jueves, 24 de marzo de 2016

Tres historias


Este artículo se publicó en el nº de marzo de la revista OP Machinery



Hay tres hechos, sin ninguna relación entre sí, que tienen ciertas concomitancias que quiero presentar a su consideración. He de añadir que para cuando ustedes lean estas líneas, dos de ellos, los menos importantes, habrán quedado cubiertos de polvo, en algún rincón de nuestra memoria; el tercero, en cambio, seguirá ganando densidad, sin que podamos aventurar que rumbo pueda tomar. Vayamos por partes.
La ciudad de Málaga ha sufrido hace un par de semanas una huelga de los trabajadores de la limpieza pública. Huelgas hay en todos los lugares y en todos los momentos. La empresa trata de minimizar sus costes, y en tiempos críticos como los actuales, con una legislación laboral favorable, ese objetivo recae sobre todo en los empleados; así, España ha logrado, a costa de los trabajadores, ser un modelo en toda Europa en cuanto a bajos salarios, menores derechos sociales y nula falta de estabilidad laboral, factores que conducen a la extensión de la pobreza y a una mayor desigualdad social.
El segundo hecho fue el deseo expreso de un concejal catalán del PP de que la alcaldesa de Barcelona se dedicara a fregar suelos.
Estarán ustedes conmigo si les digo que todos los trabajos son dignos, si se ejecutan con dignidad –valga la redundancia- y con profesionalidad. Las mujeres que fregaban suelos y escaleras, antes de que un español inventara la fregona, lo hacían de rodillas, dejándose las  uñas en el empeño. Yo recuerdo haberlo visto siendo niño, en aquellas estrechas y oscuras escaleras de madera. Nunca se me ocurrió dudar de su dignidad, y nunca lo he hecho. Al igual que de otros muchos trabajos que en aquellos años se hacían con mayor exigencia física que en la actualidad. Todo tipo de trabajo conlleva la misma carga de dignidad, y, si me apuran, aún me parecen más dignos los que, en la parte más baja de la escala social, son ejecutados por personas humildes que transmiten en su quehacer una carga de decencia y amor por lo bien hecho, que no se encuentra en otros trabajos de mayor relieve.
Tal consideración es extensible al gremio de los trabajadores de la limpieza; lo afirmo sin ningún género de dudas. Y también sin dudas, les puedo decir que es propio de la condición humana desear que nuestros hijos tengan, de adultos, una vida mejor que la nuestra, por la vía de un mejor trabajo. Pues bien, ya es hora de que lo sepan: una de las clausulas que los trabajadores de Málaga reclamaban era el derecho a legar su puesto de trabajo a su jubilación. Ignoro si han mantenido ese derecho, eso no importa ahora, pero me parece un indicio claro de la situación en la que actualmente se encuentra España.
El tercer hecho se refiere al impulso primero que tenemos los humanos, que es el de salvar nuestra vida. Seguir ese impulso, salvar la vida propia y de su familia, y si es posible mejorarla, es lo que intentan cientos de miles de sirios e iraquíes y otras etnias, a los cuales la estructura política en que estamos encuadrados responde de una manera que no me atrevo a describir aquí, en consideración a ustedes. Creo que los refugiados y las imágenes de Siria en general son para nosotros como un espejo que nos devuelve aquello que no queremos ver de nosotros mismos. En unos produce rabia y odio hacia los desvalidos; de ahí, el comentario del concejal. En otros, renueva la sensación de desamparo que se va apoderando de los españoles ante un futuro sin esperanza de una vida mejor; por eso, el deseo de legar un puesto de trabajo, aunque sea de barrendero.
Quizás ustedes encuentren otras concomitancias entre los tres hechos de que hablábamos al inicio; para mí son caras del mismo prisma, y para finalizar permítanme que les recuerde ese adagio que dice piensa globalmente, actúa localmente. Las cosas están más interrelacionadas de lo que a simple vista parece. Y, sobre todo, no nos dejemos engañar.





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