La
festividad de San Sebastián, me hace traer hoy este artículo publicado en
Euroequipos en febrero de 2008.
Sirva
como homenaje a Claudio Abbado, fallecido ayer mismo.
NOTAS MUSICALES
No
hay mal que mil años dure, dice un refrán español. Han pasado los días
navideños, hemos sufrido doce mil setecientos veintiocho anuncios de colonias y
perfumes – ¿tan mal olemos los españoles? ¿son todos los fabricantes empresas
de moda? ¿en qué pueden diferenciarse unos de otros, aparte del envase?-, han
pasado también los Reyes Magos y nos enfrentamos a la cuesta de enero. La
sorpresa más agradable ha sido una carta de mis amigos los Kociemski, Marek y
Piotr, que junto a su felicitación de navidad me han enviado un CD con la
Tercera Sinfonía de Gorecki.
Henryk
Mikolaj Gorecki es un compositor que no deja indiferente a nadie. Su Sinfonía de las canciones tristes, para
orquesta y soprano, escrita en 1976, se
divide en tres movimientos, donde en cada uno de los cuales, la soprano
interpreta una de esas canciones. Es una música deliberadamente simple, en modo
de canon, que recita unas pocas notas que, a medida que vamos escuchando,
parece ser una incesante idea que se alimente
a sí misma, si podemos decirlo así. Al mismo tiempo tenemos la sensación
de que algo va a cambiar, algo impredecible va a ocurrir. Y es la soprano quien
entra con esas mismas notas, adaptándose perfectamente y entonando algo que es
claramente una plegaria.
Reproduciendo
sus palabras, Gorecki nos dice: Siempre
he vivido en compañía de la muerte. Para comprender mi sinfonía hay que ir
hasta el campo de concentración de Auschwitz. (…)Mi sinfonía no es sobre Auchswitz.
Ni acerca del terrible régimen que vivimos los polacos bajo Stalin. (…) Pero
mire a su alrededor. Sienta el vacío. Mire a su alrededor, a los millones de
hambrientos de África. Mire la cara de odio que pone un automovilista al
detenerse en un cruce. Este pozo de odio, este egoísmo asesino, está entre
nosotros y sólo esforzándonos mucho lo podremos controlar.
La
primera canción es una canción religiosa del siglo XV, de la colección de los
cantos Lysagora, del monasterio de la Santa Cruz, el lamento de una madre por
su hijo. La segunda es mucho más dramática: Zakopane, que en polaco quiere
decir cubierta por la nieve, es una
pequeña población pero importante estación
para los deportes de invierno, al pié de las montañas Tatra. En el
sótano del cuartel general de la Gestapo, en la celda nº 3, grabado en el muro,
sobre la firma de Helena Banda Blazusiakowna, de 18 años, presa desde el 16 de septiembre de 1944, se pudo leer,
además: No mamá, no llores. Virgen Pura, Reina del Cielo, protégeme siempre. Zdrowás
Mario. (Ave María)
Podemos
imaginar en el terrible clima invernal de Zakopane, en la humedad del sótano,
tras las torturas por ser sospechosa de pertenecer a la resistencia polaca, la
escasa esperanza de conservar la vida para una persona de esa edad. Pero no
percibimos dolor en sus palabras, están dirigidas a su madre, rogándole que no
llore, sólo preocupada por ella. Son muy similares a las de la carta de Guy
Môquet, el célebre resistente francés, también escrita a sus padres poco antes
de morir fusilado por los nazis a los 17 años. O la carta de Julia Conesa, de
19 años, una de las Trece Rosas, dirigida a su madre y hermanos, reclamando su
inocencia y pidiendo que su nombre no se borre en la historia. Parece ser común
que quien se encuentra en una situación tan extrema siendo inocente, se preocupe
por sus seres queridos, quizás en un intento desesperado de que en éstos
perdure su inocencia.
En
el tercer movimiento aparece nuevamente el dolor de una madre por la pérdida de
su hijo a manos del enemigo, escrito esta vez en el dialecto de la región de
Opole.
Esta
versión de la Tercera Sinfonía, de las Canciones Tristes, es asimismo la tercera
que poseo en mi exigua colección de música –tengo también su Miserere- pero la primera dirigida por
el propio Gorecki, grabada en directo en la misma iglesia de la Santa Cruz de
Zakopane.
Al
lado de mi casa están el parque de bomberos y el Conservatorio de Música. A
ratos, pueden oírse los ensayos de la Marcha
de San Sebastián, de Sarriegui. Resulta inevitable establecer, no
comparaciones, que no vendrían al caso, sino relaciones entre ambas
manifestaciones culturales. La obra de Gorecki, con su forma canónica,
repetitiva, nos lleva a un estado de ánimo difícilmente expresable con
palabras; la marcha de Sarriegui, alegre, expansiva, de hondo significado para
los donostiarras, parece querer mantenernos en movimiento. En ambos casos
hablamos de repeticiones. En un caso, la repetición obedece a la necesidad del
ensayo y es algo inherente, quizás, a los tiempos que corren: es preciso
repetir las cosas muchas veces para que se graben en nuestra memoria, de forma machacona, diríamos; en el
otro caso, la repetición es muy distinta, parece decirnos algo, se graba
fácilmente en nuestra mente y obedece a una lógica interna, causándonos gran
impresión. Una nos habla al espíritu; la otra, quizás a la carne.
En
este punto, y volviendo a las palabras citadas de Gorecki, cabe preguntarse:
¿la impresión que su audición pueda causar en un judío, diferirá de la que
sienta un palestino de Gaza? Parece que es creciente el número de los primeros,
con Baremboin a la cabeza, capaces de respondernos sinceramente. Quizás por eso
pueda decirse de la música que es el más universal de los lenguajes.
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