necesaria nos era. No nos la ha facilitado Z(PP) por muchos esfuerzos, golpes de timón y acoplamientos al dictado de eso que llaman los mercados; no nos ha hecho falta la cordura del jefe de la oposición, que esperaba alcanzar el gobierno para desvelarla –no serán ustedes tan ingenuos como para pensar que Tancredo Rajoy no la conocía. No señores, no, la solución estaba ahí, incluso me atrevo a pensar que algunas otras mentes privilegiadas pudieran haber estado a punto de formularla. Es como esos grandes descubrimientos que por simples, por obvios, nos llevan a afirmar: ¡Vaya, cómo no lo he visto antes! Pero siempre hay una inteligencia señera, una figura que en el umbral de los tiempos nuevos, en el punto de inflexión de la historia, acierta y nos abre el acceso a lo arcano, a lo que permanecía escondido, quizás porque no queríamos verlo: Trabajemos más, cobremos menos.

En estas cuatro palabras, en estas dos sencillas oraciones, se encierra la solución: Trabajar más, cobrar menos. Se repiten como un mantra y se  percibe que, enseguida, se nos abren horizontes infinitos por los que podremos avanzar hacia la panacea que buscábamos, encontrando múltiples medidas complementarias que nos harán salir de este marasmo en el que estamos. Veamos, si no:

Si les hiciéramos trabajar más, por ejemplo los sábados, hasta completar las cincuenta horas semanales, conseguiríamos rebajar el coste de la mano de obra un veinticinco por ciento. Si además, les bajáramos los sueldos otro veinticinco, ya tenemos el cincuenta; no pagando la seguridad social patronal y quedándonos con la del obrero y sus retenciones, conseguiríamos casi otro cincuenta; eliminando las bajas de enfermedad incentivando a los médicos, ni se sabe; total, el recorte en costes sería de tal magnitud, la ganancia en productividad tan inmensa, que le ganaríamos la tostada a China e incluso pondríamos allí tiendas de todo a cien para vender nuestros productos y los chinos a ir de compras lo llamarían ir al español.

El Estado bajaría, a su vez, las pensiones un cincuenta por ciento ya que como los pensionistas no trabajan, no pueden trabajar más. Haría con sus funcionarios lo que las empresas con sus trabajadores, por lo que, eliminando también las prestaciones de desempleo, podría proceder a una eliminación de impuestos para las rentas altas y las rentas de capital y una disminución significativa (aquí pongan el porcentaje que les parezca) del impuesto de sociedades, amén de un mayor gravamen para los tramos bajos del IRPF, para compensar, se entiende. Esto nos llevaría –a nosotros, quiero decir-, en un par de años a una situación bien diferente a la que atravesamos. Y no sería más que dejar volar la imaginación: el neoliberalismo bien entendido ofrece infinitas opciones si se saben aprovechar.

El Nobel de Economía se ha concedido hace unos días a tres economistas por sus estudios sobre la ineficiencia de los métodos de búsqueda de empleo cuando se cobra el paro. ¡Qué pérdida de tiempo! Con nuestra solución se acaba con el paro en un santiamén, por lo que desde aquí, pido ya la concesión del Nobel del año que viene a nuestro presidente, don Gerardo Díaz Ferrán. Y una mención especial para don José (el) de La Cavada -mi paisano, ya saben-, a quién, injustamente, han multado con veinticinco mil euros por un quítame allá esas pajas con sus subordinados.

Al fin y al cabo, esto es como aquel chascarrillo que se contaba del espabilado en el convento, que decía: ha dicho el padre prior que bajéis al huerto y cavéis, y luego, subamos y merendemos todos. Pero no se había llegado a una formulación tan precisa como la que ahora propongo: ha dicho el padre prior que bajéis al huerto y cavéis, que entretanto, él y yo merendaremos.
         

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