sábado, 21 de noviembre de 2015

Nueva campaña (4)







Ya saben ustedes que si caváramos un hoyo en España acabaríamos encontrando el centro de la tierra, y si persistiéramos en la acción veríamos la luz en alguna de las islas que conforman Nueva Zelanda, o en los mares que la circundan. Por esta razón, se dice que ese país está en nuestras antípodas; en lo opuesto a nuestros pies, que eso quiere decir la palabrita. Y debe ser cierto por lo que les voy a contar: Quizás porque no les gusta la actual, los neozelandeses, van a cambiar el diseño de su bandera, y han preparado una buena cantidad de diferentes modelos, que han sometido a votación popular. Tras varias eliminatorias, la cuestión ha quedado reducida a media docena de versiones, de donde saldrá la nueva y definitiva bandera. Ahora comprenderán ustedes lo acertado del epíteto con que obsequiamos a esas buenas gentes. ¡Tienen que estar en las antípodas para acceder a cambiar la bandera, y para hacerlo mediante un método tan democrático y participativo! Debe de ser porque, como los ingleses, no tienen constitución; así no necesitan modificarla, que es cosa sabida que es algo que no se puede hacer.
Les confieso que cuando reparo en anécdotas como la que acabamos de comentar, siento envidia de estos países sin constitución. Lo mismo me sucede con los países laicos. Pocas cosas han hecho tanto daño a la humanidad como las religiones; las guerras de evangelización y las guerras de religión han causado millones de muertos. Y lo peor es que sus disputas no han acabado. En este espinoso y lamentable asunto se llevan la palma las tres religiones del libro. Posiblemente porque han compartido un origen geográfico, porque vienen de un tronco común... ¡Quien sabe!
Ahora mismo, el presidente Hollande está hablando de guerra, parece ser que su popularidad no estaba muy allá, y la energía que ha desplegado tras los odiosos atentados de Paris puede reparar esa brecha de cara a próximas confrontaciones electorales. Desde luego ha sido de ver la forma en que se presentó en Versailles, ante la Asamblea Nacional y el Senado, atravesando un corredor entre las espadas enhiestas de una guardia de húsares, o algo así. Resultó impresionante, escuchar una voz que anunciaba “el señor presidente de la república” mientras el auditorio se ponía en pie al unísono. Ya le hubiera gustado algo así a Rajoy, pero éste sabe que sumarse a una guerra no le conviene de cara al 20 de diciembre. Sí le convienen, y mucho, la situación de Cataluña y esta mezcla de miedo, crispación y deseo de venganza que los atentados de Paris han traído a la opinión pública, como una nube grisácea de desesperanza y frustración. Para enardecer los ánimos del personal ya tiene a García Albiol, que está en su papel y la tropilla de concejales de pueblo que usan el twitter, aparte de Maroto, claro.
A Francia le llueven los pray for Paris (literalmente, una oración por Paris), que imagino mayoritarios del otro lado del Atlántico, y que ignoran que lo que menos se necesitan en este momento son las referencias religiosas de parte. ¿Qué sentido tiene rezar al dios cristiano por personas asesinadas por un musulmán, o rezar al dios musulmán por lo mismo? ¿Dónde queda el ecumenismo? Mejor me parece la apelación a la paz encarnada en el símbolo hippy que muchos han confundido con una torre Eiffel de luto.
Y entretanto, en nuestro país, la España de Cañizares y Rouco, vuelve el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla con su apelación al peligro de los refugiados sirios: no todos son trigo limpio. ¡Qué le vamos a hacer!

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