domingo, 1 de julio de 2018

Cumbre europea






De fútbol no vamos a hablar; creo que a estas alturas ya ha quedado meridianamente claro que esos chicos negros, magrebíes y orientales corren más que los blancos, con más tesón y no están exentos de técnica. De modo que hablemos de la última cumbre europea, primera a la que acude el nuevo gobierno español. Esa cumbre en la que el luxemburgués que nos dirige, aquél que cuando respondía de las finanzas de su pequeño país practicaba el tax deal con las multinacionales que se establecieran allí, presentó al presidente español como el new guy. ¿Recuerdan aquél anuncio que decía hay chica nueva en la oficina? Que tenga cuidado Pedro Sánchez: ese hombre es muy besucón.
Pues bien, vayamos al grano. De la agenda de la reunión lo único que a mí me ha llegado, y que ha acentuado las ojeras de los mandatarios europeos por las horas que hubieron de dedicar para llegar a un acuerdo, ha sido el irresoluble problema de la migración mediterránea. Italia, gobernada otra vez por Mussolini (perdón, Berlusconi, siempre me confundo con esos apellidos), aliada con los europeos del este, alguno del norte y Austria -¿han visto el rostro de película de nazis del nuevo presidente austríaco?- han conseguido el objetivo que se habían autoimpuesto. Por su parte Merkel ha pospuesto su bronca interna con la ayuda (¿inestimable?) de España, Grecia (éstos ya tienen experiencia) y el buen queda de Francia, que como países ribereños acogerán esas instalaciones donde recibir a los desdichados inmigrantes. Ahí, se dice, se hará una especie de cuarentena para separar el polvo de la paja, es decir, averiguar quiénes de esos inmigrantes son refugiados políticos (a los que se les dará ese estatuto; ¿ustedes se lo creen?) y quiénes, todos los demás, son inmigrantes “económicos”, esto es que vienen huyendo del hambre, de la miseria, de la falta de expectativas de vida, etcétera, que son culpables de la colonización y descolonización practicadas por Europa por siglos en su continente, y que inmediatamente serán reenviados a sus países de origen (o similares), para que se reeduquen o se les quiten las ganas de volver a intentarlo.
En resumen, lo ofrecido no es otra cosa que los CIES españoles, o si lo prefieren los centros de internamiento de Grecia o, mejor, de Turquía: que alguien se haga cargo de esa gente a cambio de dinero.
Lo que no se ha dicho es qué estimación de coste tiene este proceso que Europa va a reembolsarnos, y tampoco si ese reembolso va a ser en transferencias contantes y sonantes, en permisividad sobre nuestras cuitas deficitarias, o de alguna otra manera. Es decir, de momento, nos convertiremos en mamporreros oficiales de una Europa que demuestra su falta de políticas en este tema de la inmigración. De otras cuestiones, como si se avanza o no en la construcción de ese denominado fondo monetario europeo, del futuro del MEDE, o del desarrollo de la unión bancaria, nada de nada.
Mientras, ayer nos desayunábamos con unos cien ahogados más, entre ellos tres niños de corta edad. Para que Aylan no se sienta solo.

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