domingo, 7 de enero de 2024

Anuncios televisívos

 




Vamos entrando en el mes de enero y casi todo en este mundo consumista en el que vivimos experimenta sus cambios oportunos; por ejemplo, los anuncios televisivos ya no son como los del último mes y medio. Se supone que las cadenas privadas viven de esos anuncios, a menos que en determinados momentos de los avatares políticos del país reciban de alguien o algunos (personas o empresas) la consabida contraprestación por los favores recibidos en campaña. La relación biunívoca entre partidos políticos y cadenas es tan obvia que se ve a la legua. Así que entre unos anuncios y otros, yo, que únicamente veo películas que no he visto o no voy a ver en el cine, tengo que soportar el consabido trago de anuncios. Naturalmente esto no me sucede ni en la primera ni en la segunda cadena que no tienen anuncios. Pero sí en esas otras cadenas, cuyo universo limito a la Sexta, donde los anuncios de colonias, perfumes y productos afines se llevan la palma en el mes de diciembre.


Y estos anuncios tienen miga. Manda el estilo italiano que no se cansa de presentar tíos y tías muy lucidas que juegan unos consabidos papeles en los que el amor siempre triunfa. Tíos que van en barcos o que se tiran desde lo alto de un acantilado para caer en brazos de la moza, con unos cuerpos esculpidos por los que resbalan unas gotas, no de sudor, sino de agua que ha de llevar el maravilloso aroma que tiene su marca; hay unas voces sugerentes, una exhibición de cuerpos escultóricos, unas poses rebuscadas que supongo que algo tendrán que decirnos; una pronunciación, mayoritariamente en inglés, que resulta más chic; las miradas que se cambian entre sí unas y otros son como podemos imaginarnos; los tonos de voz son tan dulces que resulta difícil seguirlos; no destacan por sus interpretaciones pues la languidez de sus movimientos no tiene parecido alguno con los de los demás humanos; las poses tan rebuscadas tendrán algo que decirnos que resulta obvio, y por último pronuncian la marca de la colonia en un idioma mezcla de español, inglés, francés, etc., que hemos de suponer gusta a los que lo consumen. Es para imaginarse al clásico personaje hortera carpetovetónico pidiendo en una tienda la colonia o la crema de marras para su parienta. Me pregunto si el feminismo militante no tendrá algo que decir sobre este asunto y si no se podría instaurar un impuesto especial a las firmas del lujo.


Jean Paul Galtier, Carolina Herrera (pronúnciese cagolina eguega), Giorgio Armani, Elizabeth Arden, Yves Saint Laurent, Swarovsky, Narciso Rodríguez, Dolce & Gabbana, Dior, Cacharel, Victorio y Lucchino, Gucci, Lancôme, Clarins, Issei Miyake, Chloè, Prada, entre otras, son esas marcas que yo jamás he comprado ni compraré.


¿Se anima alguien a seguirme en el ejemplo?


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