Seguramente, una de las peores cosas que te pueden pasar en la vida ha de ser el tener que abandonar la casa y la aldea donde vives. No el hecho de que salgas a un internado o te mudes con toda la familia, tus padres y tus hermanos, por ejemplo; no, no se trata de eso. Pensemos que tienes catorce o quince años, vives en un lugar donde no hay ninguna posibilidad de mejora y la imagen de la miseria te rebota mires donde mires. Escuchas que entre los que han salido rumbo a la vida, alguno ha logrado vivir, al menos eso dice su familia; de los otros nadie dice nada. Y empiezas a sentir algo distinto, no puedes esperar a que la vida mejore por si misma, tú eres fuerte y ágil, y te sientes capaz de intentar hacer algo por tu cuenta...
El padre de Ahmed cortaba el pelo a sus vecinos y bajaba también al pueblo, capital de la pequeña comarca, para hacer lo mismo. Ganaba lo justo para alimentar a su prole; mientras, les enseñaba el oficio, de algo les valdría, otra cosa no podía darles. Ahmed pensaba y pensaba cómo podría salir de esa situación. Alguien mayor que él le contó que los barcos tenían una cuerda muy gorda con la que se amarraban al puerto cuando estaban parados. Él rumiaba si por esa vía podría erguirse al barco y esconderse luego en algún rincón hasta bajar en otro puerto de otro país. Europa estaba tan cerca…Le dio mil vueltas y pronto se decidió, no tenía otra opción. El puerto no estaba lejos y una noche, con la tripa llena y un petate con dos trapos y un poco de pan dejó su casa sin despedirse de nadie, claro está. Anduvo todo lo que pudo y aún de día llegó al puerto. Lo que vio le dejó perplejo, aquél barco era más alto que cualquier casa que hubiera visto antes. Hubo de esperar escondido y al atardecer pudo ver de nuevo el barco. La maroma era muy gorda, lo cual le envalentonó. Esperó la oscuridad y a escondidas se acercó al barco. Ya no le parecía tan grande, su voluntad le hacía ver que era asequible para él. Y así fue. Con el hato bien atado a la espalda se agarró a la maroma y comenzó la escalada que no era tan vertical. Si miraba hacia bajo solo veía el agua negra; continuaba y descansaba cada poco. Al rato se vio arriba y con infinito cuidado, midiendo bien los pasos se encaminó hacia la parte más alta del barco en busca de un lugar donde esconderse.
Por fortuna, el barco de madrugada se hizo a la mar y Ahmed se aprestó a seguir esperando en su garita. Pasadas dos o tres noches, no estaba seguro, el barco estaba atracando en un puerto de una gran ciudad. Esperó otra vez al atardecer para dar el paso final. Todo iba bien, llevaba la mitad de la longitud de la maroma cuando fue descubierto. Empezaron los gritos y no lo pensó más: se arrojó al agua, casi tan oscura como la que vio al subir y al sentir el impacto con aquella agua, negra y aceitosa, solo sintió un dolor agudo en su muñeca derecha.
Pronto se vio sostenido por dos hombres que se habían lanzado para rescatarlo. Tosía por aquella agua salada y sucia. No entendía lo que le decían, así que se dejó hacer. Devolvió lo poco de comida que había en su cuerpo. Luego se desmayó o se durmió tranquilamente. Al despertar estaba sobre una camilla en un sitio muy blanco y muy limpio con varias personas alrededor vestidas de blanco, incluidas dos mujeres. Se tocó el brazo y notó como una funda dura en derredor de su longitud. Alguien le explicó que ahora tenía que descansar; respondió que se encontraba bien y se quería marchar. El otro le dijo que ni se le ocurriera, que se quedaría allí y por mucho tiempo, hasta alcanzar su mayoría de edad, creyó entender. Preguntó dónde estaba; en España fue la respuesta. Que su plan era ir a Francia; de ningún modo, le respondieron, no antes de alcanzar la mayoría de edad.
Hoy Ahmed es un joven de verbo suelto, buena pronunciación, alto y bien presentado, que se gana la vida como peluquero y su plan primero es ir a su pueblo y ver a sus padres, que ya conocen su historia. Con todos los papeles en regla siente que está en una buena situación y es feliz con lo que hizo; España es su segundo país.
No solo trabaja de peluquero, también ayuda a pagar nuestras pensiones
ResponderEliminarEfectivamente, amigo Anónimo, ayuda a pagar nuestras pensiones así como a engordar los fondos de la Seguridad Social para la salud pública etc.
ResponderEliminarVamos, igual que Abascal y unos pocos más.