sábado, 25 de julio de 2020

Mi hija Nuria






Mi hija Nuria acabó sus estudios de Ingeniería Industrial en la especialidad de Organización Industrial y en 2006 obtuvo una beca Leonardo, mediante la cual la Universidad de Delft, Holanda, le gestionaba un trabajo en una empresa en la órbita de la universidad. Este trabajo consistió en la elaboración de un algoritmo que permitiera variar el destino o parar hasta nueva orden a los camiones que transportaban productos hortofruticolas comprados en los países productores del sur europeo, principalmente España e Italia, y con destino a los países del norte, incluido el Reino Unido, en función de los precios de destino. Como diríamos ahora, se trataba de optimizar la cadena de suministro.

Yo aprendí dos cosas, la primera qué diablos significaba el vocablo algoritmo, y la segunda, que Holanda estaba entre los tres principales exportadores de esa clase de productos para cuya producción no tenía el clima más adecuado. Tampoco es que esto me extrañara sobremanera, pues sabía que ese país históricamente se había distinguido por su vocación comercial, para lo cual se dotó de una flota naval que competía con la inglesa, y de sus correspondientes colonias en el lejano este asiático. Ahora he aprendido que, según documentados estudios, los países se benefician de su posición central en la rica Europa con una ventaja de entre un 5% y un 10% con respecto a sus competidores de la periferia europea. Vamos, que estar en el meollo tiene sus ventajas. Y esto lo saben bien las grandes transnacionales que, además, para que se convenzan del todo, pueden negociar con las autoridades fiscales holandesas el tipo a pagar que rara vez excede del 1%.
Esto también ha sido evaluado y la cifra resultante de merma de ingresos para el fisco de otros países es totalmente mareante, de decenas de miles de millones de euros al año. Así que los holandeses practican el tax deal, o sea la negociación sobre el impuesto a cobrar, y por otro lado, del comercio intracomunitario se quedan con la parte limpia, en tanto nosotros ponemos la tierra, el clima, el plástico, y los miles de temporeros que hacemos vivir en chabolas de cartón. Además, producimos de la misma manera fruta en Marruecos.

Ya sabemos que felizmente se ha logrado un acuerdo sobre el monto del fondo de reconstrucción tras la pandemia y la forma de repartirlo entre los países que más la han sufrido y, por tanto, los más necesitados; no vamos a repetir las cifras que también son mareantes y un gran paso adelante en la construcción europea.

Pero si me parece oportuno comentar la falta de una política fiscal europea común – como tampoco tenemos en España una política común, pues es sabido que por ejemplo ni el IRPF ni el impuesto de sucesiones son iguales en todas las autonomías, aparte de otros impuestos. Y esto porque se ha podido escuchar que entre los países “tacañones” renuentes al susodicho pacto los había socialdemócratas como Suecia, queriendo con ese apunte enfrentar esos países con el gobierno español. Y no se trata de eso, sino simplemente de que el fisco español debe ponerse al nivel de la media europea para tratar de conseguir el consabido equilibrio presupuestario que Europa nos demanda. Los suecos, que pagan más impuestos que nosotros, quieren que todos estemos al mismo nivel; despues se podrá hablar de solidaridad.

Así que la bondad de esas medidas acordadas en la maratoniana reunión mantenida en Bruselas, deberán tener su corolario con una política fiscal igual para todos los países integrantes de Europa. Ni se debe consentir que haya países que concedan rebajas fiscales inadmisibles, como el caso holandés o luxemburgués, ni otros como el caso español, donde los que más tienen no son los que más pagan.. Que estos temas no hayan salido a la discusión pública ha de deberse a una cuestión de oportunidad; no sería conveniente ensanchar el campo de juego con más problemas, ahora que se trataba de transferencias. Pero plantearlo en el próximo futuro debe ser algo ineludible.

Solo así se podrá conseguir una Europa más justa e igualitaria.

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