sábado, 10 de abril de 2021

Imaginería y fetichismo




Como en esta pasada Semana Santa no se han podido organizar las consabidas procesiones de tanto arraigo en nuestro país, hemos sido testigos, por la tele en mi caso, de enormes colas de fieles para entrar en los recintos religiosos donde se podían visitar pasos, y en general, la imaginería religiosa tan abundante en España. Me ha llamado poderosamente la atención la espera ante el Cristo de Medinaceli, del que, confieso a ustedes, no conocía ni su existencia.


Esto me ha traído a la memoria que el ex ministro del interior, Fernández Díaz, el mismo que está siendo juzgado por la organización de la “policía patriótica”, otorgara una cruz en su día a la Virgen de los Dolores, si no recuerdo mal. Al parecer esto no es un caso aislado, y plantea, como mínimo, una reflexión. Yo admito, aunque no lo entienda, que cualquiera pueda creer (para eso es creyente) en la existencia de la Virgen (aunque sea un ginecólogo), y de ahí, que haya distintas advocaciones según el gusto de cada uno. Pero no le encuentro ningún sentido que ése alguien, si tiene facultades para ello, le conceda una cruz al mérito civil o policial, o lo que sea, a algo que no es otra cosa que una imagen corpórea; pero que sea posible, pues sí, lo admito, porque lo veo.


El año pasado un imaginero – parece ser que es un oficio en Andalucía, como en Valencia hay otros que hacen ninots- talló una virgen como esas que vemos en los pasos o en los altares durante el confinamiento al que nos vimos sujetos por el covid-19. Pues bien, si lo he entendido bien, esa escultura tiene un nombre, María Santísima del Confinamiento, ha sido bendecida por el Arzobispo de Sevilla – en realidad tampoco entiendo el verdadero significado de ese verbo-, según su autor es una idealización de la mujer andaluza, como es natural, y por sus mejillas se deslizan tres lágrimas, que representan cada uno de los tres meses del confinamiento. El imaginero ha dado en el clavo pues tiene unos quinientos pedidos de más de treinta países de todo el mundo. Y la pregunta que yo me hago es la siguiente: la persona que se arrodille ante esa imagen para rogar a Dios por lo que sea, ¿lo hace ante un trozo de madera (o del material que fuere), o piensa que ha pasado, mediante un proceso que tampoco alcanzo a comprender, a ser parte de esa misma divinidad a la que reza? Me hago esta pregunta, y si la respuesta correcta fuera la segunda, me parecería que estamos ante algo gravísimo, como comprenderán ustedes.


Una cosa es la imaginería, ese arte al que por lo que se ve somos tan dados, y otra muy distinta, el fetichismo. Lo primero alude a una mera representación de un personaje religioso y, por poner un ejemplo, podemos ver a San Cristóbal que es el patrón de los conductores y se le representa con un niño Jesús al hombro pasando un regato: simboliza así ese patronazgo. Pero que haya conductores que se postren ante esa imagen creyendo que les vaya a ayudar, y para colmo de males, en su viaje de vuelta a casa infrinjan el código de la circulación, poniendo en riesgo la vida de otros y la suya propia, es algo que excede del sentido común. Y quizás se aproxima a lo segundo, que es más bien la adoración de un fetiche, es decir, el fetichismo.


Mi madre solía exclamar: ¡Válgame Dios! cuando algún acto o cosa le resultaba insufrible. Yo, que soy más prosaico espero el día en que la religión, palabra que quiere decir volver a unir, sea únicamente eso, un proceso de unión, de correspondencia biunívoca de una persona con su dios. Y se practique como actividad personal, cada uno por su cuenta, en su intimidad. Y al no concernido que le dejen en paz. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario