jueves, 20 de octubre de 2016

Cuestión de competencias









CUESTIÓN DE COMPETENCIAS

Es un principio básico en cuestiones de economía. Que los que ofrecen bienes o servicios sean lo suficientemente numerosos como para que no puedan imponer el precio; que los que compran o contratan estén en la misma situación y no puedan tirar de los precios a la baja. Ambas condiciones constituyen un principio básico para que un mercado se desarrolle en condiciones de pura competencia. Y el mercado es, ¡ay!, soporte y puntal de la economía. Otra cosa es que haya hoy o haya habido nunca un mercado perfecto, ya que este concepto pertenece a la esfera de la teoría, nunca al de la práctica.
Ya saben ustedes que esta cuestión de la globalización junto a la extensión universal de las herramientas informáticas, ha propiciado la aparición de empresas del tipo B2B que campan por sus reales a lo largo y ancho del mundo. Un ejemplo es Uber, que facilita el alquiler de un vehículo y contra la que los taxistas han puesto el grito en el cielo; otro es Airbnb, que facilita alojamientos en cualquier lugar del mundo a precios, también como en el caso anterior, imbatibles y que los hoteles no pueden enfrentar. Son empresas que no tienen más gastos que los derivados del mantenimiento, actualización y mejora del programa que permite su actuación mercantil, y que gozan, por lo mismo, de un acceso a un mercado mundial sin restricciones. Cobran a los oferentes por albergarse en su portal, y esos oferentes son los que finalmente contratan con el usuario final, que desea un servicio al mejor precio y en unas condiciones definidas.
Este tipo de negocios, a primera vista, no tienen mucho que objetar; la opinión pública está claramente a favor. ¿Por qué has de limitarte a los viejos sistemas si desde tu smartphone puedes contratar con total libertad, decidiendo en función de tus intereses como consumidor libre? Así que desde un punto de vista de defensa de la competencia, como la describíamos al comienzo, no hay más que decir.
Ahora bien, debiéramos preguntarnos: ¿qué impuestos locales pagan los oferentes de servicios? Porque está claro, que un hotel paga el impuesto de sociedades, tiene unos empleados que estarán afiliados a la Seguridad Social, y liquida el IVA correspondiente a lo que factura. ¿Se da también esta casuística en los apartamentos turísticos? Si es así, nada habría que objetar, grosso modo. Pero si esto no se cumple, ¿qué ingresos va a tener el ayuntamiento y/o el Estado cuando este modo de proceder se extienda inexorablemente a más y más sectores? El consumidor no se plantea estas cuestiones, presa de esta vorágine de globalización y compras por internet, pero algún día pretenderá tener del mismo Estado atenciones en educación, sanidad, pensiones, etcétera. Y entonces, ¿de dónde va a obtener éste los ingresos que le permitan hacer frente a todo ese tipo de gastos? Porque, además, queremos que todos los impuestos bajen, (¡ya está bien lo que pagamos!) ¿Podrá el consumidor, con los salarios que cobra, hacer frente a los gastos del estado del bienestar -¿recuerdan este antiguo concepto?- y contribuir al fondo de pensiones privado del que poder vivir cuando ya no haya pensiones  públicas porque el Estado no las pague?
Vemos continuamente el bajísimo nivel de impuestos sobre los beneficios que pagan las grandes compañías, cuando tenemos la suerte de que tengan un domicilio radicado en suelo español. Porque la mayoría de ellas ni siquiera declaran beneficios en España. Y estas compañías de las que venimos hablando parecen radicarse en alguna nube fugaz. Tal es el nivel de evasión fiscal. Así que bien haríamos en pensar en un consumo responsable, como se dice hoy en día.
O jugamos todos o rompemos la baraja, que decía aquél.

Este artículo se ha publicado en la revista OP Machinery, en el número de este mes de octubre.


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