lunes, 17 de febrero de 2020

Notas de febrero (1)





Una. Hoy, tres de febrero, ha tenido lugar en el Congreso de los Diputados la apertura de la nueva legislatura. Ha acudido como figura invitada Felipe VI, acompañado de la familia real - parece ser que hoy las niñas no tenían clase. Si bien se había vestido de civil para la ocasión, se había echado al cuello lo que parecían los cordones de un cortinaje de palacio, de esos pesados y añosos; después del acto hubo un desfile militar.
Yo me pregunto porqué en un acto político civil como el que se celebraba era preciso un desfile militar; no estamos en guerra y no creo que se tratara de emitir aviso alguno a nadie, que yo sepa. Lo propio podía haber sido un desfile de representantes menestrales, que son parte de los que cimentan la sociedad española.
El discurso que le dieron a leer fue aplaudido durante cuatro minutos, pues incluía frases como que España nos pertenece a todos, y que ningún español nos debe ser ajeno, simplificando. Sinceramente pienso que un hombre inteligente como él habrá tomado nota del significado de esos aplausos, y no se prestará a leer discursos como el del 3 de octubre de 2017, si es que otro gobierno volviera a ponérselos bajo sus ojos. Sería, además, de agradecer. 

Dos. La revista XLSemanal, del grupo Vocento, publica en su número del 9 al 15 de febrero los habituales artículos de Pérez-Reverte y Juan Manuel de Prada.
El del ilustre académico y ex cronista de guerra, está en perfecta sintonía con lo que su autor nos tiene acostumbrados; la parte bélica de su texto habla esta vez de los legionarios españoles, y hace un extenso panegírico de las hazañas, según él muy conocidas, del tercio en el monte Gurugú. De paso equipara sin mala intención, pues suena del todo casual, la intervención de los legionarios españoles durante la revolución de Asturias, donde los que murieron eran españoles, con el roto que hicieron a los bereberes en el citado monte, bereberes que defendían su país, dicho sea de paso. Pero bueno, lo importante son los legionarios, porque, citando palabras textuales, la vida, que tiene sus propias reglas, de vez en cuando exige a ciertos seres humanos que sepan morir sin protestar, con decoro y sencillez, como es debido. Y ellos saben. De los otros muertos no hablemos, no hace falta, no tuvieron quizás tanto decoro al morir, quizás no estaban tan entrenados como para eso o eran de otra pasta. Al fin y al cabo, como dice él, la vida tiene sus propias reglas; debe ser cierto, no es cuestión de discutírselo.
Cuando leo este tipo de cosas me acuerdo siempre de los Gurkhas, una fuerza de choque del ejército colonialista británico formada por gente aguerrida y entrenada para matar y reclutados en Nepal, si no recuerdo mal. Ya se sabe, aquellos que probaron sus machetes debieron saber en su último estertor que la vida tiene sus propias reglas.
Tampoco nos dice nada de la cadena de mando del glorioso tercio, que en aquellos tiempos terminaba en la persona del general Millán Astray, de infausta memoria.

Por su parte, Juan Manuel de Prada, conservador en lo religioso y progresista en lo social, como se define él mismo, enredado en la búsqueda de documentación sobre la trayectoria vital de la poetisa Ana María Martínez Sagi, autora que está estudiando, nos cuenta las andanzas de los refugiados españoles en la Francia invadida por Alemania, refugiados a los que la Francia ocupada hizo comprender que no eran bienvenidos – igual que procedió, obedeciendo también ordenes de Berlín, a efectuar redadas de judíos para enviarlos a los campos de exterminio.
Resulta que muchos documentos y archivos franceses de la época que contenían información sobre los refugiados españoles fueron trasladados primero a Berlín, y después a Moscú. Y finalmente, nuestro escritor ha sabido que los documentos que quedaban y habían sorteado tales peripecias, estaban siendo destruidos gracias a una ley francesa que lo permitía si dichos archivos tienen ya más de ochenta años.
Pues bien, Prada reparte las culpas de este despojo entre los franceses que lo han llevado a cabo y los españoles que no han andado listos y no los han reclamado a tiempo; ahora tendríamos la verdadera historia de los sufrimientos de aquellos españoles en tierras francesas.
¿Y quien tiene la culpa de entre los nuestros? ¿Rajoy que decía, con aquella sorna suya, que los presupuestos para la Memoria Histórica, durante sus mandatos se habían mantenido constantes, es decir, siempre en cero euros? No, por Dios, la culpa la tiene el actual gobierno, que exhumó al dictador con el que sus papás medraron. Ni siquiera concede a este gobierno el beneficio de la duda: si él ha descubierto ahora la destrucción de los archivos, ¿no le ha podido pasar lo mismo al gobierno?
Es de suponer que tras escribir tal panfleto en defensa de no se sabe qué, haya corrido a confesarse, como manda la religión que profesa, por levantar falso testimonio, o, al menos, dejar caer insidias sobre el proceder ajeno.

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